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Décimo aniversario

   El décimo aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco ha tenido especial relevancia pública, a mi modo de ver por tres razones principales: porque el diez es un número redondo, que invita a conmemoraciones especiales; porque coincide con el final del falso alto el fuego de la banda que asesinó a Blanco, después de toda una Legislatura de negociaciones entre los asesinos y el Gobierno llena de sobresaltos, engaños, medias verdades, mentiras abiertas y ocultaciones por parte de los encargados de cumplir y hacer cumplir las leyes; y porque estamos en plena precampaña electoral. Con este cóctel de circunstancias, el recuerdo de aquella canallada que dio origen al llamado espíritu de Ermua no podía pasar inadvertido.

   Es una lástima que no podamos citar lo que debería haber sido el motivo principal de esta conmemoración extraordinaria: que el espíritu de Ermua sigue vivo, que la conciencia colectiva mantiene la firme determinación de arrancar de raíz el terrorismo separatista cueste lo que cueste, y que los cambios de Gobierno son irrelevantes en esta lucha, razón por la cual la lucha contra la ETA no forma parte del debate electoral. Todo esto, que debería ser así, que creíamos que iba por el camino de ser así y que estuvo a punto de serlo, se fue por el sumidero de la historia cuando nos enteramos de que el partido socialista, con José Luis Rodríguez Zapatero al frente, llevaba preparando unas negociaciones con los terroristas desde antes de firmar el Pacto por las Libertades y votar a favor de la Ley de Partidos, y escamoteó durante años al conocimiento público unos contactos que, al final, sólo se han podido concretar -de momento- en el regreso del brazo político de los asesinos a las instituciones.

   Cuando todas estas cosas se han puesto sobre la mesa del conocimiento y el debate públicos, la reacción de los socialistas ha sido acusar al Partido Popular de no haber secundado la estrategia zapatera (López Garrido), y de haberse apropiado del espíritu de Ermua, que debería ser patrimonio de todos (José Blanco). Yo ya comprendo que una parte considerable del noble pueblo español deja bastante que desear en cuanto a afición por la libertad y las libertades, la democracia y el imperio de la ley. Pero aun así, de verdad, de verdad, ¿nos merecemos esto?

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