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País de mirones y exhibicionistas

País de mirones y exhibicionistas

Somos mirones. Voyeristas sin remedio. Y su contraparte obligada, exhibicionistas. Los reyes del fotolog, a juzgar por cifras recientemente divulgadas, que indican que hay dos millones 875 mil 379 bitácoras gráficas chilenas registrados al día de hoy en fotolog.com, el sitio más popular de este tipo de álbumes virtuales (que tiene concentrado por sí solo –según nos informa la prensa- el 76% del total de fotologs a nivel mundial).

En esa materia les sacamos gran ventaja a países latinoamericanos mucho más poblados que el nuestro, como Argentina, Brasil y  México.

Confieso que en estas cosas no soy un gran experto. Apenas me las arreglé alguna vez para poner en el ciberespacio, en una dirección equis (Picasa o algo así), las típicas fotos familiares con objeto de que las vieran parientes que viven lejos. Hasta ahí llega mi “expertise”, como se dice ahora, para usar la última palabra gringa de moda.

Pero me dicen (y confío en la palabra de mis informantes) que el fotolog, sobre todo en el caso de las y los adolescentes, sus principales usuarios, es antes que cualquier otra cosa una forma de reafirmación de identidad ante el mundo. Además de una expresión de narcisismo –“véanme, aquí estoy yo…”- en una época en que si hay algo que la caracteriza es el solipsismo y la mirada al ombligo.

Estamos llenos de medios de comunicación, podemos conectarnos con las personas a través de un click en el mouse, una palm o un celular, pero nunca, y ésa es la triste paradoja, hemos estado más solos. 

Como lo muestran películas como “Perdidos en Tokio”, que tratan de nada –es decir, de todo-, mientras la gente ve cómo se le escurre la vida entre los dedos desde los ventanales de un hotel vitrificado y ultramoderno en el que ni siquiera tiene muy claro cuál es la razón por la que se encuentra allí.

Identidad. Ese es el tema de fondo detrás de los blogs, los fotologs y todas las palabras terminadas en log que se les ocurran. El universo es un espejo opaco para millones de sujetos que no se ven reflejados en los medios ni en la agenda con que estos alimentan su vida diaria.

“Ayuda a olvidar lo aislados que estamos del resto del mundo. Es una manera de estar conectados”, afirma la socióloga Paulina Ruiz, en una nota del diario El Mercurio, refiriéndose a este boom de los micromedios.

Un modo de reconocerse en medio del veloz baile de máscaras de la modernidad. Como el nickname que se acuña en un instante para el Messenger, y que al rato ya deja de servir porque cambió nuestro variable estado de ánimo. Y, claro, “nunca te bañas dos veces en el mismo río”, como decía el viejo Heráclito.

Un reportaje aparecido recientemente en La Nación, “¿Te calienta mi fotolog?”, dice que éstos son también la vía regia para tener el consuelo de quince minutos de fama y gozar de una brizna de eternidad dentro del círculo de amigos que conforma una comunidad virtual.

Como sea, este fenómeno de adolescentes desorientados calza a la perfección con un país como éste que, según un amigo, no ha pasado de la etapa de la fijación oral.

No por nada uno de los programas de televisión favoritos del público es el del Kike Morandé, con sus chistes de doble sentido, que nos remiten a esos años de calentura colegial exacerbada en los que todo se centraba en andar mirando culos o tetas, poner espejos en las escaleras o masturbarse como endemoniados.

No por nada, tampoco, el diario más vendido es LUN, que nos ofrece una dosis cotidiana de erotismo subprime para ponerle un poco de ardor a una vida más bien desangelada. Y los cafés con piernas, y los videos hot de Terra, etcétera, etc.

Ante este desolador panorama, yo me quedo, aunque suene arcaico, con la lectura, con esa hilera de hormigas que son las letras, las que actúan como mi cable a tierra y me impiden sumarme a la “videovida”, como forma vicaria de la existencia.

Acabo de leer una magnífica columna de Tato Pavlovsky, dramaturgo argentino, en Página/12, que me interpreta cabal y plenamente. En ella señala: “Como dice Deleuze en una contestación a Toni Negri: todos los días tenemos que inventar un acontecimiento, crear burbujas de incomunicación. Hacer siempre algo impredecible, intempestivo. Algo que nos sumerja en la alegría de la potencia. Algo que nos dé sentido frente a un mundo que nos ha robado todo. También el sentido. Pero no lo lograrán, dice el filósofo francés”.

Deleuze, por si alguien lo ignora, en 1995 se lanzó al vacío por una ventana de su apartamento en la Avenue Niel, en París. No obstante lo cual, su colega Michel Foucault, otro maître à penser, afirmó, con absoluta seguridad, que “un día, el mundo será deleuziano…”

Yo estoy totalmente de acuerdo con él y, por cierto, con Deleuze. Nos han robado todo, hasta el sentido. Pero seguimos luchando por recuperarlo. Y a mi modo de ver ayuda más en esta empresa (tal vez porque soy un inmigrante digital y no un nativo de la nueva era) un texto bien escrito que un fotolog.

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Carlos Monge Arístegui
Escritor y Periodista
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