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El oficio más viejo del mundo

Hace unos días me encontré en el Café Gijón con Arturo Pérez Reverte, con el que no coincidía desde hacia varios años.

El había quedado con una periodista que le iba a entrevistar, y como ésta tardaba en llegar, varias personas jóvenes se le acercaron a fotografiarse con él y a  pedirle un autógrafo. Observé su incómoda timidez por la imposibilidad de pasar inadvertido y cuando finalmente se dio cuenta que yo estaba en la mesa de al lado, nos saludamos con afecto y me preguntó. ¿Sigues en el oficio más viejo del mundo?

Yo, por un instante, dudé si decía que si  me dedicaba a la prostitución o si continuaba de periodista, que para el caso es lo mismo, así que le respondí: “Ya no. Ahora, aunque colaboro en algunos medios, me dedico a escribir novelas, con indudable menos éxito que tú”.

Recuerdo que conocí a Arturo cuando hacía un excelente programa en Radio Nacional que se llamaba “La Ley de la calle” en el que sus entrevistados eran quinquis, chulos, putas y algún que otro macarra, y creo que desde entonces él descubrió que había mucho en común entre los que cometen los delitos y los que los cuentan.

Sin embargo, con el tiempo, las cosas han cambiado y ahora los periodistas no se enfangan en la calle sino que lo hacen en las tertulias. Antes los periodistas dudaban, ahora lo tienen todo claro. Hace años los buenos y los malos estaban repartidos, ahora todos están en uno u otro bando. Entonces éramos amigos, ahora, como mucho, nos conocemos.

Eso de ejercer de periodista, siempre ha sido una profesión digna y necesaria, porque ha sido un poder nivelador y critico con el poder político, hasta que han empezado a confundirse las cosas y la línea editorial la marcan los partidos.

Ahora la gente no te pregunta  en qué medio de comunicación trabajas, sino para quién escribes, y a estas alturas de la película ni siquiera esa cuestión es importante porque o estás en la línea política de periódicos que se llaman independientes sin que se les caiga la mancheta de vergüenza o te pasa lo que a Hermann Tertsch.

Confío en esos periodistas jóvenes que ejercen el oficio más viejo del mundo, y espero que cuando nos vayamos retirando los de antes ellos recuperen las esencias de lo que esto fue y nunca debió dejar de ser.

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