Crispación, frustración, desesperación

Vamos a cerrar en pocos días uno de los calendarios más tristes de la historia reciente de la democracia. Pese a los difíciles avatares que hemos tenido que sortear los españoles en los últimos cuarenta años, ninguno ha afectado tan seriamente a la salud de los ciudadanos, y ninguno se ha cebado tan duramente contra las clases más desfavorecidas, como esta crisis galopante a la que nos han llevado sus "señorías".

Echando la vista atrás, revivimos casos de corrupción política en casi todos los gobiernos anteriores a este, huelgas generales por doquier, y manifestaciones que albergaban el propósito de la enmienda, algo que es común en todos los países y, por tanto, no dejaba de tener un halo de esperanza en la sociedad. Pero lo que está ocurriendo en la España de hoy ha rebosado con creces cualquier mala expectativa y ha degenerado en la desidia más absoluta que puede ofrecerse a una sociedad democrática.

La sociedad española es inteligente, comprensiva y resolutiva. Pero cuando los que tienen la responsabilidad de gobernar se apartan de la senda de lo social y hacen oídos sordos a la calle y establecen unas reglas de juego diferentes a lo que se espera de ellos, esa misma sociedad se queda desamparada y sin un rumbo cierto. Me refiero, claro está, a las masas sociales menos favorecidas, que son en gran parte las beneficiarias del estado del bienestar. Y entre los desfavorecidos de estos últimos años de gobierno del Partido Popular, se encuentran pequeños y medianos empresarios, asalariados de todo tipo y clases medias. Personas anónimas que llenan las páginas de los diarios con sus miserias, y algunos, afortunadamente los menos, con suicidios por desesperación.
Se nos dijo al principio que la crisis era culpa del despilfarro de los socialistas, pero con las medidas adoptadas por Rajoy, muchos entendemos que ha sido peor el remedio que la enfermedad. Rajoy se ha pasado de frenada, y ha querido suplir en cuatro años, el déficit de las cuentas de ZP, a consecuencia de cargarse el estado del bienestar y la salud de los españoles.

La crispación tiene mucho que ver con la falta de respuesta a situaciones puntuales, que se antojan, cuanto menos, fáciles de resolver, pero que no se acometen. Hemos pasado de la crispación lógica que produce la incertidumbre laboral y el paro, a la crispación que enerva a las gentes por falta de soluciones, por falta de amparo de la clase política y de los sindicatos, que viven ausentes de la realidad de la calle, tratando de salvar las pocas vergüenzas que les quedan, como representantes de los trabajadores. 

La frustración llega cuando la crispación no encuentra respuestas ni soluciones. Es el punto en que la gente corriente no tiene un claro referente ideológico, porque deja de creer en sus líderes, cuando los votantes del PP y del PSOE se desarman en otras fórmulas y opciones políticas, independientemente de que se ajusten a sus ideales o puedan converger en partidos salvapatrias y populismos de medio pelo, pero que sirven para mover las estructuras de un Estado corrompido hasta la médula, y sálvese quien pueda.

La desesperación anida cuando uno lo tiene todo perdido, cuando ya no hay clavo ardiendo al que agarrarse, cuando se te pasa por la cabeza, que mejor comida hay en la cárcel que en los cubos de la basura, pero al menos te llevas a algún "cabrito" por delante. Es ese punto en que a la gente le da igual ocho que ochenta, que ha perdido tanto, algunos incluso la vida, que señalan a los políticos; todos, como responsables de los males de que adolece esta sociedad corrompida y embustera, cuando a una persona cualquiera se le mete en la cabeza la idea de llenar un coche con bombonas de butano y estrellarlo contra la sede del PP o la de quien sea, y que salga el sol por Antequera, cuando ante la presencia de los políticos en la calle, te sientes obligado a cerrar los puños, contar hasta diez, y no pasar el resto de tu vida en la cárcel.o
 
Ismael Álvarez de Toledo
periodista y escritor
http://www.ismaelalvarezdetoledo.com