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Gregorio Ordóñez, hace doce años, o ayer

Hace doce años, el día en el que mataron a Gregorio Ordóñez, tenía yo que dirigir y presentar un programa de televisión. A toda prisa, cambiamos los temas y los invitados: el impacto causado por la muerte del fogoso ‘Goyo’ era demasiado fuerte. Uno de esos invitados, que por cierto había sido gran amigo del concejal asesinado por ETA, recuerdo que fue Román Cendoya, que por ahí anda ahora desempeñándose como tertuliano en radios y televisiones, donde ocasionalmente coincido con él. Otro, el hijo de un amigo mío, Juan de Dios Doval, tiroteado por la banda terrorista por el “delito” de ser un notorio militante de Unión de Centro Democrático en Sebastián. Y allí, el hijo de ‘Juanchi’ Doval nos dejó clavados al revelar que, siete años después de la muerte de su padre, veía pasar a su asesino, ya en libertad, frente a la puerta de su casa.

Ese día, hace doce años, hablando en directo en aquel programa, se me saltaron unas lágrimas indiscretas. El problema estaba ya ahí, el mismo: en España resultaba barato matar, siempre y cuando matases en nombre de la banda del horror. Hoy, desgraciadamente, la misma cuestión sigue planteada como polémica con tintes virulentos: ¿a cuánto tiempo de cárcel real y efectiva le sale a De Juana Chaos cada asesinato? Se comprende el escándalo provocado por los intentos, sin duda bienintencionados, de excarcelarlo para que no muera en prisión a causa de su irresponsable huelga de hambre.

Claro que llamar meramente irresponsable al causante de tanto dolor resulta un tratamiento muy conveniente para el asesino múltiple. Pero incluso con él ha de prevalecer el estado de derecho, que es uno de los pilares que nos hace mucho mejores que a ellos, los verdugos, nuestros verdugos desde hace casi cuarenta años. Incluso con él, la ley ha de cumplirse y, si tiene derecho a una prisión atenuada, beneficiarse de ella. Incluso él, ya digo, ese personaje que merece los adjetivos más crueles, ese ser cruel cuyo fallecimiento, sin embargo, tantos problemas podría causarnos.

No sé cómo reaccionaría ‘Goyo’ Ordóñez ante lo que está pasando, ante este último debate en el que se desgarran las dos españas. Sospecho que diría más o menos las mismas cosas que este jueves, ante un foro de empresarios, periodistas y correligionarios, dijo María San Gil, tan amiga del concejal asesinado, tan dura en sus planteamientos contra cualquier forma de negociación o incluso de aproximación a los nacionalistas: “A mí no me preocupa nada el futuro de De Juana Chaos”, dijo. Quién sabe cuáles serían las palabras de Ordóñez; puede que hubiese evolucionado hacia otras posiciones, aunque lo dudo.  Sí sé que conmemorar su memoria, este viernes, dará pretexto a algunos  para, de nuevo, poner sobre el tapete, muy legítimamente, sus ataques a la acción del Gobierno de Zapatero en este terreno.

Hubiese querido acudir, aunque discrepe en los métodos propuestos, y no tanto en el diagnóstico, a ese homenaje a Goyo. Admiré su entrega total, aunque en alguna ocasión discutimos abierta y lealmente sobre las formas, no sobre el fondo, sobre el trayecto a seguir, no sobre los fines. Otras razones me han impedido viajar este viernes a San Sebastián, y lo siento, aunque temo que las cosas que hoy se digan en el acto de homenaje no van a favorecer precisamente esa unidad contra el terror por la que claman los ciudadanos.  Goyo, en todo caso, seguirá siendo nuestro héroe.
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