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La revolución emprendedora (y van...)

La revolución emprendedora (y van...)

Por Fernando Jáuregui
viernes 04 de julio de 2014, 01:05h
Las cifras de empleo/desempleo/afiliación a la Seguridad Social pueden ser objeto de análisis desde los más diversos puntos de vista. A veces, según quién sea el analista, si un alto funcionario del Ministerio de Fátima Báñez o un sindicalista, daría la impresión de que estamos viviendo dos realidades diferentes, casi opuestas.

Y, sin embargo, son distintos perfiles de una misma constatación: se están creando puestos de trabajo, pero son puestos de trabajo 'diferentes', menos consistentes, menos duraderos. Nada es perfecto ni terriblemente malo: es la realidad, estúpido, que diría el famoso asesor -anónimo, para más contradicciones-de Bill Clinton.

De manera que parece que el tejido laboral español cada vez se va pareciendo más al estadounidense, pero con el inconveniente de que existe menos oferta laboral, mucha menos, que en los Estados Unidos, donde perder el puesto de trabajo no es una tragedia, porque en breve acabas encontrando otro, quizá peor. Pero siempre se mantiene la esperanza de esa movilidad laboral que en España no tenemos, ni mucho menos, garantizada.

En España nos hallamos ante una auténtica 'revolución emprendedora', un 'boom' de jóvenes y no tan jóvenes que, por vocación, por amor a la aventura o por pura necesidad, tratan de poner en marcha su propio 'emprendimiento'. Es decir, crean su puesto de trabajo y quizá el de algunas personas en su entorno, a base de enormes sacrificios, de fuerza de voluntad, de tesón y, desde luego, de entusiasmo. Y son estas gentes, que se dan de alta como autónomos, que no se resignan a sentarse a la puerta de sus casas a ver si un día les llegan ofrecimientos-oportunidades, las que están haciendo evolucionar el país y, desde luego, coadyuvando a esos datos de paro esperanzadores que nos llegan mes tras mes, siempre cuantitativamente mejores que los de hace algunos años, aunque también, es cierto, cualitativamente más desesperanzadores: prima el trabajo temporal, proliferan los contratos-basura, los empleos son un bien cada día más inestable y peor pagado. Los sindicatos, en este punto, tienen toda la razón. Ahora les falta, entiendo, reflexionar mirando la otra cara de la inevitable modernización.

Este es, entiendo, el enorme debate que tiene planteado, cada vez que, mes tras mes, nos ofrecen estas cifras, la sociedad española. Tengo la creciente impresión, y sé de qué hablo, de que el retorno a la situación anterior ya no es posible: el trabajo para toda la vida dentro de una empresa que dura toda nuestra vida (y la de nuestros padres, y la de nuestros hijos) es, pura y simplemente, una utopía. Y, dentro del mayor respeto a los sindicatos, lamento profundamente que algunos líderes sindicalistas tengan como prurito el no aceptar esta realidad. Es la constatación de un hecho duro, implacable: la realidad laboral española ya nunca será la misma que hace, pongamos, diez, veinte años. Será, a cambio, una realidad más rica, más creativa. Pero más insegura.

Tome usted ahora, querido lector, los datos y los parámetros con los que contienden dialécticamente unos y otros. Son los mismos. Quizá convenga mirar la botella medio llena, quizá medio vacía. Elija usted su propio plan de acciones y de prioridades. Yo, personalmente, creo que hay que acostumbrarse a que el futuro nunca volverá a ser lo que era.
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