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Esto o se hace con todos o no se hará

Ya comienza, ya, la nueva era. O algo que debería ser semejante a una nueva etapa, presidida por la concordia y el espíritu de llegar a soluciones para los problemas de fondo que España tiene planteados, vaya si los tiene. Decían este domingo algunas fuentes, presumiblemente próximas al inquilino de La Moncloa, que Zapatero quiere sumar a los nacionalistas vascos y al Partido Popular en un nuevo consenso contra ETA. Como propósito, no parece malo; el único problema es que, en el caso del PNV, el presidente del gobierno central tendrá que saber primero si el partido llega a un acuerdo consigo mismo, cosa que, escuchando este domingo los discursos de Urkullu y del lehendakari Ibarretxe, no parece del todo sencilla. Y algo semejante lo ocurre al PP, aparentemente atenazado entre los partidarios de una línea flexible y los intransigentes que quisieran encerrar a Rajoy en una línea de ‘no a todo’ que, tengo la impresión, le ha dado resultados poco brillantes hasta el momento.

Algún día alguien analizará cuánto de culpa ha tenido el ‘raca raca’ de Ibarretxe y de su mentor Arzalluz en el descenso del aprecio del electorado al PNV. Y cuánta responsabilidad tienen en la derrota de Rajoy esos ‘asesores externos’, ajenos a la militancia en un partido al que dicen apoyar, que exigen más que aconsejan a los dirigentes del PP extremar su radicalismo frente al gobierno socialista, y que quisieran imponer no solo conductas al líder de la oposición, sino hasta quién debe liderar la oposición. Y, encima, a quienes discrepan de tales procedimientos y estrategias, le cuelgan el sambenito de ‘colaboracionista’ con el zapaterismo. Ignoro si en los planes de Rajoy figura o no abstenerse en la votación de investidura de Zapatero, como le dicen que haga algunos en su entorno, pero que se ate los machos si finalmente decide no votar en contra: desde algunos púlpitos mediáticos van a querer desollarlo vivo.

Ignoro la sinceridad con la que Zapatero dice que quiere pactar las grandes cuestiones de Estado -eso solamente puede hacerlo con el PP-a la par que otros temas más puntuales -puede hacerlo con las formaciones nacionalistas-. Pero la cuadratura del círculo es, ahora, necesaria en según qué cuestiones si de veras queremos avanzar en la senda democrática. Por ejemplo, la derrota de ETA. Marginar al PNV de un pacto antiterrorista, como quisieran algunos sedicentemente cercanos al PP, invalidaría la eficacia de ese pacto, de la misma manera que marginar a los nacionalistas catalanes de un proceso de evolución razonable de la marcha autonómica en Cataluña complicaría no poco las cosas en esta importante y significativa autonomía.

Y no hay que olvidar que en el País Vasco sigue la amenaza de esa consulta ilegal de Ibarretxe, pero sobre  el proceso en Cataluña se encuentra la espada de Damocles de la sentencia pendiente del Tribunal Constitucional acerca de la constitucionalidad o no del Estatut, que es sentencia que podría resultar, en el caso de que el TC dé un varapalo al texto estatutario, bastante desestabilizadora de algunos precarios equilibrios.

Unos equilibrios logrados, tantas veces de forma un tanto chapucera, en la legislatura anterior. Y qué duda cabe de que la mayor responsabilidad en tanto remiendo, en tanta improvisación, la ha tenido Zapatero, acaso porque no le quedaba otro remedio, aunque más probablemente porque el presidente reelegido es un gran aficionado a pisar charcos.

Ahora tiene una espléndida ocasión de caminar por tierra firme y seca. Todos, aunque con condiciones, le tienden la mano, me parece que el PP -vamos a ver qué nos dice Rajoy tras sus vacaciones mexicanas- incluído. En ese contexto, el tejido de los pactos se convierte en la primera urgencia, y los nombres de quienes vayan a ser portavoces parlamentarios o ministros adquieren una importancia secundaria, con ser esta importancia grande. Sin embargo, hoy, como cuando los debates televisados, el protagonismo solamente tiene dos rostros: uno es el de José Luis Rodríguez Zapatero, el otro es el de Mariano Rajoy. Los demás tendrán que sumarse al eventual y deseable pacto principal, o arrostrar las consecuencias. Y en esas estamos cuando entramos en una semana, ya digo, decisiva.
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