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De Faúndez a Faúndez

De Faúndez a Faúndez

¿Por qué la escandalera que generó Lavín con su proclamación de “bacheletista aliancista”? Porque le ‘achuntó’ en la lectura de las sensaciones y motivaciones que tendía a predominar en la epidermis de Chile. Motivaciones y sensaciones que se han ido generando al son de las mutaciones profundas en el cuerpo social del país.

Es un asunto duro de deglutir por quienes han estado absorbidos durante tantos años en la política, sean de derecha, de izquierda o de centro. Porque cuesta muchísimo leer cuando, de golpe, el analista y el político se encuentran con alfabetos, idiomas y códigos extraños.

Lavín demostró esa capacidad de leer lo nuevo en la campaña presidencial de 1999, cuando amagó seriamente la candidatura de Lagos. Tuvo olfato, perspicacia y astucia políticas, agregados a la serenidad y atención con que él y sus asesores procesaron los datos provenientes de la multiplicidad de estudios económicos y sociales y de las benditas-malditas encuestas, que confluían en que algo grande estaba pasando en la disposición de los universos masivos.

Como muchos reconocieron, en aquella oportunidad superó a los estrategas más avezados de la Concertación. Y lo hizo porque atinó con lo que pasaba en las percepciones de la gente. Lo hizo tan bien, como lo había hecho el equipo que diseñó la franja del NO para el plebiscito de 1988, comparando con la torpeza que demostraron los gremialistas a cargo de la del SI.

PERPLEJIDAD 1999

En 1999, en los fueros íntimos de una mayoría de los chilenos la divisoria del NO de 1988 había dejado de ser el “antes y el después” de todas sus opciones. Las grandes mayorías sentían que Pinochet y el pinochetismo ya no estaban en los cuarteles sino que ingresando al geriátrico. La gente sentía que las libertades habían llegado para quedarse y se habían desprendido de los temores a reversiones autoritarias. Sin mayores sofisticaciones, la “masa” había internalizado que ya no era posible barrer con el “modelo económico” heredado de la dictadura, por lo demás bastante corregido por los dos primeros gobiernos de la Concertación. Había un convencimiento generalizado de que la sanción a los violadores de los DD.HH. había encontrado un curso de cierta efectividad a través del sistema judicial, que ya se había despinochetizado lo suficiente como para dar confianza de que era posible que se hiciera justicia, “en la medida de lo posible”, y que los atropellos más graves y masivos lograrían algún tipo de reparación de parte del Estado.

Fue el fenómeno que los expertos identificaron con el personaje “Faúndez” de un exitoso comercial televisivo, que interpretaba a una emergente clase media o categoría social catalogada de “aspiracional”. Esos cambios en el imaginario colectivo los captó Lavín, instrumentalizándolos en su campaña del 99.

El discurso lavinista de entonces descolocó a la Concertación, cuyos estamentos más politizados no lo percibieron o se resistieron a percibirlo como una muy buena aproximación al Chile real, al Chile que ya no era ni quería seguir viviendo la década de los 80. El estilo y mensaje lavinista enervó a los concertacionistas que habían estado en la lucha más directa por el desalojo de Pinochet, pero empatizó con el electorado más despolitizado. Y Lavín casi le ganó a Lagos en la primera vuelta.

El concertacionismo histórico, de rango medio, descargó sus furias sobre la figura de Lavín, por su presunta insinceridad y voluntad manipuladora de las conciencias populares, en las que encontraba acogida. No vio o no quiso aceptar que el lavinismo estaba atinando con el palpitar del electorado, lo que no captaban las experimentadas cúpulas del oficialismo. De un electorado nuevo o de adultos jóvenes que abandonaban progresivamente los puntos de referencia que predominaron bajo la dictadura y continuaron modelando la confrontación política durante la primera década de la transición.

La derecha de entonces, sobre todo la UDI, se puso detrás de Lavín, le hizo coro y arrastró al conjunto de los universos derechistas, no sin remilgos de parte del pinochetismo duro, particularmente de los ex uniformados vinculados a “excesos” en DD.HH., que comenzaban a sentirse abandonados.

PERPLEJIDAD 2007

Ahora la reacción de la derecha orgánica, militante, ante la proclama “bacheletista” del ex alcalde, es de catagórico rechazo. Está espantada ante el mismo engendro lavinista que nació de sus filas, que hace poco más de siete años la llevó hasta las puertas de La Moneda y que defendió a brazo partido hasta ayer mismo.

La derecha pasa por la misma perplejidad que padecieron los concertacionistas a fines de los 90. No puede o no quiere entender que se trata del mismo Lavín de antes, que les está avisando que los mismos aspiracionales del 99, los mismos “Faúndez”, se sienten mejor con los llamados a la “cooperación”, al “pacto social” y a “trabajar por Chile” que les hace la Presidenta Bachelet, que no con los “desalojos” y “descalabros” que auguran a diario los voceros de la Alianza.

El tema de las intenciones de Lavín -si pretende posicionarse como candidato presidencial para el 2009 y competir en serio con Piñera, o realmente no está en esa, como lo reitera a cada paso-, no es el verdadero problema de la Alianza, aunque la mayoría de sus dirigente no lo ve así. Ese es un asunto manejable, que cabe en la cajonera de las estrategias y corresponde tratarlo en su mérito.

Pero las cúpulas de la UDI y RN reaccionaron con espanto ante la osadía de Lavín de lanzarle un salvavidas al gobierno de Bachelet, que lo ven en caída libre, transitando por la crisis final que antecede a la gran victoria de la Alianza.

El problema es que en las dirigencia de la UDI y RN y en otros circuitos de poder de la derecha, no se capta la dimensión del desinterés ciudadano en la política que gira en torno a los partidos. Que la ciudadanía no está conectada con los pronósticos catastrofistas que sugieren “caídas libres” y “crisis finales”.

De eso es lo que está advirtiendo Lavín, a quien puede achacársele una alta cuota de responsabilidad en ese deterioro de la confianza pública en la actividad política, desde que se hizo fuerte con aquello de que “los problemas políticos no le interesan a la gente”.

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Pedro Martín P.
Analista político
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