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libre tránsito o muerte

libre tránsito o muerte

Había una vez… El cuento es muy sencillo. Uno de los derechos fundamentales de la persona, consagrados en nuestra Constitución, es el de “ingresar, permanecer, transitar y salir del territorio nacional”. Bajo esa premisa, además de generar indigestión múltiple y perjuicios varios, el bloqueo de caminos (ni hablemos de “regulaciones migratorias”) tiene la eficaz incontinencia de confinar-engullir una parcela del ejercicio de ciudadanía. Hasta ahí el principio, plenamente válido, en un Estado de Derecho (que no de derechas). Y así hasta las últimas consecuencias.

Pero allende la norma y su (in)cumplimiento, el “libre tránsito” tiene al frente (al costado, más bien), en igualdad de condiciones, otros dos derechos igualmente acreditados en la Carta Magna: “a la vida” (no es poca cosa) y “a formular peticiones individual y colectivamente” (nuestra especialidad como sociedad con fuerte densidad-tradición organizativa). En otras palabras: libre tránsito sí, pero no a costa de impedir la acción colectiva como recurso de presión ni, menos, poner en riesgo vidas de compatriotas, por muy testarudos o diferentes que sean. ¿Estamos?

Así las cosas, resulta preocupante la obsesión con la que algunas autoridades, cual vampiros en noche de luna llena, no sólo adoptan sino que exigen el recurso a la represión y la violencia para “despejar las rutas”. Primero desbloqueen y luego dialogamos. ¡A cualquier costo! ¿Y la atención estatal de las demandas sociales? ¿El procesamiento democrático de los desafíos políticos? ¿O es que acaso, en clave Goni & Co., el “monopolio legítimo del uso de la fuerza” otorga licencia para matar? Hay que preservar el orden legal, cierto, valoramos la gobernabilidad; pero no con base en el solo garrote o, qué grotesco, la intimidación (léanse listas negras).

Dicen las sangradas escrituras, con ingenuidad a prueba de humanas/anos: “amaos los unos a los otros”. Nada de eso. Bastaría con que lográsemos reconocernos-respetarnos en nuestra diversidad. Ya se ha dicho: el otro, disidente, no es “el enemigo” al cual debemos eliminar o someter. El otro, distinto-disidente, es un interlocutor con el cual habremos de buscar acuerdos por la “vía boliviana” de movilización en las calles, negociación en las instituciones y concurrencia masiva en las urnas. Y es que para llegar a la “tierra prometida” no por fuerza debemos pasar por el mar rojo ni cruzar ríos de sangre.

¿Blasfemar porque habrá una parada militar y, vaya sacrilegio, una “invasión” indígena en las magníficas palestras de Oriente? ¿Qué “provocación” es esa de juntar uniformados (la “institución tutelar de la Patria”) con campestres (esos desalmados) en un solo acto? ¿Tanto pánico provocan, en algunas reaccionarias narices, los pueblos indígenas y originarios? ¿Qué pasa con estos divisionistas de raza (perdón: unionistas juveniles) que no toleran la diferencia? Vuelvo a los derechos ciudadanos constitucionalmente garantizados: “la dignidad y la libertad de la persona son inviolables”. Y colorín colorado… El cuento es muy complejo.

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