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¿Odio al Rey?

Nos lo recuerda, muy oportunamente, el admirado escritor Josep Maria Espinás, nacionalista con seny, juicioso. Oportunamente, porque seguramente es aplicable a los disturbios antimonárquicos ocurridos en Girona, aunque él lo refiere a las recientes algaradas en el País Vasco.

Espinás cita a Bertolt Brecht, insobornable intelectual de izquierdas, al que seguramente ninguno de los autores de los disturbios ha leído, cuando dice que "el odio no genera honestidad, bienestar o convivencia, sino que destruye todo aquello a que se aplica, pero también a quién lo aplica".

Se podrá discutir, académicamente, si quemar en público unas fotografías del Rey traspasa los límites de la libertad
de expresión y hasta dónde, pero si eso no es un simple rechazo a la forma monárquica del Estado, sino que, además, va acompañado de frases como "cortar el cuello" al rey y otros por el estilo, está claro que va más allá de una legítima preferencia por la forma republicana y entra en el terreno del odio.

No estamos ya en una disquisición académica, sino en el campo de los insultos, de les amenazas, de la violencia punible En el terreno del odio. Del odio que -como nos dice Brecht y nos recuerda Espinás- no solamente destruye “tot aquello a què se aplica” (com “la honestidad, bienestar o convivència”) , sinó que destruye “también a quién lo aplica”.

El odio no es política, ni libertad de expresión. El odio es un sentimiento primario, rastrero, destructor. Y, principalmente, denigrante para el que odia.

Más que el Código penal, le es aplicable el menosprecio total.
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