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¿Por el novio o por la novia?

¿Por el novio o por la novia?

Y aquí pasa como en una boda, que siempre encuentras alguien que se acerca y te lo dice:

--Tu por quien vienes, ¿por el novio o por la novia?

Y es que no es eso, aunque mirando el bombín de Sabina sobre el taburete del escenario uno piensa que si la gente se casara todavía como Dios manda tendríamos una pista sobre quien es quien en esta pareja divina de locos maravillosos. Pero no, que no eso. Aquí cada uno, Serrat y Sabina, se lleva a su público para juntarlo en el fantástico banquete de su concierto. Son dos cantautores de culto y sus seguidores entonamos una tras otra sus canciones como quien reza el rosario en una religión pagana.

En cada estrofa recordamos tantos y tantos momentos en que aquellos ritmos y aquellas inolvidables letras acompañaron los mejores momentos de nuestras vidas. Cazallero Sabina está mejor que nunca convirtiendo en poesía los amores furtivos en la barra de un bar o haciendo grande la tristeza inmensa de un enganchado de un garito oscuro o un turbio rincón. Es un cantante urbano. Serrat, más grave y matizado en su voz, que a veces pelea con la orquesta, es más de pueblo, de irse por los cerros de Ubeda, haciendo poema la tragedia de un secarral perdido donde “nacer o morir es indiferente” o convirtiendo un amor juvenil en hierba “de la crece en el valle a golpe de sol y de agua”.

Interpretado por estos dos pájaros suena más fuerte que nunca Antonio Machado y no hay quien soporte la emoción escuchando el “!golpe a golpe!” sabiendo como han tenido que superar los dos los recientes golpes que les ha dado la vida. Y entonces volvemos todos a nuestra pagana religión e intentamos comulgar de su empeño y de su magia soñando que también somos capaces, como ellos, de que se transformen en el “!verso a verso!” del poeta.

Hay que reconocerlo. Muchos, que andamos por la quinta del avanzado cincuentañero que es Sabina y del sesentón que es Serrat, acudíamos al concierto con el morbo de cómo andarían sus voces tras tanto cántico y tanta batalla. Un poco también para auscultarnos a nosotros mismos. Están espléndidos como nos sentimos todos nosotros en su concierto, porque aún queda marcha para que nos den “las diez, y las once y las doce, y la una y las dos y las tres …”  porque al anochecer la luna nos encontró más vivos y añorantes que nunca.
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