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¡Viva la Tercera República!

¡Viva la Tercera República!

Hace treinta años, el hoy presidente del Congreso de Diputados, Manuel Marín era un joven profesor socialista a quien tocaba estar en la mesa de edad de las Cortes Constituyentes. Acudió vestido de progre, como correspondía a la época. Uno de los padres de la Constitución, Gregorio Peces Barba, socialista como él, le espetó: “¿Adónde va usted con esa facha? Cómprese enseguida ropa como Dios manda”. “Al rato acudí con mi primer traje de chaleco”, explica hoy día uno de los cuatro supervivientes parlamentarios de aquella efeméride.

 Lo cuento porque, mientras Madrid se hallaba de fastos conmemorativos, Las Cortes Valencianas inauguraban el jueves su VII legislatura. La joven de edad en esta ocasión era Marina Albiol, una izquierdista que al quitarse su chaquetilla en la mesa presidencial exhibió una camiseta con el eslogan “¡Viva la III República!”

Nadie movió un músculo, debo decirlo.

Tampoco nadie le había advertido, como hizo Peces Barba al compungido Marín hace treinta años: “¿Dónde va usted con esa facha?”. Entre otras razones, porque la líder de su formación, Gloria Marcos, es tan republicana como ella y le importan las formalidades tan poco como a su compañera. ¿Cómo vamos a pedir, entonces, más educación a nuestros alumnos en las aulas, como propone el Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, si ni siquiera los representantes populares respetan unas normas de comportamiento no escritas?

Ya sé que la susodicha Albiol ejerce un derecho de libre expresión que tiene otros lugares y otros momentos donde mostrarlo. No quiero ni pensar qué hubiese ocurrido en caso contrario, el de alguien que con otras ideas portase una camiseta diciendo: “No a la educación de la ciudadanía”. O algo aun más pretérito: “Recuerdo de los mártires de Paracuellos”, por ejemplo.

Se habría armado la de Dios es Cristo. Los alaridos de una extrema izquierda ultrajada serían indescriptibles. Supongo que porque lo que para ellos es libertad de expresión se convierte en odiosa provocación si lo utilizan otros.

En el fondo, no es más que un caso de mala educación, como me decía en privado un sensato diputado del PSOE. Pero también de enorme ignorancia política. En un corrillo tras el acto, lo comentaba un respetuoso Francisco Camps: “Que hagan lo que quieran, pero son precisamente esas actitudes extemporáneas las que ahuyentan a los electores, que exigen que nos comportemos como debemos”.

Pues eso. Cualquier idea es defendible, por supuesto. Pero la forma, el lugar y la oportunidad de hacerlo, definen perfectamente a quienes la sustentan. Peor, pues, para ellos. 

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