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¿Es posible la alternativa liberal?

¿Es posible la alternativa liberal?

Tanto esfuerzo como se hizo entre 1975 y 1978 por enterrar la ingrata memoria de nuestra difícil historia, y tanto éxito como se tuvo hasta hace bien poco en conseguirlo y construir un presente de libertad y prosperidad, pasando de la exclusión y la cola de Europa a una de las posiciones de cabeza de la Unión Europea y a convertirnos en la octava potencia económica del planeta, exigen ahora la renovación del esfuerzo común, la revitalización de la concordia, para que lo conseguido se mantenga por muchas generaciones. Y sin embargo, de la misma manera que desde 1975 este país ha vivido una espiral política y económica positiva, aciertos generados sobre aciertos, ya no es posible ocultar que, en los últimos años, se ha generado una espiral de signo contrario, que amenaza devorar aquellos éxitos y la convivencia lograda.

A muchos españoles, no sólo de derechas, les parece una vileza, o por lo menos un grave error, esa reciente Ley de Memoria Histórica, que no viene a reparar nada –para lo que habría obviamente mejores y más eficaces cauces– sino a resucitar rencores, desenterrar atrocidades y establecer una competición inicua por ver quiénes echaron más paletadas de miseria en aquel basurero infame que se alimentó desde todas las banderías políticas. También muchos españoles, no sólo de izquierdas, ven como un serio error la salida de los cardenales y obispos a la calle. Quizá no les faltan razones en lo que dicen, pero lo dicen en el lugar impropio y de forma inadecuada. La Iglesia tiene su lugar, legítimo e influyente, en los templos y en los púlpitos, que deben ser y mantenerse libres. Y tiene su forma en los principios y en la doctrina, no en el lenguaje que corresponden a la política y a la soberanía democrática de los ciudadanos.

En un momento en que ya es perceptible, y lo señalan las encuestas, cierta desmovilización del electorado socialista ante deficiencias muy graves del actual Gobierno, como la negociación con el terrorismo, el alineamiento internacional con lo peor de cada continente, el desmoronamiento de la calidad del sistema educativo, la incompetencia en la gestión de la economía, la subordinación de programas y principios al puro y duro disfrute del poder, sólo una manifestación tan sorprendente, por el lenguaje político utilizado, podía ser tan útil para aglutinar el voto de las izquierdas a Rodríguez Zapatero, aunque sea tapándose la nariz, como se recomendaba en la Italia mafiosa de Bettino Craxi.

Dos recientes documentos debieran ser leídos y reflexionados por la ciudadanía, no precisamente para sentirnos reconfortados. El primero de ellos, el de "Orientaciones morales ante la situación actual de España", que es una instrucción pastoral emitida el pasado 23 de noviembre por la Conferencia Episcopal. El segundo, el de "Las cosas en su sitio", emitido el reciente 2 de enero por la Ejecutiva Federal del PSOE.
¿Es posible, es siquiera imaginable, que dos fuerzas tan heterogéneas como la Iglesia Católica y un partido político entren en polémica directa sobre conceptos de legitimidad constitucional y orden jurídico democrático? ¿Es serio que un partido político eleve al nivel de cuestión constitucional el por lo demás interesante tema de las relaciones conyugales? ¿Es serio que, a estas alturas de la civilización occidental, ya en pleno siglo XXI, la Iglesia española arremeta contra la que describe como "una nueva oleada de ilustración y de laicismo"? ¿No sería más razonable que el César se conformase con lo que es del César, y la Iglesia con lo que es de Dios?

¡Ay de los liberales en esta España nuestra! Vuelven a no saber donde meterse. De la izquierda les ha desterrado Rodríguez Zapatero, que se manifiesta en las antípodas de aquellas páginas luminosas en las que, hace casi ocho décadas, un gran ministro socialista y republicano español afirmaba que "somos, ante todo, liberales (...) la Monarquía y la República serán liberales o no serán, el socialismo y el sindicalismo serán liberales o no serán (...) queremos un régimen económico liberal (...) queremos un régimen jurídico liberal (...) la desaparición de los últimos vestigios del romanismo y del feudalismo, la consagración legal de los derechos individuales en materia civil (...) por el influjo de la moda, no pocos hombres de la izquierda vacilan en sus convicciones liberales. Nosotros, no (...) Más liberales hoy que ayer, más liberales mañana que hoy".

De manera que, cuando no pocos ciudadanos decentes y honrados de la izquierda, disgustados por el rumbo cainita de Rodríguez Zapatero, podían sentirse tentados a facilitar una alternativa liberal, se les aparece enfrente el rostro más intolerante de la antigua derecha antiliberal para obligarles a plantearse el popular y humorístico "madrecita, que me quede como estoy". Y sin embargo, las encuestas dicen que el PP aún puede ganar las elecciones en marzo, si lo hace bien, esto es, si centra las líneas de campaña, si consigue que la sociedad asuma la realidad de la situación de la economía, si recompone el diálogo con los nacionalismos moderados, si consigue convencer a todos los suyos de que el espacio de las libertades es el más resbaladizo y hostil para Rodríguez Zapatero. En definitiva, si hace visible que el adversario a batir no es tanto el socialismo democrático, que incluso podría llegar a ser un gran aliado, como el hombre, Rodríguez Zapatero, que se adueñó del PSOE con apoyos, dependencias y objetivos que aún están por describir.

Como es natural, Rodríguez Zapatero, que cuenta incondicionalmente con los escaños de IU y BNG, pero que se sabe en el filo de la navaja, afina y ajusta su estrategia electoral, de manera que probablemente sea cierto lo que se asegura en Barcelona de que la cabeza de Montilla está servida en bandeja de plata a CiU, en forma de adelanto electoral en Cataluña, si los escaños del nacionalismo catalán llegan a ser imprescindibles en el Congreso. Quizá también sea cierto que hay trato cerrado con el PNV para esa misma eventualidad y que la oferta consista en vestir de formato federal una realidad confederal para el Estado.

Mal horizonte y peores escenarios para los liberales, sea quien finalmente sea la víctima del destino en los peculiares idus de marzo que se acercan. A menos que Mariano Rajoy de, simbólicamente, el puñetazo en la mesa que le reclaman sus mejores colaboradores, para que la opinión pública pudiera visualizar un eventual triunfo del PP como la victoria de una alternativa liberal y modernizadora de la que nadie pudiera sentirse honradamente excluido.
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