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Los que nos confesamos monárquicos

Temo que no está bien visto en nuestros días declararse más bien monárquico que republicano, aunque, como es mi caso, uno se sienta monárquico, pero crítico con tantas cosas afectas a la monarquía de aquí y de ahora. No está de moda, simplemente. Todo lo más que admiten ser algunos tertulianos, bastantes escritores, no pocos políticos del espectro dominante, es “accidentalistas” . O juancarlistas. “Nos gusta cómo ha actuado Juan Carlos, pero somos republicanos hasta la médula”, vienen a decir los que algo dicen sobre el tema que nos ocupa. Y preocupa.

Recuerdo a mi padre decir, cuando estas cosas se planteaban en casa –porque estas cosas se plantean desde hace tiempo, aunque antaño no se quemasen retratos del rey por las calles--, que más valía conservar lo que tenemos, “porque” agregaba, “si el Rey se va al garete, todo se va al garete”. Creo que he heredado esa parte de su pensamiento: romper la legalidad constitucional ahora en un punto tan importante supondría un enorme trauma nacional. Y yo, la verdad, no veo que exista un entusiasmo popular por la forma republicana de gobernarnos suficiente como para alterar nuestra ley fundamental en lo que es, simplemente, su elemento básico.

¿Qué está ocurriendo entonces? Pues eso: que la Monarquía, en parte por algunos errores propios, en mayor parte aún por errores ajenos y en porcentaje todavía más importante porque lo consolidado nos aburre, ha dejado de estar de moda. Acreditados personajes desdeñan acudir a las fiestas a las que son invitados en el Palacio de Oriente, en un afán de mostrar su desapego a la Corona. Periodistas de enorme peso en la opinión pública no pierden ocasión, porque ello parece situarlos como más independientes, de sacudir una colleja en el real cogote siempre que ello viene a cuento, o aunque no venga.

Así, los que nos confesamos monárquicos porque creemos que la Corona es la única forma de cohesión territorial y política en España (imagínese usted un presidente de la república del PP y un primer ministro del PSOE: menuda cohabitación…) andamos como replegados, vilipendiados como si fuésemos unos cortesanos de Fernando VII, o, peor, validos de Carlos IV. Y no.

Corren malos tiempos para ciertas legalidades en lo referente a himnos, banderas y coronas. Que no son signos superfluos, sino elementos de unidad de un país que quiere seguir siéndolo, unido aunque diverso y todos esas cosas que se repiten desde voces oficiales de manera cansina, como si no acabaran de creérselo.

Y no, claro, no soy ningún entusiasta de la II República; no, al menos, de sus resultados. Ni del reinado de Alfonso XIII, ya que vamos a ello. Simplemente, soy monárquico en el aquí y ahora porque me parece la mejor forma de preservar esta bastante afortunada democracia que tenemos y porque tengo una idea de la valía de quien reinará en el futuro. Pese a todo cuanto usted y yo sabemos y en cuya crítica seguramente estaríamos muy de acuerdo.
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