Me agobia este afán de revisar ahora el franquismo. No es un afán unilateral: desde el Gobierno se exhuman cementerios y cunetas y falsos pensadores e historiadores advenedizos quieren, desde la derecha más radical, recrear con brillantes colores la que fue una época más bien gris, si no negra. Confieso que tampoco entiendo ese proyecto de ley de Memoria Histórica: no necesita justicias sobrevenidas quien sucumbió ante la injusticia, porque su memoria está limpia, como la de todas las víctimas. Los españoles sabemos muy bien que la razón está siempre de parte de aquellos a quienes llevaron al paredón con las manos atadas. Si quedaron débitos económicos pendientes, arréglense y en paz. No me parece que para ello haya que remover demasiados cimientos asentados. Ni violentar la sensibilidad de unos españoles que ya habían pactado tácitamente olvidar para siempre la época más oprobiosa de su historia.
Mucho me temo, si nadie lo remedia, que este 2007 que llama a nuestra puerta va a encontrar, precisamente en esta polémica sobre la Memoria Histórica, un nuevo motivo de enfrentamiento entre las dos españas. Lo cual, transcurridos setenta años de todo aquello que dejó a nuestra tierra dividida, llena de muertos y empapada de odio, no deja de resultar curioso. Sigo pensando, por tanto, que los españoles necesitamos encontrar razones para embestirnos los unos a los otros; lo verdaderamente pasmoso es que sea desde el poder que predica el mejor talante, y desde otros poderes contrapuestos, que llaman todo el día a la caridad y los valores cristianos, desde donde se atizan las hogueras. Qué país, Señor.
Si (
No(
