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Numerología

Numerología

Por Bruno Traben-Mitbe
miércoles 31 de diciembre de 2014, 15:52h
A las doce cero cero del día 31 del mes doce del año 2014 nos rendiremos una vez más a la magia de los números. En esa fe creeremos cambiar muchas cosas y empezar otras. Contaremos campanadas y uvas como las muescas en el cuerno de bisonte sostenido por la paleolítica Venus de Laussel contaban arcanos olvidados, tal vez ciclos lunares, tan rituales como nuestras fiestas celebrando solsticios y años solares. Milenios después de las mágicas matemáticas mesopotámicas seguimos conservando su siete sagrado en los siete días de la semana, consagrando cada uno a su correspondiente cuerpo celeste de los siete adorados en las siete plataformas de los zigurats babilónicos, del lunes lunar al domingo solar del Sunday inglés o el sonntag germano. No muy lejos de los caldeos, ciertos pitagóricos griegos adoraron las proporciones matemáticas del cosmos y los intervalos musicales de la lira, música interpretada con siete, cómo no, notas diatónicas. En esos ritmos numéricos escucharon la armonía de las esferas, y siguiendo ese compás cincelaron en las proporciones canónicas del mármol ático la belleza del número áureo desarrollado con la misma exactitud en las espirales de la galaxia o en las conchas de nautilos. Luego, en la oscuridad de los guetos medievales, la gematría cabalística se dio a los cálculos obsesionada con el valor matemático del alfabeto hebreo. Los místicos rabís dibujaban cifras en la frente del golem insuflándole la vida mientras hacían malabarismos algorítmicos con el aleph y la unicidad divina.

La mística adora los números sagrados, cifrando en tres las Gracias mitológicas, tan fabulosas como el trifauce Cancerbero, guardián final del destino encarnado en las tres Parcas, como tres son los vértices del triángulo símbolo divino o el Trimurti hindú, la Trinidad, las virtudes teologales o los tres días previos a la resurrección de Cristo, terna tan rítmica como el galope de los cuatro jinetes del Apocalipsis hacia los cuatro puntos cardinales, horizontes también de los cuatro evangelistas y su prédica.

La reverencia por los guarismos sumerios en Mesopotamia creyó leer el destino en la geometría celestial, anotando los nacimientos de futuros príncipes. Por ello la Biblia sólo menciona dos cumpleaños, el del Faraón en el Génesis y el de Herodes, reseñado por Marcos y Mateo. Para el resto de los irrelevantes mortales tendrían que pasar milenios antes de que alguien se preocupara de apuntar la fecha de nacimiento.

 O no. Los mejores podían adivinar, a posteriori, el momento exacto del nacimiento de profetas, nabíes y mesías predestinados por su carta astral a tan altos destinos. Eran, en tantas cosas, el precedente de los economistas capaces de predecir el futuro una vez convertido en pasado. Esa función oracular debió ser la de los Magos de Oriente, seguidores de estrellas hasta Belén. Astrólogos cuyo número no precisa ningún evangelio canónico, aunque acabaran siendo tres, como los tres miembros de la Sagrada Familia a quienes llevaron tres regalos; oro, incienso y mirra. Y ese fue nuestro año cero, el momento fundacional para los milenarismos, convencidos de un fin del mundo sagradamente numérico cifrado en el año mil, en el Efecto Dos Mil o en el apocalipsis maya anunciado para el 21 de diciembre de 2012, fin del decimotercer baktún, un ciclo de tiempo de 400 años tan sagrado como cualquier otro.

El vacío dejado por el retroceso de las religiones es ocupado por las ideologías políticas y sus aritmómetros; caso del nacionalismo catalán y su pretensión de convertir el año que termina en el punto cero del secesionismo basándose en la coincidencia numérica del tricentenari tan ritualizado como para convertir las 17 horas y 14 minutos de un partido del Barça en un instante de comunión política, con gritos exaltando una épica ausente en otros momentos de la vida ordinaria.

El carácter numinoso de la numerología se multiplica estas fechas, con la búsqueda de lotería de Navidad coincidente con la fecha de abdicación de Juan Carlos I, ese 02614 tan demandado. Y de no encontrarlo buscar a la desesperada el 19614, día de la coronación de Felipe VI. Otros, previsiblemente, no los mismos, agotaron los décimos del 17114, fecha oficial de fundación de Podemos, cuya carta astral está todavía en veremos. Ni el más infinitesimal reintegro tocó a ninguno de los tres, aunque el del bar de abajo, otro Antonio, guardara un décimo en un sobre para otro Manu, el vecino agarrado del tercero.

Pero como seguimos y seguiremos creyendo en cafés a veintiún euros y números providenciales tanto como la Venus lítica de Laussel en el poder de su cuerno de bisonte, siempre, nos decimos, nos queda el sorteo del Niño y seguir creyendo que todo lo que se proclama nuevo lo es en verdad. Mejor suerte y feliz Año Nuevo a la hora mágica.
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