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Mario Poliak

Isabel Perón: Atrapada sin salida

Isabel Perón: Atrapada sin salida

Con esa forma a veces brutal que tenía de decir las cosas -brutalidad que en cierta forma otorga la impunidad del poderoso- el general Juan Domingo Perón le dijo a un grupo de diputados peronistas que formaban el "ala izquierdista" de su movimiento: Puestos a enfrentar la violencia con la violencia, nosotros tenemos más medios.

La idea era persuadirlos de la necesidad de sancionar una ley que declarase "asociaciones ilícitas" a las organizaciones guerrilleras que él mismo había alentado en más de una oportunidad. "Si no hay ley, fuera de la ley también lo vamos a hacer violentamente... Formo una fuerza suficiente, lo voy a buscar a usted y lo mato, como hacen ellos", le advirtió de manera convincente el anciano líder al joven legislador, y por medio de él, a toda una generación.

Estas palabras -de las que, por otra parte, hay registro audiovisual, aunque parcial- fueron reproducidas en su momento por el desaparecido periódico "Noticias", editado por la guerrilla peronista Montoneros, con una fotografía en la que, junto a los diputados y el entonces presidente de la Cámara, Raúl Lastiri, se ve a Perón sentado al lado de su secretario privado, José López Rega, considerado unánimemente como el organizador de la banda ultraderechista Triple A, autora de unos 1.500 asesinatos políticos.

Sin duda, sería temerario achacar el comienzo de la violencia paraestatal a Perón, por la misma razón que no puede decirse de él que haya sido el fundador de la guerrilla porque alguna vez -quizá más de una-haya incitado desde el exilio a sus jóvenes seguidores, que abrazaron la lucha armada: "si yo tuviera 20 años, también estaría poniendo bombas".

López Rega, un oscuro cabo de la policía que se autonombró comisario, un rasputín moderno adepto al espiritismo y las prácticas de macumba, ejercía entonces gran influencia sobre el general. Era un servil secretario que lo ayudaba a higienizarse y le daba consejos de política. A él se atribuye haber ideado, armado y organizado la banda represiva ultraderechista "Triple A", autora de unos 1.500 asesinatos políticos, desde su cargo de ministro de Bienestar Social.

No hay dudas de que también ejercía una irresistible influencia con su viuda, María Estela Martínez de Perón, aunque es difícil creer, como pretende "Isabel", que era una ingenua y despistada muchachita pueblerina -oriunda de La Rioja, como otro ex presidente- que el destino "la puso ahí", casi sin quererlo, y que por lo tanto, no sabía ni se enteraba de nada.

Desde su exilio madrileño, adonde llegó en los 50 siguiendo los pasos de su esposo, tras su derrocamiento, Isabel intentará resistir la extradición que seguramente pedirán las autoridades judiciales argentinas a sus colegas de España. Por ahora, logró "zafar" de una orden de detención librada por el juez mendocino Héctor Acosta por el secuestro de dos personas a manos de la policía, una de las cuáles hoy permanece en condición de desaparecida. Para este magistrado, el "marco legal" de los decretos de aniquilamiento del accionar subversivo, permitió que ocurrieran hechos como estos, que serían moneda corriente luego, durante la dictadura militar. Otro, Norberto Oyarbide, con asiento en Buenos Aires, estudia la solicitud de extradición y analiza material probatorio "sobre el conocimiento puntual que podría haber tenido Isabel Perón como presidenta". Ese material, según trascendió, demostraría que algunos de los crímenes cometidos durante esa época, como el del diputado de izquierda Rodolfo Ortega Peña o el del ex subjefe de la Policía Bonaerense, Julio Troxler, habrían sido discutidos en reuniones de Gabinete.

La naturaleza de estos crímenes, considerados de lesa humanidad, pone de manifiesto los orígenes más cercanos (que en realidad tiene antecedentes mucho más antiguos) del terrorismo de Estado aplicado de manera sistemática en la Argentina, en el marco más amplio de la guerra fría.

El descubrimiento del diario "El Mundo", de España, de uno de los organizadores de aquella temible banda, Rodolfo Almirón -quien fuera en ese país custodia del ex presidente de la xunta gallega de Gobierno, el franquista Manuel Fraga Iribarne-, originó la reapertura de estas causas que dormían el sueño de los justos hace décadas, y ahora la Justicia se siente acicateada por la política de derechos humanos del presidente Néstor Kirchner.

Isabel, convengamos, no era una mujer preparada para los asuntos de Estado, y lo era aun menos para lidiar con una situación tan comprometida como la Argentina de entonces. Apenas si había sido en su juventud una mediocre bailarina de locales nocturnos, que la fortuna la llevó a conocer a Perón en Panamá, durante su larga marcha al exilio. Una buscavidas hecha y derecha. Una personalidad débil que cayó fácilmente bajo los influjos irresistibles del "brujo" López Rega, que hasta se daba el lujo de cachetearla en la misma Casa Rosada, en presencia incluso de testigos. Ella lo necesitaba en muchas ocasiones, como cuando por ejemplo debía hablar en público y "lopecito" solía "dictarle", palabra sobre palabra, lo que debía decir.

Pero, fuera cierta o no su ineptitud y su desorientación, lo cierto es que ejercía el más alto cargo en el Estado, y no menos cierto es también que Perón y López Rega ya están muertos y ella es la máxima responsable de lo ocurrido en esos años que aun queda con vida, tuviera o no plena conciencia de lo que sucedía entonces.

Es cierto que ella no firmó los polémicos decretos que la incriminan, ya que se encontraba de licencia, pero es difícil imaginar que, aun con ella de licencia, el entonces presidente provisional del Senado a cargo del Ejecutivo, Italo Luder, junto a varios ministros del gabinete peronista, se haya atrevido a hacerlo sin su consentimiento, máxime cuando López Rega aun detentaba el poder: más que difícil, es sencillamente imposible.

Enferma y con 75 años, hoy "Isabelita" debe hacer frente a los fantasmas de su conciencia, que siempre vuelven para cobrarse viejas deudas. Deberá ocupar su tiempo en la larga batalla legal que se avecina por la extradición, algo parecido -pero al revés- de lo ocurrido con el dictador chileno Augusto Pinochet, quien quería regresar a su patria creyendo que allí encontraría refugio, es decir, impunidad.

Ella, en cambio, bregará por permanecer en Madrid, donde a pesar del juez Garzón se siente más segura. O tal vez lo que busque sea, simplemente, ganar tiempo, creyendo que la proximidad de la muerte tal vez no habrá de redimirla, pero al menos la pueda poner a salvo de un castigo seguro.
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