Morir en el Líbano

Eran jóvenes. Eran paracaidistas. Eran soldados profesionales. Cuatro de ellos, hoy domingo, se han dejado la vida en Jiam (Líbano) en una misión de paz bajo mandato de Naciones Unidas. Encomiable misión, jaleada por casi todos los ciudadanos españoles, hasta que la cruda realidad de una de tantas guerras como las que hay en el mundo, declaradas o no, nos devuelven cuatro cuerpos en bolsas de plástico negro como hemos visto por la televisión.

España ha hecho honor a sus compromisos internacionales. Las Fuerzas Armadas son un instrumento más de la política exterior del Gobierno a cuyas órdenes están. Y todos, militares y civiles, saben -o deberían saber- que aunque se esté bajo bandera de la ONU no se trata de una gira campestre, que incluso cuando la misión tiene características de ayuda humanitaria se sigue estando en una maldita zona de guerra. Y, en ella, siempre acaba habiendo bajas. Que sean mortales o no, sólo es cuestión de suerte. La bomba o la mina que estalló al paso del vehículo militar español se ha cobrado cuatro vidas y ha dejado a los otros cuatros miembros de la dotación heridos de gravedad.

Muchas de las voces que, desde 1995, cuando empezó la escabechina en los Balcanes, pidieron a gritos la intervención militar para parar el conflicto (en la ex Yugoeslavia dejaron la vida 35 soldados españoles) clamaron por la retirada de nuestras tropas. Hoy, vuelven a decir, vuelven a gritar lo mismo.

¿Tiene sentido morir en el Líbano, aunque sea en misión de paz? ¿Tienen sentido las reglas de enfrentamiento que escrupulosamente fija, desde un despacho, el Comité Militar de la ONU? ¿Las fuerzas internacionales en misión de paz son la solución ante los enfrentamientos civiles, las carnicerías que se desatan en Oriente Medio? Preguntas sin respuesta. Constatación periodística de un incidente más -aunque por tratarse de tropas españolas nos resulte próximo- de los que, desde hace muchísimos años, se producen en la zona.