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¡Socorro, un adolescente!

¡Socorro, un adolescente!

Por José-Miguel Vila
lunes 16 de junio de 2014, 09:45h
¿Por qué unos matrimonios pueden durar toda la vida y otros no?, ¿cómo es posible que unos padres sean capaces de reconducir a un hijo predelincuente y que pueda acabar de misionero en África, y otros no sepan como encarar el asunto?, ¿puede terminar siendo marginal un chico nacido en una familia normal, una de esas familias que ahora llamamos estructuradas?

Preguntas como esta surgen cada día al ver ciertas situaciones que nos recuerdan aquello de que los hijos no vienen con un manual del usuario debajo del brazo. Y, sin embargo, muchas menos armas que nosotros tenían nuestros padres, nuestros abuelos o bisabuelos y el miedo no les atenazó cuando tuvieron que mostrarse firmes y hasta duros en las situaciones en que nosotros nos salíamos de las escasas normas marcadas que, en general, regían nuestras vidas y las de nuestros amigos, vecinos y compañeros.

Estas son, quizás, dos de las claves del fracaso de la educación social que, de forma casi generalizada, sentimos padres y abuelos al ver el comportamiento de algunos de nuestros jóvenes, de nuestros hijos o nietos. La primera es que ya no existe ese consenso generalizado en la admisión, el uso y la aplicación de esas cuantas normas necesarias para educar a un niño y, más aún, a un adolescente. La segunda, que nosotros, con tanta permisividad, diálogo y negociación hemos hecho muchas veces de nuestros hijos, más unos caprichosos -cuando no unos dictadores- que personas respetuosas, tolerantes y, en definitiva, educadas.

Fernando Alberca, autor de 'Adolescentes, manual de instrucciones', aboga por el afecto y la motivación para salir de esta pescadilla que se muerde la cola, pero yo no estoy tan seguro de que estemos ya a tiempo de hacerlo, ni con armas como esas, cuando hemos conseguido hacer de la adolescencia una etapa que, en el mejor de los casos, dura demasiado.

Hay quien la cifra en un arco que va desde los nueve o diez años hasta los 35 o más. Y es que la cuestión va más allá de ser un asunto meramente biológico, y ha pasado a ser emocional. El hecho es que en esta franja de edad cada vez son más los individuos de ambos sexos que siguen manifestando inseguridad, necesidad de reconocimiento y que no aceptan sus propios defectos.

Pero aún es peor que sean los padres quienes salgan en defensa de sus propios hijos, incluso pillados in fraganti, contribuyendo así a hacer de ellos unos verdaderos energúmenos sociales. En la urbanización de un amigo, una urbanización de clase media alta, han sido ya varias las veces que los vigilantes han recriminado a algún grupito de adolescentes y jóvenes ciertas prácticas nada constructivas (sexo explícito en zonas comunes del recinto, botellón en el jardín, etc.), hasta el punto de tener que solicitar la presencia de la policía en varias ocasiones. Pues bien, los padres de los chicos, en lugar de recriminar su actitud, han salido en defensa de ellos. Así, por mucho que se intente, nunca ciertos jóvenes dejarán la adolescencia y es que, posiblemente, sus padres tampoco hayan salido de ella.
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