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La educación: antídoto contra la violencia

La educación: antídoto contra la violencia

En lo que va de este año, ya van registrados 22 casos de femicidios en nuestro país, según las alarmantes cifras del Servicio Nacional de la Mujer (Sernam).

El femicidio, definido como el asesinato de la mujer como resultado extremo de la violencia de género -ocurrida tanto en el ámbito privado como en el público- ha aumentado considerablemente en los últimos años. Y no sólo en los sectores de nivel socio económico más bajo, como se tiende a pensar, sino que también en los estratos más altos de la sociedad.

Sin duda, una situación aberrante que, generalmente, comienza en casa. Miles de mujeres son maltratadas física, sicológica y sexualmente por sus propias parejas, maridos, convivientes, o pololos. De hecho, el año pasado se efectuaron 95.829 denuncias en Carabineros por parte de mujeres, víctimas de violencia intrafamiliar. Un número importante, al que deben sumarse todas aquellas personas, que por temor a represalias de sus parejas, callan y optan por convivir silenciosamente con este calvario.
 
Esta infernal situación se origina, principalmente, a raíz de la repetición de conductas observada por el agresor en su infancia. En muchas ocasiones han sido testigos de maltrato físico y sicológico entre sus padres, lo que ha sido gatillante para llevar sus propias relaciones.

Como se puede ver, un círculo vicioso, del cual se va haciendo ‘casi’ imposible salir, en la medida en que se esté dentro de él.

Los niños van creciendo con una imagen errada de cómo tratar a la persona amada. Y a su vez, en muchos casos, la pareja lo soporta debido a que tiene esperanzas en que  algún día cambiará la situación. El típico perdón después del daño causado se transforma en el gran justificativo y se sigue adelante como si nada hubiera pasado. “Nunca más lo hago, te lo prometo, es que tengo muchos problemas” son las frases comunes que van generando un insano acostumbramiento con destino al infierno.

Los celos al ataque

En la actualidad, este tipo de violencia no se da sólo en las relaciones de convivencia, sino que también durante el ‘pololeo’. A modo de ejemplo, conocí personalmente el caso de una ex compañera de colegio, quien sufrió maltrato físico y sicológico, mientras pololeaba. En muchas ocasiones, vi a su pareja haciendo escándalos en distintos lugares, ya fueran públicos o privados. El principal problema: los celos. Ella me contaba que en un principio no era así, que era distinto y que con el tiempo se había transformado.

Por todo le hacía problemas: por la ropa, por el maquillaje, el peinado, porque conversaba con hombres, porque sí y porque no. No la dejaba hacer prácticamente nada, y se enojaba si ella le llevaba la contraria. Más de alguna vez recuerdo haber tenido que salir corriendo con ella, debido a que el “pololo” se había puesto celoso de alguien del lugar. Realmente celos sin razón, pues con el miedo que mi amiga sentía, evitaba todo tipo de conversaciones con cualquier desconocido. Después de un tiempo, dejó de salir y dejamos de vernos, incluso con quienes éramos sus amigas más cercanas.

Sin embargo, insistíamos en ir a visitarla y cada día la notábamos más nerviosa, que se comía las uñas, que tenía muy baja la autoestima y que ‘casi’ ya ni hablaba.  Una situación verdaderamente lamentable, pues estando consciente de que en los años de pololeo no se había comprobado ningún cambio de parte de él, ella igual insistía en que iba a cambiar. Y bueno, siempre lo perdonaba, ya se había convertido en un ciclo natural el discutir, maltratar, perdonar y seguir.
 
Como este caso hay miles en este país. Chicas que pese a no estar casadas y a no tener hijos que la vinculen con su actual pareja, de igual manera no se separan. Y no estoy diciendo que las mujeres casadas o con hijos deben aceptar los maltratos, pero sin duda que es mucho más fácil desprenderse de alguien con quien no existe ningún tipo de lazo que con quien sí los hay.

En muchas relaciones, las agresiones provienen no sólo de parte del hombre, pues ambos caen en una forma de relacionarse, marcada por la violencia. Ante la más mínima diferencia, se van a las agresiones verbales o físicas, sin medir las consecuencias.

Aquí juega un rol fundamental el tema de los celos, ya que por lo general, las discusiones se originan a raíz de este problema. No obstante, en la mayoría de los casos son celos injustificados, que hablan de una “celotipia” en la persona. Es decir, una enfermedad que tiene su origen en la misma personalidad del afectado; algo hay en esa personalidad que no funciona bien. La celotipia, pasión de celos, es una pesadilla malsana para el que la sufre (víctima), y para el que la vive (protagonista). Más que nada, son actos de una persona insegura y con autoestima baja.

Juntos podemos más

Pese a que la nueva ley de Violencia Intrafamiliar (Nº 20.066), en vigor desde el 7 de octubre del año 2005 expresa una mejor definición de lo que es este delito, estableciendo medidas de protección para las víctimas y un aumento en las sanciones para los agresores, aún no es suficiente. Tampoco lo son los programas llevados a cabo por los distintos ministerios relacionados, ni la fuerte tarea del Sernam para paliar con este calvario. No, no es lo máximo que podemos hacer como sociedad, ya que unidos podemos hacer mucho más. Este es un grave problema, que de no detenerse, va a seguir sumando más víctimas, con un solo castigo para los agresores: la cárcel. Pero no somos animales, somos gente civilizada y hay que trabajar en la prevención desde pequeños.

Como sabemos, ya se ha intentado rehabilitar a los maltratadores, sin embargo, un bajo porcentaje realmente ha cambiado. Por lo mismo, concentrémonos en los más pequeños de esta sociedad, en los niños. Muchos de ellos llevan una cargada mochila de discusiones y maltratos entre sus padres y hasta con ellos mismos, por lo que cuando crecen no saben el por qué de su inseguridad, de sus celos y de su agresividad contra el sexo opuesto.

Debemos trabajar en concientizar a los niños, ojalá desde los mismos jardines infantiles, a no seguir el ejemplo de sus padres, si se encuentran viviendo en un ambiente de violencia. Apoyarlos sicológicamente en los aspectos de su integridad y autoestima, de que no porque peleen sus padres, tienen ellos la culpa, o que deben repetir la conducta cuando más grande. Que no es una buena manera de convivencia y que los celos, definidos previamente de forma didáctica, pasan por un problema de inseguridad. De ahí en adelante, seguir con esta temática en el colegio, hasta que el niño ya tenga su criterio formado y pueda discernir entre lo que le hace bien y lo que le hace daño. En definitiva, una alternativa para poder tener, al menos, la esperanza de que los jóvenes del mañana, sí puedan conformar una sociedad de principios y valores.

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Karina Espinoza S.
Periodista
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