Lo cierto es que nadie lo esperaba. Ayer almorcé con un diputado del Partido Nacionalista Vasco, de larga trayectoria, y puedo asegurar que nada sabía de la noticia. Josu Jon Imaz, presidente del Euskadi Buru Batzar del PNV, se marcha. No quiere ser reelegido en la Asamblea que su partido celebrará a comienzos de diciembre. No quiere ser reelegido a este precio, que supone que el PNV tiene ya dos tonalidades, la suya, moderada, y la de los otros, mucho más agresiva y soberanista. Tiene razón: una quiebra tal no puede darse en un partido político. Porque ya no es un debate interno: son las esencias lo que está afectado, el para qué se lucha.
Imaz dio la batalla contra algunos intransigentes, contra muchos conservadores y contra una mayoría que sigue anclada en la tradición soberanista, aranista, poco amiga de pactar con Madrid. Es una mala noticia para el Gobierno de Zapatero, pero lo puede ser peor aún para la oposición si resulta que el PP saca más escaños que el PSOE en las próximas elecciones de marzo; con Imaz se leja toda posibilidad de pacto con los nacionalistas vascos para Rajoy.
Porque este abandono –incluye el adios definitivo a la política, según el escrito de Imaz—tendrá connotaciones no sólo referentes al proceso de paz con ETA, que va mal también para el PNV, sino, más importante, en lo que toca a los pactos posibles ‘con Madrid’. Hasta ahora pactar con Imaz era relativamente fácil para el Gobierno de Zapatero; a partir de ahora no lo será tanto, de acuerdoi con todos los indicios. Ya ha comenzado el tono reivindicativo, ya se escuchan de lejos los tambores de la confrontación. La verdad es que todo podría haber ido bastante bien, y ahora esté yendo lo bastante mal como para que el Gobierno central comience a preocuparse seriamente.
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