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Mitrofán: Punto y final

Hace ya bastantes años se supo que un empresario español y presunto cazador de fieras, había abatido en un safari park en disolución cerca de Madrid, un león, previo pago de la cantidad correspondiente. Y se fotografió con la criatura salvaje en plan white hunter, acompañado de un negro que se suponía porteador o guía y que resultó ser el portero de una discoteca madrileña. El zafio cazador fue cazado con el consiguiente escándalo y rechifla. Nada tiene que ver con lo que aquí se narrará, si no fuera por ilustrar, con un caso extremo, que el engaño en la caza se produce con alguna frecuencia. A veces, a pesar, y para pesar, del cazador.

Durante casi dos meses se ha estado dando vueltas a un episodio, geográficamente lejano y primeramente aireado por la prensa rusa, sobre el abatimiento, en tierras de Vólogda, y por parte del Rey de España, de un oso previamente emborrachado para ponerlo a tiro del rifle real. La acusación es grave para un cazador si se presume que conoce el hecho, porque desvirtúa el espíritu deportivo y convierte la aventura cinegética en un consumado atentado ecológico, además de delito de lesa animalidad y de cruel burla. La absolución del presunto pecado por la fiscalía fusa de la región, en lugar de aclarar los hechos al decir que ni siquiera existió tal cacería, los oscurece todavía más porque, ciertamente, la cacería sí que existió. Y el oso, beodo o no, también existió. Y tanto mareo de la perdiz, o en este caso del plantígrado, bien merece una aclaración con pretendida vocación definitiva. Y conste que no la hago por reverencial espíritu hacia el Rey, sino por neto impulso de periodista.

Este verano pasado don Juan Carlos organizó un viaje a Rusia, dentrote sus vacaciones, invitado por el presidente Wladimir Putin. Y por preservar la intimidad y la seguridad no se dio a conocer. La primera etapa del viaje fue Sochi a orillas del Mar Negro cerca de la frontera con Georgia, que es una estación estival de moda entre la ya numerosa alta burguesía económica rusa. El Rey se alojó en el complejo residencial de dachas de su anfitrión Putin, quien le aprecia sinceramente. En una segunda etapa, el plan era la cacería de un oso y en principio don Juan Carlos había expresado el deseo de cazarlo en la remota península de Kamchatka, en el llamado cinturón de fuego del Pacífico, quizá por desarrollarse allí la especie más corpulenta y quizá la más apetecida.

Sin embargo, los servicios de seguridad del presidente ruso decidieron que el viaje tenía riesgos por el empleo de un helicóptero en un tramo del viaje para llegar a destino y quizá por posibles turbulencias del clima, o porque el lugar no reunía unas condiciones aceptables para la vigilancia. La zona es visitada por cazadores extranjeros en busca de trofeos y normalmente no está considerada de riesgo, pero quizá lo es para una personalidad de cuya integridad se ocupa el Estado ruso y en este caso el mismo presidente personalmente. Por eso se le dio la opción de Vólogda, región donde pueden cobrarse buenas piezas cinegéticas con mayor tranquilidad para los servicios que velaban por don Juan Carlos.

Allí vuela el Rey atravesando buena parte de Rusia de sur a norte. Putin no le acompaña en esta segunda y definitiva etapa. Comienza la cacería y en la primera jornada se escucha, relativamente lejos del puesto, el característico caminar del oso, rítmico y pasado, aplastando la vegetación seca, el crujir de ramas bajo sus grandes pies. Hay cierta expectación por saber si el oso le entra al Rey, si se le pone a tiro. Pero nada se oye. Al día siguiente ni siquiera se oyen las pisadas. El gobernador de la región de Vólogda está contrariado. Tiene un invitado real que es huésped del presidente y se puede ir de vacío. Difícil de digerir para su prepotencia y para el prestigio de su región como atractiva zona de caza.

Y aquí entran las especulaciones. El gobernador, hombre presuntuoso donde los haya, no está bien visto por algunas autoridades regionales de la protección del medio ambiente. Por culto a su personalidad o narcisismo, que viene a ser lo mismo, edita un calendario en el que las hojas de los meses del año estás ilustradas con fotografías suyas: una con un oso abatido, otra con un jabalí, otra con un venado y así hasta la docena. Y aquí viene la gran pregunta: ¿es el gobernador quien compra al ya célebre Mitrofán, un oso cautivo, hace que lo emborrachen y ordena que lo suelten para que entre en el campo de tiro del Rey? De ser así, don Juan Carlos, ignorante del engaño, lo avista, apunta, dispara y lo abate. Lo que hubiera hecho el más limpio de los cazadores. La velocidad entre asomar la pieza, encarar y darle al gatillo no permite percibir.

Ahora bien, pudo perfectamente ocurrir que esto no hubiera sido así y que un oso salvaje entrara en esa tercera jornada en el campo visual del Rey y lo tirara. Pero entonces ¿por qué la sospecha? Pues porque un funcionario justa o injustamente resentido con el gobernador, filtró esa noticia, verdadera o falsa, a un periódico local que sería reproducida por otro de Moscú y a su vez recogida por corresponsales extranjeros, avizor.

Ante el revuelo armado, la fiscalía de Vólogda no se le ha ocurrido otra cosa mejor, para quitarse el asunto de encima y quizá como ingenuo y torpe regalo de Navidad a don Juan Carlos y al gobernador regional, que decir, tras una investigación , “que el Rey no participó en ninguna cacería. De hecho no hubo ninguna cacería. Por nuestra parte el caso está cerrado”. ¡Pues vaya investigación! Después de interrogar a las partes implicadas, dueño del oso, conservador de la zona, etcétera, se niega nada menos que la mayor. Y para llegar a esa falsa conclusión, desde finales de octubre pasado se ha investigado por varios organismos locales bajo la coordinación del vicegobernador. Y si no hubo cacería, todos los argumentos para llegar a semejante memez sobran. Basta con consultar un libro de registro. ¿Cómo no se sabe desde el principio que el Rey de España estuvo cazando este verano en aquellas tierras?. Porque cacería, haberla la hubo. Mitrofán existió y sería sacrificado por su dueño como se dice la fiscalía, o abatido por el Rey bajo vil engaño para contento del gobernador y posteriormente del subjefe de Recursos Naturales de la región, quien denuncia el hecho en el diario Kommersant para jorobar a la alta autoridad regional y no parece que para fastidiar al Rey, quien es de suponer que le es indiferente.

En este asunto alguien miente o todos mienten, de una u otra manera. A los rusos de Vólogda me refiero. Y ya posiblemente no se sabrá la verdad: si la víctima fue Mitrofán o el trofeo fue un oso salvaje. ¡Qué más da!. El Rey, como cazador, siguió las inexorables leyes de caza: abatir el objetivo. Y si le engañaron, lo que le hubiera podido ocurrir al mejor cazador, le hicieron una canallada y así tiene el cabreo que tiene en este asunto y con razón. Solo con la sospecha. Porque es un auténtico cazador y no un mequetrefe que compra piezas para llenar su sala de trofeos. Y con esta conclusión creo que queda cerrada la polémica. No como los rusos que, implicados de una u otra forma, tiran iletradamente por la calle de en medio y asesinan el hecho mismo de la cacería. Pues si no hubo cacería ¿qué diablos han investigado durante dos meses?

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