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Más que otra cosa, España necesita un Rey

Más que otra cosa, España necesita un Rey

Por Ismael Álvarez de Toledo
lunes 16 de junio de 2014, 17:49h
La Monarquía, tal y como está concebida en España, es completamente diferente a como son las del resto de países europeos que siguen manteniendo esta costumbre ancestral. Las fórmulas de gobierno en el siglo XXI, sobretodo, en países con un alto nivel de democracia no permiten que los reyes y su corte se muevan en los entresijos de la política, aunque se nutran de ella entre bastidores y se mantengan con una cierta actividad según las necesidades del gobierno de turno.
En España, que somos un país distinto a los del resto de Europa desde la médula, y lo asevero con total claridad y firmeza, necesitamos de la presencia de un líder que esté por encima de los partidos políticos, de las grandes fortunas y, sobretodo, que sea un referente de los más necesitados, de los pobres y de las clases medias. Probablemente sea por nuestra cultura y sentimiento de inferioridad ante el resto del mundo, pero la presencia de un estandarte internacional que nos represente a todos, sea lo único que nos quede en el despropósito de gobiernos que se suceden en este país de rateros, troleros y demás castas políticas.
Los españoles dentro de nuestra vehemencia visceral de latinos cabreados eternamente, somos buena gente. Lo mismo nos matamos en una pelea de tráfico que aguantamos cuarenta años, o los que nos echen, a un líder; sea dictador, Rey o un perico de los palotes, pero el caso es no protestar mientras no nos pisen en el dedo malo. Las circunstancias de una guerra civil nos trajeron a un Caudillo que murió de viejo, y a la mayoría de la población, aunque ahora el que más y el que menos se rasgue las vestiduras, le fue bien. El Caudillo Franco puso a un Rey, que probablemente era lo que menos querían los españoles de entonces, pero no estaban los tiempos como para salir a protestar decisiones de tamaño calado y, hasta Santiago Carrillo, el diablo de marras, el más rojo entre los rojos compartió amistad, mesa y mantel con el regio Borbón.
Durante el reinado de Juan Carlos I los españoles hemos aprendido varias cosas; una, es que la visceralidad monárquica es menos intensa que la futbolística; otra, que sin Rey no somos nada, al menos de cara al exterior. Nuestra carta de presentación fuera de nuestras fronteras y en el marco empresarial mundial es tan mala, que hasta hace unas semanas hemos necesitado tirar de un anciano y desvalido Rey, al que tanto denostamos en ocasiones, para que nos abra las puertas de pingues contratos en el Oriente Medio y nos saltemos a la torera a nuestros más directos competidores. Puede que en determinados países y círculos económicos nos bastemos por nosotros mismos, pero hay que reconocer, se piense del color que se piense, que los contratos que firma el Rey en el exterior con sus homólogos amigos, no serían posibles si cualquier presidente la República de turno se presenta con ellos bajo el brazo teniendo como competidores a países como Francia o Alemania.
Después de dos líderes impuestos, un Caudillo y un Rey, llega el relevo generacional para el vástago del segundo, y lo hace en el peor momento posible, en las horas más bajas de la Monarquía, en el momento más encrespado de la sociedad con los políticos, con los reyes, con los sindicatos, con los propios españoles, con el mundo que se tambalea sin rumbo cierto. Pero los políticos que mandan, o sea el gobierno, han tenido la suficiente lucidez, cosa que asombra, como para gestionar la abdicación del Rey en el Príncipe Felipe, mientras se le tenga respeto, mientras nos quede en la retina esa imagen de anciano venerable que ha intentado hacer lo mejor posible por su país, y que lo ha conseguido en multitud de ocasiones, por no decir todas, a pesar de que no dejamos pasar una en cuanto los Borbones meten la pata en algo. Por eso esto es España y no la Gran Bretaña, donde a sus reyes y demás personajes de la casta se les permite casi todo y el pueblo clama que Dios salve a su reina, como si tuviera la varita mágica del bienestar de los ciudadanos.
Lo que nos ocupa en España es hacer gala de la mayor sensatez en los asuntos serios, que cuando queremos podemos y sabemos hacerla. Está muy bien el discurso ese de la República y todas esas pamplinas, pero si no somos capaces de mantener impoluto un gobierno en cuatro años, cuánto pensamos que iban a tardar en salir los trapos sucios de un hipotético presidente de la República, de su mujer, de sus hijos, del cuñado y el yerno....
Mientras la vida sigue y la política nos la amarga, pienso que más vale lo malo conocido -como sistema- que lo bueno por conocer.  
  
 
Ismael Álvarez de Toledo
Escritor y periodista
 
http://www.ismaelalvarezdetoledo.com
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