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Nueve días para ganar un pulso

Hace treinta años todos los que estábamos cerca de D. Juan Ajuriaguerra, le veíamos como una moto. Tras cuarenta años de persecución y silencio, parecía que se había quitado un sucio y pesado saco de encima, y, no había reunión, viaje o acto en el que no estuviera. De haberle visto por aquellos días, Marcel Proust hubiera escrito la segunda parte de su libro “En busca del Tiempo Perdido”.

Por eso apareció en DEIA la noticia que Ajuriaguerra había sido propuesto para la Presidencia del Consejo General Vasco, aunque, a decir verdad, aquello estaba aún muy verde ya que la cuestión nabarra y la devolución del Concierto Económico a Bizkaia y Gipuzkoa, estaba haciendo demorar la operación mientras ETA seguía haciendo de las suyas. Unos estábamos en la construcción del País. Otros, en su destrucción.

Tras el asesinato del comandante Joaquín Imaz hicimos público un comunicado preguntando que había detrás de ETA porque no era comprensible que se presentaran como los salvadores de la patria cuando comenzaban a hundir todo el proyecto nacionalista incluyendo una Navarra formando parte de Euzkadi, sin contar con la barbaridad de ir acabando con vidas humanas.

“¿Qué hay detrás de ETA?. ¿A impulsos de quién se producen, consciente o inconscientemente, esta serie de despropósitos políticos, cuyas consecuencias inciden funestamente sobre el pueblo Vasco?” decíamos en el comunicado.

“El último asesinado de ETA en Pamplona es, probablemente, una de sus más torpes equivocaciones. Con su acto incalificable, ha permitido que los sectores políticos más reaccionarios y anti-vascos de Nabarra capitalicen, casi morbosamente, su crimen, excitando las pasiones del hombre de la calle contra lo que describen como una agresión a Nabarra. Sirviéndose del cadáver del Comandante Imaz, estos sectores atacan el proyecto preautonómico vasco y moviliza Nabarra contra lo que constituyen su misma esencia: Lo vasco”.

ETA, H.B. y A.N.V. deben saber hoy que de aquellos polvos en 1977, tenemos los actuales lodos.

Pero si Nabarra era una asignatura diaria pendiente también lo era la demanda de unas elecciones municipales que limpiaran de franquistas todos los ayuntamientos. Y, sobre eso, no había fecha.

De ahí que en Lemoa, hartos de un alcalde como Llona, decidiera la Junta Municipal del PNV encerrarse en el ayuntamiento. Hombres curtidos, con una manta y un termo, se encerraron por espacio de nueve días en la sala de plenos hasta que la guardia civil les sacó de la casa consistorial. Les desalojaron, pero ganaron aquel pulso que marcó un hito.

No avisaron a nadie. Ni a sus mujeres. Lo decidieron y lo hicieron. Llevaron su acción hasta las últimas consecuencias. O dimitía el alcalde o los sacaba de allí la Guardia Civil. Y les sacó la Guardia Civil y dimitió el alcalde.

Su gesto, de David contra un Goliat acorralado, abrió el paso y el camino.

Nuestra organización, lenta en su maquinaria al principio, comenzaba a moverse. Su ritmo ya no lo paraba nadie. Pero fueron ellos, los hombres de la barba de nueve días, los que habían abierto la brecha.

Fueron ocho hombres de pocas palabras. Fueron ocho hombres que anudaron en aquel encierro una buena amistad. No en vano pasaron nueve días en una habitación analizando día a día cada nuevo detalle, aguzando el ingenio para triunfar, redactando lo que jamás hubiesen pensado en redactar, creciéndose en la prueba, animándose unos a otros... Fue una experiencia singular. La misma hecha por un grupo de jovencitos melenudos, quizás hubiera logrado largos espacios en la prensa o el guión de una película americana: Nueve hombres contra los residuos de un dictador muerto. Y al dictador y a sus acólitos, aquellos hombres volvieron a enterrarlo.

Fue un pulso. Duró del 24 de noviembre al 3 de diciembre. Por un lado un Gobernador temeroso de que la dimisión de una Corporación significase el derrotismo de las demás; por otro el hecho de que si apoyaba a un hombre antipopular de AP, se enajenaba lo poco que podría tener; por el de más allá el hecho de que lo que representaban aquellos hombres no era una postura personal sino la postura motivada en el respaldo popular del 66%, y finalmente el gravísimo hecho de que la situación del alcalde digital era insostenible.

Y el problema trascendió el ámbito de la Junta al unirse los tres concejales del Tercio Familiar.

Y triunfaron. Sin gestos, tranquilamente, sin poses, entusiastamente. Era fantástico ver a aquellos hombres militar y dar ejemplo en el pueblo y sobre todo a otras Juntas. La de Lemona se había encerrado con todas las consecuencias. Y el pueblo vasco, las Juntas, y el corazón del pueblo estalló al grito unánime de: ¡LLONA KANPORA!. Era el grito de unos hombres rudos que un buen día se dijeron: “Esto no puede seguir así. Tenemos que hacer algo”. Y lo hicieron. ¡Vaya si lo hicieron!

Recuerdo haber estado visitándoles en su encierro y de cómo el viernes dos de diciembre se celebró una asamblea popular en la parroquia para informar sobre el motivo del desafío y discutir la dimisión del ayuntamiento franquista. Asistieron unas trescientas personas de un municipio de tres mil habitantes.

Y aquello fue tan contundente que al día siguiente se presentaban a las nueve de la mañana un cabo y un número de la Guardia Civil en el salón de sesiones del ayuntamiento diciéndoles: “Tienen un cuarto de hora para desalojar. Es una orden del gobernador”.

Llamamos al gobernador desde el Bizkai. “En vista de que los encerrados se niegan a salir, me veo obligado a aplicar la ley” nos contestó. Era su ley. Y la respuesta de los encerrados fue que no saldrían de allí a no ser que fueran maniatados, reducidos y obligados por la fuerza. Y así tuvo que ser. Bajados de dos en dos hasta la calle. Allí les esperaban unas cien personas.

Pero la cosa no paró ahí. En aquellos tiempos teníamos una capacidad de movilización increíble. Y por eso el domingo cuatro de diciembre de 1977 unas cuatro mil personas nos congregamos en la plaza de Lemoa con un mitin en el que habló Ormaza, Intxaurraga y quien había sido el alcalde de Lemoa en la República, Victor Linaza. Por último se leyó un comunicado de la Junta Municipal que fue coronado por los gritos de “Llona Kampora! Y “Llona, dimite, el pueblo no te admite”. De allí nos fuimos en manifestación hasta la casa de Llona, protegida por un Land Rover de la Guardia Civil. No hizo falta. Teníamos un buen servicio de orden que impidió que un grupito a los gritos de “Llona Hormara” desvirtuara lo que habíamos conseguido en nueve días con aquella resistencia pacífica.

Al poco, Llona dimitió. La limpieza democrática de los ayuntamientos fue nuestro siguiente objetivo.

Fue la victoria más importante alcanzada desde las elecciones legislativas del 15 de Junio, la postura más bonita y digna, la iniciativa más a favor del nacionalismo que podía tomarse, el ejemplo de militancia más fuerte dado a una juventud que pedía acción.
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