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Carrera: ¿Un frívolo “niño bien”?

Carrera: ¿Un frívolo “niño bien”?

El domingo pasado, en el diario La Nación, se publicó una columna de opinión de Ángel Carcavilla que merece, creo yo, un par de reflexiones.

Bajo el título de “Héores” (sic) –¿dislexia atribuible tal vez a la mala conciencia?-, “el asesor de imagen” (que así se llama la columna de marras) comenta una biografía de O’Higgins, que apareció hace poco en librerías.

El libro se llama “Bernardo”, y su autor es Alfredo Sepúlveda, ex editor del suplemento Wikén de El Mercurio, a quien tuve oportunidad de conocer hace unos años, cuando publicamos algún relato “ad hoc” en la compilación “El crimen de escribir”, de Editorial Planeta.

Carcavilla, de entrada, elogia el texto y señala que “Sepúlveda se encargó de despojar al héroe de toda la prosopopeya con que lo adornan los textos escolares y los retratos de museo”. Hasta ahí vamos bien. Nada que objetar, porque aunque aún no he leído el libro sé que “Alfie” –como le dicen sus amigos, que lo siguen desde la época de la “Zona de Contacto”- escribe bien; y debe ser entretenido y amigable.

Los problemas empiezan cuando Carcavilla, el hombre que le cambió la imagen a los radicales en una campaña electoral pasada haciéndolos salir ante las cámaras bailando rap o hip-hop (no recuerdo bien cuál era el ritmo), se empieza a meter en honduras y a dar explicaciones simples para problemas de por sí son complejos.

Con un psicologismo bastante elemental, asegura que O’Higgins era un hombre “de poco carácter”, afirmación que no tiene ningún respaldo histórico conocido, y que su elevación por sobre el común de sus coterráneos se debió a su deseo de vengar las humillaciones que sufrió por ser “huacho” en la “empingorotada sociedad colonial”.

Es más: agrega que cuando tuvo oportunidad de concentrar el poder en sus manos (de la Logia Lautarina, que era el verdadero poder, Carcavilla no dice una palabra), el rubicundo chileno-irlandés “se portó como un cabrón” para vengar los padecimientos sufridos.

Agrega que fue “precozmente abandonado por sus padres”. Cosa que no se compadece, en absoluto con la realidad, pues don Ambrosio, el ex Virrey del Perú, si bien tardó en reconocerlo, veló todo el tiempo, a través de testaferros y validos, para asegurar su manutención, su educación en Inglaterra y finalmente lo convirtió en hacendado. Y su madre, doña Isabel Riquelme, estuvo todo lo presente que podía estar una mujer de su época en la formación de su hijo, y lo acompañó en las instancias decisivas de su vida.

De las riesgosas opiniones anteriores, no es responsable, por cierto, Sepúlveda, sino el autor de esta reseña, que puede haber entendido las tesis expuestas en esta suerte de biografía-ensayo a su regalado gusto. Eso es muy claro. Pero más adelante Carcavilla vuelve al ataque y dice que Sepúlveda pinta a José Miguel Carrera “como un malcriado insoportable que quería vestirse de héroe para demostrar a su padre que no era el holgazán inoperante que suponía”.

Otra vez, entonces, surge el psicologismo a la violeta, la tentación de poner en el diván a los “héroes” para hacerlos más de carne y hueso, y menos de mármol o de bronce.

Por esa vía, termina diciendo, con audacia ilimitada, que “probablemente hoy en día, O’Higgins habría sido diagnosticado como un sicótico con delirios mesiánicos y encerrado de por vida en un siquiátrico (Nota del autor: “¡No me defienda, compadre…!”). José Miguel Carrera lo habría pasado mejor matando su ansiedad de niño rico arriba de un BMW descapotable y tirándose a cuanta modelo farandulera existe, y a San Martín, con suerte, lo habrían encontrado muerto en algún suburbio mendocino con una jeringa colgando del brazo y un casete de Nick Cave en el bolsillo…”

Queda así, inaugurada, de este modo, una especie de “neocrítica histórica”, de corte farandulero y sensacionalista, que nos entrega una relectura sobre nuestros padres fundadores, que por lo menos a mí –que algo he leído de lo que sucedió de verdad en aquellos tiempos- me deja atónito y con la boca abierta.

Carcavilla, ese adelantado, que se gana la vida con la publicidad pero piensa que puede también tocar de oído en el campo de la literatura y de la historia, con esa misma soberbia “renacentista” de los economistas que nos infligen novelas (Andrés Velasco y Sebastián Edwards, para no ir más lejos), nos invita a repensar todos nuestros paradigmas a partir de su nueva sabiduría adquirida.

Esa que lo lleva a descubrir -como quien descubre América en el mapa- que San Martín consumía opio para combatir sus dolores reumáticos.

Si eso es lo más destacable que vale la pena recordar de un hombre que contribuyó a darnos la libertad como nación, la verdad es que quiere decir entonces que yo estoy hace mucho tiempo orinando fuera del tiesto, pues sigo considerando que son otros los aspectos que más lo singularizan y hacen perdurable su memoria. Y no el hecho de que tuviera o no una amante negra, o que su mujer –según algunas malas lenguas, que a Carcavilla le hubieran encantado- lo “gorreaba” de lo lindo mientras él andaba en sus campañas.

Por otra parte, no puedo dejar pasar –porque de alguna forma soy parte interesada en el asunto- su sorprendente aseveración de que Carrera lo hubiera pasado mejor como “niñato” –es decir, chico bien, auspiciado por la generosidad de sus padres- que como prócer de la patria. Si la idea era demostrarle a papá que era un hombre de pro, para empezar no se hubiera metido en las lides independentistas que a don Ignacio de la Carrera no le gustaban, por cierto, nada de nada; y le costaron dolores y pérdidas materiales y de las otras.

Y menos hubiera expuesto su vida y hacienda, como lo hizo, luchando contra los godos cuando iniciaron la reconquista del reino perdido. Luego de haber sido el primero que, como apuntó Neruda magistralmente, dijo “libertad antes que nadie” y se comprometió a fondo, sacrificando su vida familiar y personal, con la causa emancipadora.

Sacrificio que, pienso yo, modestamente, merece al menos algo de respeto o la mínima continencia que consiste en no hablar de las cosas que se ignoran.
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Carlos Monge Arístegui.
Escritor y periodista. Autor de la biografía novelada “Carrera: El húsar desdichado”.
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