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Las estadísticas

Las estadísticas

Por Pascual Hernández del Moral.
miércoles 27 de agosto de 2014, 08:52h
Como ya sabes, compañero Venancio, soy poco amigo de playas. Soy de secano, mal que le pese a mi parienta, y el agua, en un lebrillo y con un martillo al lado, por si acaso. Por eso, hemos pasado unos largos días en mis dos pueblos de referencia: uno, en la sierra de Segura, y el otro, en el valle medio del Guadalquivir.
 
Y en los dos he visto este año, en comparación con años anteriores, un gran incremento de visitantes. En Génave, chiquitillo, de  poco más de quinientos habitantes, creo que se han superado los mil y algunos. En Arjona, de cinco mil, me parece que han llegado a duplicar la cantidad, en los días de Fiestasantos. O sea, ambos pueblos han doblado su población. Y, la verdad, querido Venancio, voy a intentar darle una explicación razonable al fenómeno.
 
Antes, de lo mal que se pasaba, no había cuartos ni para irse unos días al pueblo. Y el verano se pasaba en casita, a lo más, en la terracita del bar del barrio, con unas cervecitas y alguna tapita lo más lustrosa posible, dentro de las posibilidades. No se podía ir al pueblo porque no había de dónde, y no era caso de pegarles la vara a los primos, tíos y demás familia. Así que en casita, pegándote unas duchas a la caída de la noche para refrescarte, antes del paseo.
 
Los más pudientes iban a las playas de moda, procurando que los vecinos y compañeros le supieran. Y les reconcomiera la envidia, porque ir a tal o cual playa, aunque sea quince días, además de servir de cura del estrés y para ponerse moreno, demostraba que su posición económica era más desahogada; aunque en el apartamento se comieran al medio día unas pichas o unas hamburguesas, y por la noche, cenando de lo que sobró de medio día. Tampoco éstos iban al pueblo, porque podía no estar bien visto por los vecinos.
 
Por eso me pregunto, camarada Venancio ¿qué ha pasado este año, que los dos pueblos a los que he viajado han duplicado su población con los hijos del pueblo? Voy a aventurar una explicación que, seguro, no va a servir para nada, a menos que coincida con  las estadísticas oficiales:
 
Para muchos de los que antes no podían ni ir al pueblo, "la cosa" ha mejorado algo. Y, aunque la gasolina haya subido en estas fechas, hay para llenar un par de depósitos y acercarse unos días al pueblo, coincidiendo con las fiestas de los patronos o con las semanas "culturales". Y vamos a la casa familiar, esa que nos vimos obligados a dejar para marchar a la emigración y que, aunque necesite unos arreglillos, da para pasar unos días sin dar la barrila a nadie.
 
También ha mejorado "la cosa" para los que ya se iban a la playa unos diicas. Y después de pagar el apartamento en un décimo piso de Fuengirola, o en algún pueblico de Almería, quedan unas pesetillas para volver a los orígenes, y pasar diez o quince días con los primos, tíos o abuelos.
 
En definitiva, colega Venancio, que la gente ha -hemos- vuelto a los pueblos es una realidad constatable, aunque la explicación del por qué no sea la que yo he encontrado. Pero hemos vuelto a ver a los amigos de la infancia, a emocionarnos al retornar a nuestras raíces, a preguntarnos y a contestar a las eternas preguntas ¿Y tú quién eres? O ¿De quién eres? Y a recordar los amigos, familiares y conocidos que nos dejaron. Y a darnos consuelo mutuo de las huellas que el paso del tiempo ha dejado en todos: ¡Qué bien te veo! ¡No pasa el tiempo por ti! ¡Estás más joven cada día!... aunque estés hecho una pasa.
 
Es, realmente, un baño de felicidad impagable, volver a nuestros pueblos y ver a nuestras gentes, con más o menos dineros, aunque molestemos a nuestros amigos y vecinos. Es absolutamente necesario recobrar los orígenes, y darles a nuestros hijos y nietos la posibilidad de enraizarse con lo que fuimos, antes de haber tenido que huir de nuestro pueblo. Es ofrecerles sus señas de identidad.
 
Pero eso no lo recogen las estadísticas.
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