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Echados hasta de la calle

Echados hasta de la calle

Por Pascual Hernández del Moral.
miércoles 11 de junio de 2014, 10:47h
Hoy quiero escribir sobre las cosas pequeñas, aquellas noticias que carecen de relieve suficiente para llamar la atención de los principales diarios, programas de radio o noticiarios televisivos. Por eso, hoy no voy a hablarles de si la coronación del príncipe debe realizarse con más pompa y boato del que está pronosticado, por aquello de que, aunque es un acontecimiento previsto, es sociopolíticamente importante; ni del aforamiento o de la irresponsabilidad, y, por tanto, la inimputabilidad del rey actual cuando deje de serlo. Ya hay por todos lados sesudos hombres que saben de ello más que nosotros.  Hoy voy a contar cosas pequeñas, al parecer irrelevantes.
 
En Arjona, mi pueblo, los chiquillos jugábamos en el "llanete de la botica", que había delante de la casa de un general que se llamaba don Joaquín Cárdenas Llavanera, quien le da hoy nombre a la plaza, antes dedicada al general Serrano, el "general bonito" de Isabel II. Como ven, entre generales anda el juego.
 
Pues a lo que iba: en el llanete, que estaba asfaltado a diferencia de la llamada Plaza Vieja, los chiquillos jugábamos a la pelota, y con más frecuencia de la razonable, usábamos la pared de la casa de Llavanera como frontón. Aunque, como todos los señoritos, vivía en Madrid o donde establecía su destino debía llegarles las quejas de los caseros, que con frecuencia se veían obligados a blanquear la fachada de las huellas que dejaban los pelotazos. Por ello, a ellos, los caseros, al general o a su administrador, se les ocurrió la idea de plantar en toda la fachada, desde una altura de un metro y medio para arriba, clavos con la punta para afuera, Y las pelotas, que eran de goma, se pinchaban en cuanto tocaban la pared. No fue trabajo de un momento: recuerdo varios albañiles subidos en andamios pegando clavo a clavo la "defensa" contra las pelotas de los chiquillos; el resultado fue el esperado: ante el riesgo de pinchar la pelota, no hubo más remedio que buscar otro "campo de fútbol", y dejar tranquilo al general ya sus "secuaces". Todavía hoy están los clavos puestos.
 
Me ha recordado este episodio de mi infancia las púas metálicas que han instalado en Londres, en la puerta de un bloque de viviendas. Por lo que se ve, en el rincón en el que se abre la puerta del edificio, se cobijaba algún indigente, dormía allí y molestaba con su presencia a los exquisitos moradores de edificio. Claro, los pinchos en el suelo han ahuyentado a los pobres, que a saber dónde intentarán pasar la noche, en una ciudad donde alquilar una llamada "caja de zapatos", un alojamiento del tamaño de una celda de cárcel, cuesta de seiscientos euros.
 
Cuando yo era pequeño, mi madre nos obligaba a estudiar y trabajar con la imagen de que, si no éramos aplicados, acabaríamos debajo de un puente. Reconozco que yo también  usaba esa imagen para coaccionar a mis hijos. Y cuando nos fuimos a vivir a São Paulo, recuerdo haber llevado a mis hijos a que vieran realmente vivir bajo el puente del Miocão a los indigentes, que, para los situados económicamente, eran "transparentes". Pues bien, si los indigentes de Londres buscan un puente para dormir bajo él, que se vayan olvidando, porque los pinchos se están colocando bajo algunos puentes. Así, los indigentes no sólo serán "transparentes" para los acomodados, sino que estarán obligados a desaparecer.
 
Hoy he hablado de echar a "los molestos" de un lugar determinado: Llavanera nos echó del llanete; los "acomodados" londinenses están expulsando hasta de la calle a los indigentes. A nosotros, no nos defendió nadie porque el general "pesaba" mucho y nadie se atrevía a ello; a los indigentes londinenses parece que los van a defender los tuiteros, tras el horror manifestado por el alcalde de Londres. Espero que tengan éxito, que los "medios sociales" hagan algo de provecho, y que las autoridades hagan desaparecer a los indigentes por el camino que se debe: dándoles trabajo y cobijo. Cada día somos más inhumanos y crueles. Esperemos que los que mandan no se queden tocando el violón. Aquí en España aún quedan cajeros de bancos que sirven de albergue a los sin techo, aunque de vez en cuando, algunos asesinos en potencia (y otros en acto) pretendan también echarlos de la calle.
 
A los chiquillos de mi época nos costaron los clavos de Llavanera algunas pelotas de goma, ¡Todo sea por Dios!
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