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¿Amnesia o cinismo?

¿Amnesia o cinismo?

El asunto de las injerencias externas en cuestiones de política nacional se ha vuelto recurrente. Entre chiste y chiste, la relación entre el presidente Evo Morales y Hugo Chávez, ha generado otro falso escenario de polarización entre quienes se dicen independientes, soberanos y nacionalistas, y los que son acusados de todo lo contrario. A cada dos por tres, las páginas de la prensa nacional se llenan de acusaciones y contraacusaciones entre el Gobierno y sectores de la oposición, que han convertido este enfrentamiento en una tribuna de denuncia escandalosa.

Tales son los gritos al cielo y el rasgarse de vestiduras, que algún ingenuo hasta podría llegar a pensar que este país, hasta hace un par de años, era realmente libre y soberano. Habría que descuidarse nada más un poquito para creer que, quienes hoy denuncian y ayer estaban en función de gobierno, son vírgenes en cuanto a injerencias se refiere. Afortunadamente o lamentablemente, no lo sé, a los bolivianos ya no nos queda una pizca de ingenuidad, sobre todo cuando se trata de temas políticos. Lo que sí parece habernos quedado es la cara de estúpidos, pues no se explica de otra forma el grado de cinismo de los que quieren aparecer súbitamente como los paladines de la independencia política.

Para zanjar esta engañosa discusión, creo que no nos vendría mal hacer un poquito de memoria, y recordar lo que ocurrió durante décadas en nuestra relación con el Gobierno de Estados Unidos. Para comenzar, habrá que decir que la cosa era mucho más grave, pues los americanos no solamente decidían “el cómo” de las relaciones, sino que también decidían el “con quién”. Si se respondía adecuadamente a los intereses de la potencia desde gobiernos democráticos, mucho mejor; pero cuando esto no era posible, se instalaban desde fuera dictaduras militares alineadas con sus políticas de seguridad. Para nadie es un secreto que los días del régimen de la Revolución del 52 terminaron meses antes del 4 de noviembre de 1964, con el asesinato del presidente Kennedy.

Durante los gobiernos de la actual era democrática se respetaron un poco más las formas, pero el fondo era el mismo. Las políticas económicas nacionales estaban sujetas a los dictados de los organismos financieros internacionales (que de “internacionales” tienen muy poco). La lucha contra el narcotráfico permitía niveles de injerencia alucinantes, al punto en que agentes de la DEA comandaban tropas bolivianas. Y quisiera ver quién se atreve a desmentir que, para decisiones de envergadura y nombramientos importantes, había que pedir permiso a la embajada americana. Inclusive algún célebre y poderoso Ministro de Gobierno con apodo de insecto, que no le temía ni a Dios ni al Diablo, mojaba los pantalones cuando sonaba el teléfono desde la avenida Arce.

La diferencia con lo que podría estar ocurriendo hoy, es que aquella dependencia no se discutía; solamente se pataleaba por mejorar su escasa compensación. Quien no me crea, puede preguntarle a Sánchez de Lozada cómo le fue en su último viaje a Washington, al que fue desesperado a pedir ochenta millones de dólares para sostener su gobierno: volvió con quince y el resto ya lo sabemos.

Si realmente la actual dependencia con Venezuela es como la pintan, habrá que considerar que por lo menos, Evo Morales se pudo permitir elegir una relación de cierta afinidad ideológica, que además reporta muchísimos más beneficios, tanto para los intereses del país, como para sus intereses políticos. Por lo menos parece que a él los “amos” le contestan el teléfono.

*Ilya Fortún
es comunicador social.

Tomado de la edición del 18/10/2007 de La Razón

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