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El estrecho límite de un juego peligroso

El estrecho límite de un juego peligroso

Terminando el año 2.007 un hecho nos mantuvo expectantes durante días: “la FARC” prometía, en un acto “humanitario”, liberar a un grupo de rehenes.

Idas y vueltas, encuentros y desencuentros, frustraron la “operación”  poniendo  en una situación incómoda a quien había coordinado esto, y haciendo que aquellos profetas que anunciaban el fracaso anticipadamente se mostraran casi victoriosos.

Cierto es que ante nuestros ojos los combatientes parecían más interesados en victorias personales que en buscar una solución pacífica para aquellos que eran en realidad, víctimas involuntarias de la incomprensión y del autoritarismo, es decir los rehenes.
Otra vez  nos encontramos ante un hecho que tiene los mismos protagonistas.

Uno de los contrincantes, superado tal vez por el protagonismo del otro, buscó destacarse y bloquear el triunfo de quien había logrado su objetivo trunco, invadió un país vecino y sin reparo mostró sus victorias: acabar con la vida del número dos de la FARC, esto no fue más que un guante lanzado al rostro de su contrincante invitándolo a un duelo que de antemano sabía sería aceptado.

Como una extraña caricatura cada uno mostró su  verdadero rostro, su esencia, aquello que lo identifica en cada uno de sus actos.

Sin poco que ver, quien se erigió como paladín de la justicia y de la liberación latinoamericana, aceptó el reto y envió, en una actitud pública y casi teatral, a sus tropas para custodiar sus fronteras. Desde el norte otro beligerante  proclamaba su apoyo “incondicional” para quien había invadido un país vecino.

El invasor intentó explicar su accionar de manera infantil y casi grotesca.
En medio de esto el tercero en discordia, el presidente de Ecuador, no se prestó al juego pero tampoco aceptó en silencio el atropello buscando en organismos internacionales el reconocimiento de sus derechos.

La OEA fue el campo de batalla de quienes procuraban intentar hacer que la paz en la región sea un hecho, mientras tanto la televisión fue el escenario para quienes sólo pueden lograr acuerdos a través de la violencia y el autoritarismo.

La humanidad a través de su historia da cuenta de hechos semejantes y de sus consecuencias, hechos en los que la soberbia de quienes los gestaron no llevaron más que muerte, destrucción y dolor a aquellos que decían defender.

Esperemos que esta vez prime la cordura y el bien común por encima de la búsqueda egoísta de victorias personales.

Tal vez algún día, cuando los gobernantes vean en su cargo un deber y no un medio para lograr la gloria en todas sus variantes, la paz sea una forma de vida y no una expresión de deseo inalcanzable.
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