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En un coloquio con el juez Garzón sobre Iberoamérica

Zapatero propone el diálogo para resolver el problema del desarrollo en Latinoamérica

Zapatero propone el diálogo para resolver el problema del desarrollo en Latinoamérica

Diálogo, diálogo y diálogo… es la ‘receta’ del presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, para resolver el problema del desarrollo en Latinoamérica. Diálogo y que Estados Unidos encabece una fórmula similar a la de la Unión Europea en el continente americano basada en la cohesión regional. Zapatero ha ‘dialogado’ con el juez Baltasar Garzón sobre “Derechos humanos y seguridad jurídica en Iberoamérica”, pero también ha afrontado el problema del terrorismo de ETA: “Estamos en la fase final”, aunque no sabemos cuánto tiempo puede durar, “pueden ser años”. Y ha pedido –sin citarlo- que el PP acepte su derrota en las urnas en 2004 y evite la confrontación en materia antiterrorista.
El presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, ha inaugurado el ciclo “Diálogos: derechos humanos y seguridad jurídica en Iberoamérica” dirigido por el juez Baltasar Garzón y patrocinado por la Obra Social La Caixa y el Centro Rey Juan Carlos I de España de la Universidad de Nueva York. Había gran expectación por este mano a mano Garzón-Zapatero, como demuestra la presencia de, además del ministro de Justicia, López Aguilar, el presidente de La Caixa, Ricardo Fornesa; sus directivos, Isidro Fainé y José F. de Conrado; Jaime Fernández, director del copatrocinador Centro Rey Juan Carlos I; distintos embajadores, como el de Argentina, y, en fin, todo tipo de personalidad del mundo económico o de la judicatura, como el presidente de la Audiencia Nacional, Carlos Dívar, o la magistrada del Tribunal Supremo Margarita Robles.

Respecto al tema antiterrorista en España –sin citar en ningún momento a ETA ni al PP-, Zapatero pronunció una frase enigmática: “Estamos en la fase final. No sabemos cuánto tiempo puede durar, pueden ser años”. Lo dijo después de afirmar que la violencia “es absolutamente inútil” y que “la democracia siempre gana a la violencia: la cuestión es saber cuánto tiempo los violentos seguirán instalados en el fanatismo criminal sabiendo que nunca ganarán”.

 En esta clave ‘interna’, Zapatero añadió que en este momento hay que evitar la confrontación –claro mensaje al PP, sin citarle, ni mucho menos a su líder, Mariano Rajoy-, porque “es un error para todos” y “al final, los ciudadanos marcarán el camino”.

 Siguiendo ese razonamiento, un ‘consejo’ de Zapatero para el PP de Rajoy: todos los partidos, cuando dejan de gobernar, tienen un tiempo de reflexión y en el momento que asuman más pronto su derrota electora “los ciudadanos más pronto les ayudarán”. Pero tienen que reflexionar y comprender que “han perdido, y no por culpa de la sociedad”. Así, “cuánto más tiempo se tarde en hacer autocrítica y renovar el proyecto, más tiempo tardará –el PP, lógicamente- en tener el respaldo social”.

Una ‘entrevista’ periodística

Había expectación, por tanto; pero el acto en sí mismo ha defraudado. No ha habido ‘choque de trenes’, como cabía esperar de la dirección del debate por un juez tan incisivo como Garzón, ni tampoco éste ha realizado al presidente español las incisivas preguntas que cabría esperar, conociendo su propia trayectoria profesional y personal. Ha sido, más bien, una ‘entrevista a lo periodístico’ –no ha habido realmente debate- donde Zapatero no ha estado en el mejor de sus momentos ni Garzón ha sido el ‘periodista’ inquisidor y mordaz que algunos hubieran esperado o deseado. Más bien, parecía todo atado y bien atado para que el acto no se fuera de las manos en un terreno resbaladizo.

 La larga duración del acto –dos horas entre la presentación y el debate- no ha dado lugar a grandes titulares. La primera parte ha versado, efectivamente, sobre Iberoamérica; pero luego, pero el juez y el presidente, en lo que ha parecido un juego pactado, han introducido muy sutilmente el caso español, es decir, la ‘cocina casera’ del terrorismo etarra, de la falta de colaboración del PP en las grandes cuestiones de Estado –especialmente en la antiterrorista- o de la gran Fiscalía General que el presidente quiere en España.

Otras ‘reflexiones’ presidenciales sobre la situación española fueron que, por ejemplo, en España no hay actitudes racistas ni xenófobas, ni siquiera en los altercados recientes de Alcorcón; que el suyo no es un Gobierno radical por ampliar los derechos ciudadanos a colectivos como el gay –ley de matrimonio, por ejemplo-, o quitar símbolos de dictadores, al igual que no son admitidos en otros países como Alemania o Francia. Lo ‘radical’, según Zapatero, es justo lo contrario: aquellos que niegan esos derechos. Según él, claro. Y en cuanto al fiscal general del Estado, una consideración final: quiere una Fiscalía con “más fuerza y más poder”.

La ‘unión’ de Estados Latinoamericanos

 Nada nuevo, realmente, es decir, ninguna ‘receta’ nueva para paliar la falta de desarrollo o la pobreza galopante que se vive en Latinoamérica, aunque ése era, precisamente, el objeto del ciclo. Zapatero repitió su fórmula mágica de “diálogo”, palabra que utilizó hasta en una veintena de ocasiones, tantas que hasta Garzón se lo reprochó cariñosamente.

 Si acaso, una fórmula nueva: “Estados Unidos debería liderar un mercado iberoamericano de cohesión similar al de la Unión Europea”. Se repitieron frases como “Estados Unidos tiene que entender a Latinoamérica”, o como que “Latinoamérica no puede tener un modelo contra Estados Unidos, porque es de rechazo y no es el fecundo”. Y, aún más lejos, a lo largo del debate reconoció que la fórmula pasa porque “tiene que haber un triángulo, y ese triángulo es Europa, España y Estados Unidos”.
 
Latinoamérica necesita, según el presidente español, primero “diálogo”; luego, partidos políticos “fuertes y sólidos” que puedan ir creando estructuras democráticas –recordó en este punto la “gran tarea” que realizó el SPD alemán con el PSOE español al final de la dictadura franquista-; después, más infraestructuras, más educación, más acceso al agua para competir con los grandes agricultores norteamericanos; más tarde, que núcleos productores de gas vean cómo su ‘producto nacional’ lo extraen y lo transportan empresas extranjeras, pero que la población allí residente no tiene siquiera acceso a ese producto energético –aunque matizó, claro, porque el escenario en el que se encontraba lo obligaba: “La solución no es nacionalizar”, sino dar acceso a la energía a sus propios núcleos sociales productores, desarrollarlos-, y, en fin, superar los conflictos entre países latinoamericanos y de estos con Estados Unidos a través de la democracia.
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