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Fábulas de estado

Fábulas de estado

Por Gabriel Elorriaga F
lunes 09 de febrero de 2015, 11:26h
 Entre las ficciones de Artur Mas destaca su obcecación en llamar "estructuras de Estado" a los inventos y oficinitas que instala por el mundo con evidente despilfarro de su deficitaria administración económica, financiando a ignotos burócratas y extravagantes juristas que realizan labores imaginativas de "acción exterior" u "organización interior", alentando propaganda de su partidismo nacionalista. En "acción exterior" cincuenta pisitos de esta naturaleza van a absorber recursos económicos de una autonomía en crisis en tiempos preelectorales.

                                                                                                             Estas oficinitas, a las que los medios informativos tienen la mala costumbre de llamar "embajadas" entre comillas y algunos ciudadanos inocentes se lo creen al oírlo de viva voz, donde no se leen las comillas, tienen de estructuras de Estado lo mismo que un tenderete de las Ramblas. La consecuencia es que, cada vez, son más frecuentes los comentarios de ingenuos catalanes en viaje al extranjero que acuden a tales oficinas creyendo que pueden resolverles algún problema y los empleados de dichos tenderetes les remiten a la embajada o consulado de España más próximo, tras expresar cortésmente su incapacidad para gestionar nada que no sea predicar separatismo.

             Una posición tan personal como la de embajador no depende nunca de la voluntad de quien lo destina sino del placet o aceptación de su rango por parte de la autoridad soberana ante la que se acredita solemnemente. Sin investidura diplomática por parte del país huésped no se da ninguna circunstancia que pueda justificar el gasto inútil de situar un empleado cualquiera en su oficina publicitaria. Por tanto, los cincuenta alquileres que va a pagar el señor Mas no tienen de estructuras de Estado más que la que se pueda atribuir a un restaurant de comida regional o a un stand de feria turística. Mientras la inversión y el empleo descienden en su comunidad y las pretensiones independentistas alimentan una incertidumbre dañina para la prosperidad de Cataluña, el señor Mas se entretiene en estas fábulas. Igual se imprimen fichas con diseño de falsas monedas para recordar a los ciudadanos lo poco que valdría una divisa sin respaldo bancario internacional que se estimula la labor de un juez cuya extraviada vocación le lleva a querer legislar en vez de juzgar. Como de la misma manera podría comprar submarinos sin marinos ni torpedos o financiar el lanzamiento de un satélite de comunicaciones con el cañón de Julio Verne, aunque no tenga ningún destinatario interesado en recibir sus señales. La consecuencia es que los inversores internacionales se interesan cada vez más por Madrid, donde no hay ni tan siquiera "mozos de escuadra" y sus delirios pasan factura a los sufridos catalanes, a los que somete a chanzas como las que le hicieron a Sancho Panza en la ínsula Barataria. Más paro, menos inversión, más fuga empresarial y poca seriedad institucional es lo que va a ofrecer Artur Mas en unas elecciones adelantadas con las que no solo va a dividir a los catalanes entre nacionalistas y no nacionalistas, sino a los nacionalistas entre sí.

              Estas fábulas de Estado manifiestan elocuentemente la no existencia de sentido del Estado, ni en el presente ni en el futuro. La impotencia de una red de actividades de "quiero y no puedo" son el peor cartel de Cataluña en el extranjero y en el interior. Su supuesta "acción exterior" consiste en hacer ver a quien sea capaz de encontrar sus oficinitas, que afortunadamente es muy poca gente, como se exhibe un proyecto de incertidumbre política y económica servido por unos partidistas contratados y sin la menor cobertura formal. Son trampantojos de falso relieve que producen desconfianza al público por su aire de improvisación e insolvencia. Una farsa de Estado de títeres que resulta mucho más cara para los administrados por la desconfianza que provoca y extiende que por el dinero que cuesta mantener sus bambalinas. Unas fábulas que desprestigian, con sus pretensiones sin fundamento, la seriedad y realismo que se atribuyen al carácter catalán en el mundo.
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