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La crisis ha venido y nadie sabe cómo ha sido

Mientras discutimos, como las liebres de la fábula, si las actuales turbulencias financieras son galgos o podencos, la crisis puede acabar dándonos un buen bocado en el trasero.

Y es que estábamos tan acostumbrados a un largo período de bienestar y crecimiento que nos habíamos olvidado que la actividad económica tiene movimientos cíclicos. Hasta dos reputados estudiosos del tema, Edward Prescott y Finn Kydland, recibieron en 2004 el Premio Nobel de Economía por sus análisis de la teoría de los ciclos. Claro que tampoco hay que ser economista para saber que todo lo que sube baja y viceversa.
 
Es lo que sucede con la singular caída de la bolsa estos días —volatilidad, que dicen los expertos—, cuando, en cambio, no nos había asombrado el que las cotizaciones llegasen a ser siete veces superiores a las de 1992. ¿Valen nuestras empresas ahora siete veces más que hace quince años? Seguro que no. Por eso, el mero efecto contable positivo que produce el crecimiento económico puede convertirse en un desplome al cambiar las tornas.

Todo empieza en un sector inmobiliario que parecía imparable. Pero en sólo un año han tenido que cerrar la mitad de las inmobiliarias de la Comunidad Valenciana, por ejemplo. Y en Salamanca, a su vez, los bancos deniegan ya el 60 por ciento de las hipotecas.

Son síntomas de que los tiempos cambian. Nosotros tenemos una economía que ha crecido punto  medio más que las de su entorno, permitiéndonos nuevas prestaciones sociales y una generosidad en jubilaciones anticipadas que, tras oír al ministro Jesús Caldera, sabemos que ya se han acabado. Otro ministro, Pedro Solbes, ha tenido que revisar dos veces a la baja las previsiones presupuestarias del Estado y, si con semejante horizonte, se llegasen a cumplir los presupuestos sería un milagro.
Lo que sucede es que, como muchos nuevos ricos, hemos vivido al día, sin preocuparnos de la subida del petróleo y el precio de los alimentos, con unas autonomías compitiendo en ofertas electorales: rebajas en el IRPF, supresión de impuestos sobre sucesiones, donaciones y transmisiones y dinero en efectivo por hijos, minusvalías, rentas bajas...

Nadie puede reprocharnos, pues, la consiguiente y lógica alegría consumista que empieza a deteriorar nuestros bolsillos, con unos precios que suben más que los del resto de Europa y un paro que, habiendo disminuido notablemente, sigue por encima del de la OCDE.

¿Podemos, en ese escenario, pagar unas deudas familiares que ascienden al 85 por ciento del PIB? ¿Podremos hacer frente a unas hipotecas que han crecido a un ritmo del 20 por ciento anual ahora que suben los intereses?

Yo tampoco sé si los agentes de esta crisis actual que abordan con medidas opuestas el norteamericano Ben Bernanke y el europeo Jean-Claude Trichet son galgos o podencos. Pero, por si acaso, echemos ya a correr.
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