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Tecnología con amor

Los regalos de moda esta Navidad y los que los Reyes traerán la madrugada del 5 de enero son los cibertecnológicos. Hay todo lo que ustedes se puedan imaginar y más. Ipods tan pequeños que parecen de juguete, videocámaras que casi no necesitan modelos o monumentos delante para sacar lo que uno quiera, teclados que se enrollan y se llevan como su fueran un pañuelo, navegadores de coche que ya no te regañan, sino que te llevan al fin del mundo... En lo que se refiere a teléfonos, ni les cuento. Y la carrera no ha hecho más que empezar. Las pantallas planas de televisión han crecido en calidad y tamaño y muchos se dejan la paga de uno o dos meses a cambio de ver el partido de fútbol casi como si estuvieran en el estadio, aunque la habitación donde la ven apenas cuente con seis u ocho metros cuadrados... En el metro y por la calle vemos a muchas personas con un bluetooth estratosférico en el oído, un pinganillo en lenguaje cheli. Y ya no les hablo de las play station, las superconsolas, juguetes interactivos y otros ciberobjetos que se han colado en nuestra vida cotidiana.

Hay sólo dos problemas. Uno, que muchos de los que tienen todos esos objetos -el primero, yo- desconocemos o no utilizamos el sesenta o setenta por ciento de su potencial real. El segundo, que, a veces, esos aparatos que son una maravilla y que nos aportan infinitas ventajas, nos aíslan del mundo. Algunos parecen seres enloquecidos que van por la calle hablando solos, dando voces en el autobús, con lo que nos obligan a enterarnos de cosas que no nos importan ni interesan, o dando órdenes desaforadamente a alguien como para reafirmar su papel de jefe. Algunos lo necesitan para sentirse importantes y que los otros se enteren de que lo son.

Y, luego, en casa, tener dos televisiones permite que el hombre, casi siempre, vea un partido de fútbol, mientras la mujer ve una serie o una película. Hay estudios que dicen que, además, un 50 por ciento de los españoles, lee un periódico, una revista, escucha la radio o está conectado a Internet mientras mira la televisión. Parece como si tuviéramos que hacer muchas cosas a la vez, aunque no hagamos ninguna bien. En muy poco tiempo, las posibilidades reales de hablar en familia o en pareja, de comentar las cosas, de dar criterios a los más pequeños son cada vez menores. Más aún cuando cada hijo tiene una televisión en su cuarto o un ordenador con acceso a la tele, lo que además de un disparate es una garantía de que no va a haber vida en común, sino gente que vive en un mismo piso. Si le regalan un aparato de éstos o lo regala usted, adjunte un libro de instrucciones especial: “utilízalo, pero no dejes que se convierta en tu dueño, Y recuerda que quien te lo ha regalado necesita tu palabra, tu afecto y tu compañía”. De momento, somos insustituibles. De momento...

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