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Nadie boicoteará Pekín

Nadie boicoteará Pekín

Sólo atletas en la recta final de su carrera, como el maratoniano etíope Haile Gebrselassie, no irán a los Juegos de Pekín. Y no por solidaridad con el Tíbet ni en protesta por la ausencia de derechos humanos, sino para evitar los riesgos de la polución atmosférica.

Y es que China, en plena expansión industrial, es hoy el país más contaminante del mundo, con emisiones de CO2 y demás gases, que no ha firmado el protocolo de Kyoto para regenerar la atmósfera. Otros atletas, que desconfían de la comida china, llevarán sus propios alimentos, como es el caso de la delegación norteamericana.
Pero no faltará ningún país, no nos engañemos. Los ministros de la UE, reunidos en Brno, han firmado un hipócrita comunicado con sus comités olímpicos, en el que afirman que “deporte y política no deben mezclarse”, como si los atletas fuesen seres de otra dimensión.

También el Dalai Lama manifiesta que los Juegos deben celebrarse y a ellos acudirá hasta la delegación de Taiwán, el país más amenazado por Pekín, al que una reciente ley autoriza a intervenir militarmente en la isla de Formosa. Pero, claro, los taiwaneses necesitan reafirmar su soberanía frente al expansionismo continental. Nos hallamos en un mundo entretejido de conveniencias y falsedades en el que lo mismo nos indignamos un día por la brutal represión de los monjes birmanos, que al día siguiente nos olvidamos de ese remoto país rebautizado como Myanmar. Antes, también, habíamos relegado en nuestra memoria los millones de muertos de Camboya por la vesania política, o en Ruanda, por la crueldad tribal.

¿Qué se puede esperar de un mundo cínicamente tan desmemoriado? Nadie interviene a favor de los pueblos oprimidos por feroces tiranos como Robert Mugabe, quien treinta y seis años después de la independencia de Zimbawe ha conseguido que su país tenga sólo la mitad de la renta que entonces. Y nadie mueve un dedo porque gran parte de los 191 países de la ONU son dictaduras iguales o peores que la suya.
De vez en cuando, eso sí, un grupo de países decide por su cuenta lo que es correcto en alguna parte del mundo, llámese Irak o dígase Kosovo, sin argumentos legales ni otra justificación que su propia conveniencia.

Otros, como Rusia, pueden protestar por ello, pero no irán a mayores mientras consigan hacer sus ajustes de cuentas internos en Chechenia, o se indignarán, como China, pero obviamente teniendo las manos libres para hacer lo que quieran en el Tíbet. Por eso, más allá de alguna esporádica acción efectista, todos los países participarán muy felices en los Juegos de Pekín aunque la injusticia siga reinando impunemente en la mayor parte del mundo.  

 
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