red.diariocritico.com
Pensamiento desde un patio cordobés

Pensamiento desde un patio cordobés

Por Ismael Álvarez de Toledo
domingo 11 de mayo de 2014, 17:11h
Cuando se pretende apoyar la candidatura de Córdoba como Ciudad Europea de la Cultura para el año 2016, hay que tener en cuenta muchos argumentos que nos sirvan para dotar de base tan loable empeño. Uno de estos argumentos pasa por potenciar e incentivar algo tan genuinamente autentico como son los patios cordobeses, y que tanto nombre y belleza aportan a la cultura y a la historia de la ciudad, de la que forman parte inherente. Los patios cordobeses que en los años treinta iniciaron su andadura para convertirse en arte, son hoy en día un verdadero estandarte para el turismo que busca lo diferente, lo localmente cotidiano.

Desde antiguo, en mayo, Córdoba se viste de luz. Esa bendita luz del Mediterráneo, que en época estival, aquí llega a penetrarlo todo, a esclarecerlo todo, espiritualizándolo. Luz que es un estímulo para la vida interior, un frenesí para la exterior, un deslumbramiento de la existencia humana, ante una naturaleza que hace tangibles todas las visiones poéticas que se puedan plasmar. Y el patio; la casa, llena de esa luz y sus sombras, nos da la medida exacta de lo que es y significa para los cordobeses su patio. Los patios cordobeses, como los de toda Andalucía, son originarios de las tierras de Oriente, fieles testigos del paso del Islam, donde es costumbre adornar las casas con enormes jardines de plantas aromáticas y surtidores de agua que sustraen a sus habitantes del entorno árido que les rodea, haciéndoles vivir en un vergel de ensueño.

Los patios cordobeses se encuentran en las casas de la Córdoba antigua, entre calles empedradas y tortuosas, estrechas muchas veces, y fachadas de aspecto ordinario, envejecido, del barrio de las Costanillas, de San Agustín, de San Pedro, del Alcazar viejo, que contrastan con la modernidad contenida del interior. Cuando te acercas a la casa para golpear la aldaba, se te abre una puerta que da paso a donde está esperando el patio; la parte más importante de la vivienda, testigo de la vida de sus moradores, rico en verdor y en flores, con buganvillas sobre el pozo, paredes salpicadas de platos y macetas, mecedoras entre sombras y una mesa central donde se cuentan anécdotas, se toma café o se juega a los naipes, mientras una fuente antigua susurra cánticos del agua. En los balcones que dan a los patios, hay macetas y pájaros cantores, y arriba, el cielo despejado, que, de noche, cubre las cabezas con ramilletes de luceros.

¡En un patio cordobés, un autentico jardín que incita al descanso, uno cae en la cuenta de que allí se esconde la existencia misma. Con el ruido monótono y lento del surtidor, entre la soledad de silencios perfumados, alterada por el zumbido de los insectos que quieren disfrutar del esplendor de sus flores. El patio no solo es objeto de admiración y detenimiento, es mucho más que eso, es la poesía formal, sin efusiones, con la solidez de las rejas finamente labradas de sus verjas que guarda celosamente el espíritu del cordobés, y con él, el secreto del hombre de esta tierra; estoicos en sus planteamientos filosóficos como Séneca, o poetas espiritualistas como Góngora, otro hijo de ésta ciudad.

El patio cordobés está en calles de piedras gastadas por el paso de la historia, de fachadas y muros de tierra carcomidos por los siglos que han ido pasando sobre ellos. De espíritus arabescos que culminan en su mezquita. En calles donde las noches de mayo se bañan de luz en una calma sedosa, de ensueño, que embriaga de perfume cada rincón.

Córdoba no puede entenderse sin sus patios, como Toledo no puede entenderse sin los suyos. Por eso hacen bien en recuperarlos para el visitante las asociaciones que se dedican a ello, como un reclamo que puede atraer a toda esa masa humana que dirige sus pasos hacia otros lugares y que se pierde la sabiduría y hospitalidad de los cordobeses. La Córdoba del siglo XXI ha dejado perder su antigua identidad a favor de su vecina Sevilla, porque como sucede en otros lugares, a fuerza de vivir en una ciudad museo, se solapa el concepto del mismo y, lo que es peor, nadie parece hacer nada por recuperarlo.
Los cordobeses, como sus patios, viven sobre un universo antiquísimo, de una extraña y poética autarquía, mundo que nada busca fuera de si, que se da a todos, generosamente abierto, pero que en el fondo permanece envuelto en el misterio, a caballo entre dos mundos; el moderno y el de su propia historia, de el que forma parte indisoluble.
 
Ismael Álvarez de Toledo
Escritor y periodista
 
http://www.ismaelalvarezdetoledo.com
 
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios
ventana.flyLoaderQueue = ventana.flyLoaderQueue || [] ventana.flyLoaderQueue.push(()=>{ flyLoader.ejecutar([ { // Zona flotante aguas afuera ID de zona: 4536, contenedor: document.getElementById('fly_106846_4536') } ]) })