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La monarquía como sustituto del pacto de Estado

La monarquía como sustituto del pacto de Estado

Por Enrique Gomáriz Moraga
miércoles 04 de junio de 2014, 16:42h
Por supuesto que los argumentos de quienes se declaran monárquicos no convencen a nadie desde la puridad democrática. Dicho de un plumazo: es mucho más democrático que la Jefatura del Estado sea elegida por la ciudadanía que sea ocupada por una persona que simplemente la hereda. Es decir, desde el punto de vista conceptual, ontológico, no hay mucho que discutir al respecto.

Es el plano instrumental donde cobra verdadero sentido el debate sobre la conveniencia o no del mantenimiento de la monarquía. Dicho en términos más concretos: ¿resulta un instrumento positivo para el funcionamiento de la democracia en España que se mantenga la monarquía? Esa es la verdadera pregunta que deben hacerse -y se hacen- los que por convicción y tradición se confiesan republicanos a fuer de demócratas (entre los que me cuento).

Existe bastante consenso acerca de que la figura del Rey fue una importante rampa de lanzamiento para llegar a la transición democrática sin pasar por crisis violentas. Eso lo decía con claridad don Santiago Carrillo y creo que tenía toda la razón. Pero la cuestión que ahora se plantea es si, una vez que la democracia ya tiene cuerpo, sigue siendo necesario ese instrumento político (la monaquía) para el funcionamiento normal del sistema político. Muchos consideran que no es así, que ya es hora de que la ciudadanía elija libremente también al Jefe del Estado. Para evitar respuestas simples miremos el asunto con algún detenimiento.

Es un hecho que el argumento más fuerte de los monárquicos consiste en afirmar que la monarquía provee de estabilidad al sistema democrático. Y, como apunté, eso puede probarse durante nuestra transición. Pero en estos nuevos tiempos cabe la pregunta de si en vez de un instrumento de estabilidad no se ha convertido ya en una rémora irritante.

En realidad, la mejor posibilidad para dar respuesta a esa pregunta consiste en darle la vuelta a su formulación: ¿tiene suficiente estabilidad nuestro sistema democrático como para no necesitar del apoyo monárquico? Esta pregunta nos traslada de un golpe a la reflexión sobre la crisis de la política. Como ya apunté, algunos sociólogos (José María Maravall, por ejemplo) sostiene que el mayor déficit de nuestra democracia es una ciudadanía desmovilizada. No lo creo. Tampoco coincido plenamente con aquellos que (como Joaquín Leguina) piensan que el problema decisivo alude al funcionamiento de los partidos. Aceptando que estos asuntos son importantes, sigo pensando que la cuestión clave refiere a nuestra pobre cultura política. Algo que no sólo afecta a las elites políticas, cuyo mayor síntoma es su raquítico sentido de Estado, sino que se basa en una cultura política de banderías, de argumentos gregarios mucho más que pensados, de preferencia por la acritud del "y tú más", que empapa al conjunto de la sociedad española.

Por eso no estoy nada seguro de que el funcionamiento de nuestra democracia no necesite todavía durante un tiempo un instrumento que, estando más allá de la política de los partidos y pudiendo centrarse más claramente en una perspectiva de Estado, otorgue un plus de estabilidad al sistema político. Porque si algo hemos aprendido durante esta crisis es que hay países, como Alemania, que distinguen claramente el tiempo del disenso partidario del otro tiempo en que hay que remar en la misma dirección para bien de la sociedad, y países, como España, donde eso parece prácticamente imposible.

En pocas palabras, creo que la prueba del ácido para la idea de que el instrumento de la monarquía ya es innecesario refiere a la puesta en práctica de manera consistente de un Pacto de Estado. Ni siquiera es necesaria obligadamente una coalición de gobierno, como sugiereFelipe González. Con que tuviera lugar un Pacto de Estado por el crecimiento y el empleo sería suficiente. La formulación de ese pacto y de políticas sectoriales de Estado en los momentos de crisis (dejando para el debate público otros muchos temas) sería la mejor prueba de que las fuerzas políticas -y la sociedad de la que nacen-, ya no necesitan del instrumento adicional de la monarquía.

¿Cuánto tiempo pasará antes de que nuestra cultura política sea de calidad y nuestros representantes políticos adquieran un sólido sentido de Estado? Pues durante el tiempo que falta para ello, creo que seguirá siendo útil un instrumento tradicional, situado más allá del rifi-rafe de nuestra pobre política, como es la monarquía parlamentaria. Por simple pragmatismo democrático.
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