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Fernando Jáuregui

¿Quién va a ganar las elecciones?

¿Quién va a ganar las elecciones?

¿Quién va a ganar las elecciones?

 

Fernando Jáuregui

13-01-2008 Son muchos los que nos preguntan a los periodistas quién creemos que va a ganar estas elecciones, si Zapatero o Rajoy. Como si los que nos dedicamos a informar de lo que pasa tuviésemos una infalible bola de cristal para adivinar tan comprometido porvenir. Yo, al respecto, solamente puedo decir dos cosas: una, que los expertos creen que el PSOE podría perder en caso de que las malas noticias económicas o relacionadas con el terrorismo se acentuasen, y parece que hay riesgo en ambos supuestos. Dos, que es posible que, al final, nadie pierda ni gane del todo, porque se imponga la evidencia de que las dos grandes formaciones habrán de pactar algunas de las principales cuestiones pendientes para la legislatura que va a comenzar tras las elecciones.

Claro que Zapatero, que hoy disuelve formalmente las cámaras legislativas y convoca las elecciones para el 9 de marzo, ya ha dicho que de acuerdos poselectorales ni habar, porque no se puede uno fiar de un Partido Popular que en estos cuatro años no ha querido acordar nada. Quien suscribe ya no sabe quién es más culpable del distanciamiento que ha presidido la etapa que este lunes concluye oficialmente; posiblemente, tanto socialistas como populares deban hacer un examen de conciencia al respecto. De lo que estoy seguro es de que ZP no habla de consensos de futuro porque piensa que ello desmovilizaría a ‘su’ electorado, y cree -con razón, seguramente- que ese millón de votos que le dio la victoria el 14 de marzo de 2004 no puede ahora, como hace habitualmente, quedarse en casa el 9-m: ese absentismo daría la victoria al PP.

Pero yo pienso que, tras el 9-m, y por aquello tan cierto, de que la política hace extraños compañeros de cama y que, en política, “cuando digo jamás, quiero decir hasta esta misma tarde”, como dijo aquel gran cínico que fue Romanones,  las cosas serán muy otras y que, a la hora de buscar aliados, tanto el PP, que ya va tendiendo manos por anticipado, como el PSOE, gane quien gane, comprenderán que no les queda otro remedio que mirar en dirección al otro ‘grande’. Sin acuerdos PP-PSOE no hay reforma constitucional, ni de la normativa electoral, posible. Ni volverá el prestigio a instituciones que ahora lo han perdido, y pienso, especialmente, en el Consejo del Poder Judicial y en el Tribunal Constitucional.

Si de veras estamos, como dicen tantos de nuestros políticos, ante una etapa importante, habrá que arbitrar medidas de similar envergadura a las soluciones que se buscan. Y eso, ya digo, no se puede hacer aliándose con el actual PNV, ni con la actual Convergencia Democrática de Catalunya, ni con el BNG ni, menos, con Esquerra Republicana. Formaciones todas que, sin duda, tienen su espacio, y hay que respetárselo; pero ese espacio no pasa, ahora, por el gobierno de la nacion.

Es más: tengo la impresión de que el lenguaje guerrero hacia el PP que está resucitando Zapatero, y que tendrá reflejo aumentado como con lupa en sus fieles escuderos,  va a dar muy pocos réditos al partido en el gobierno. Y lo contrario puede ocurrir con el PP si logra mantener –a ver con qué candidatos; porque el silencio de Rajoy hasta el próximo jueves en este sentido está provocando muchos nervios internos— el tono sosegado y consigue alejarse de los talibanes que cada día piden mano dura y la guerra santa contra el oponente. Si el Gobierno hubiese buscado el apoyo del PP en sus intentos de ilegalizar a algunas formaciones vascas que podrían ser una ‘marca blanca’ de Batasuna, todo le habría resultado más fácil. Y si el PP, en lugar de criticar la medida como ‘electoralista’, ‘tardía’, ‘contradictoria con lo que antes decía el Ejecutivo’ y ‘oportunista’ –todo lo cual puede que sea verdad-, la hubiese respaldado con entusiasmo ahora, hubiese aumentado la credibilidad de Rajoy cuando propone grandes acuerdos para el futuro.

Es el momento de definir muy bien las líneas de campaña en lo que se refiere al trato a dar ‘al otro’. Lo cual es algo mucho más importante que el color de las corbatas del candidato, o si se debe o no prescindir de ellas, cosa en la que me consta que se afanan ahora los estados mayores de los partidos. Haciendo así buenas las impresiones pesimistas en el sentido de que es la levedad del ser lo que impera en esta campaña tras la legislatura más “dura y ruda”, que dijo Manuel Marín, más extraña, más efímera, que yo haya vivido en todos mis días de observador político.

 

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