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Crítica del documental sobre el grupo canadiense

'Rush: Beyond The Lighted Stage': el origen de un mito de culto

'Rush: Beyond The Lighted Stage'
Fecha: 29 junio 2010
Productora: Rounder / Pgd
Dirección: Sam Dunn & Scot McFadyen
Guión: Sam Dunn


Hacer un documental del rock o del metal tiene su mérito. Pero cuando, además, se hace sobre un grupo de rock progresivo, por mucho que Rush esté instalado en el mito, es una auténtica locura. Una locura sana que les ha salido muy bien a Sam Dunn y Scot McFadyen, directores de la gran película sobre el haevy, 'Metal'. Y cuánto nos alegramos todos los que amamos el rock que nunca muere, como este trío de tipos raros y aburridos llamado Rush...
Y es que ésta es la gran línea argumental y el hilo conductor de la película documental 'Beyond The Lighted Stage', la historia de Rush. Hay que aguantar hasta los créditos para conocer mejor que nunca a estos locos, Geddy Lee, Alex Lifeson y Neil Peart, tres genios algo incomprendidos y, en todo caso, nunca suficientemente reconocidos por el mundo de la música. Y es que en los citados créditos los tres mantienen una conversación íntima durante una cena, bien acompañados de una botella de vino. Geddy hace un guiño a los directores y comenta, penando que ese material se desecharía: "Ya les dije que sería un fracaso... somos unos tipos aburridos".

Seguramente todo fan que esté viendo el documental haya pasado por entonces casi hora y tres cuartos emocionado y sonriente, y se troncha de risa al escuchar al flaco y enclenque bajista y cantante. Una vez acabada la escena, aparece su madre, ya anciana, quien dice: "Ahora sí me gustan Rush... sobre todo que suenen muy fuertes".

Selecciono esta última escena porque define lo que es Rush: la victoria de la calma, la paciencia, el arte, el saber estar y la marca propia, sin intoxicaciones del mercado. Una música imperecedera que, precisamente, cuatro décadas después, es cuando más aceptada es su música. Uno de sus productores da la clave: cuando comenzaron tocaban para adolescentes de pelos largos e inmersos en círculos algo desnaturalizados, casi apartados de lo que la sociedad les indicaba que era lo correcto.

Y ojo, que no hablamos sólo de padres y profesores que pidieran seriedad, presencia y labrarse una gran carrera de admirables estudios. No. También hablamos de las grandes corrientes de pensamiento y de las modas masivas, las del rock facilón y el pop pegadizo. El que aúna a miles de jóvenes bajo los mismos himnos musicales sin dar importancia a músicas tan profundas y cualificadas que al final, terminan siendo eso: la música que escuchan minorías. Los raritos. Los de gafitas o los incomprendidos, los fracasados y apartados sociales. ¿Y por qué esa música no ha muerto y ahora es, como decía, cuando más éxito tiene y más estadios llena? Porque todos esos raritos de los 70 son ahora trabajadores de alta cualificación o jubilados que se pueden permitir comprar sus discos, acompañaros a las caras giras y los viajes a ciudades más lejanas. Porque los padres, más allá de cualquier condición social, han querido que sus hijos heredaran para sus oídos la música más preciosa.

Pero apartándonos de todos estos sentimientos -disculpad-, hablemos de la película. El mérito de Sam Dunn y Scot McFadyen, como ya pasó con los documentales sobre el heavy metal o en 'Iron Maiden: Flight 666', es saber contar y transmitir a un público fiel pero exigente lo que ha sido o supuesto un grupo y su música durante décadas. Saber mantener el equilibrio entre la pasión a la hora de construir un guión y el arte de la narración documental.

Todos sabemos que 'Metal' sólo la puede comprender y asimilar un rockero de toda la vida. Pero es cierto que está producida desde la calidad argumental y una plasticidad impresionante. Localizaciones tremendas, entrevistas interesantes y no vacías, testimonios a la par cualificados pero también anecdóticos y simpáticos. Todo es 'Beyond The Lighted Stage', la historia de tres jovencitos que se hicieron mayores sin perder lo que eran con 20 años pero precisamente porque nunca fueron los típicos adolescentes.

Una de las anécdotas más gráficas al respecto la facilita Gene Simmons, el alma de los KISS. Los norteamericanos se los llevaron de gira por todo su país tras emplearles como teloneros en Canadá y quedar fascinados. Pues bien, se hicieron amigos, y el Demonio del rock recuerdan que, las noches tras los conciertos, ellos se pasaban la velada en el hotel acompañados de chicas despampanantes y bebiendo mucho alcohol. ¿Qué hacían mientras Lee, Lifeson y Peart? Pues encerrarse en su habitación y ver la tele. Meditaban, descansaban. Una lección curiosa sobre los topicazos de los rockeros, siempre atrapados en la imagen de la autodestrucción y los excesos, del famoso 'sexo, drogas y rock'n'roll'.

En su debe, se echa de menos un acercamiento más humano en algunos momentos, sobre todo para referirse al que fue su primer batería, John Rutsey, quien por cierto murió no hace mucho, en 2008. Es cierto que Rush siempre serán Lee, Lifeson y Peart, pero nunca hay que olvidar el pasado porque el recuerdo y el agradecimiento a los orígenes es lo que nos distingue de los humanos vulgares y los seres irracionales. Rutsey no se puede ni comparar a lo que ha sido y es Neil Peart, pero merecía alguna referencia mayor, sobre todo a su pérdida.

Es probable, y no es bueno que se especule sobre ello sin pruebas, que los Rush acotaran o limitaran algo la temática de lo que iba a contar. Pero es de agradecer, sin embargo, lo sinceros que son para contar la dura travesía que tuvo que afrontar Peart cuando perdió a su hija y a su esposa. Una búsqueda de la recuperación afectiva y de volver a llenar un vacío terrible que dejan los seres queridos cuando se marchan. El mismo vacío que llenaron los tres juntos tras la que para mí fuera una etapa oscura y algo ingrata para los fans, cuando a Rush les dio por emplear más el sintetizador que las guitarras.

Algo que también está contado superficialmente en la película, quizás para no reabrir viejas heridas ya cicatrizadas entre los miembros del grupo. Porque si algo queda claro al ver  este documental es que la fórmula para que Rush hayan sobrevivido a tantas cosas en casi 40 años de existencia es la gran amistad que les une. Son tres amigos que se divierten creando y tocando juntos, y esta película refleja perfectamente ese triunfo, el de la amistad y la intención por hacer gran rock.

El mismo éxito les deseo a Sam Dunn y Scot McFadyen, quienes están haciendo gozar a cientos de miles de fans del rock y el metal con sus trabajos cinematográficos de alta calidad. Hay que recordar que la película se hizo con el premio al mejor documental en el último festival de Tribeca, en Nueva York, el festival del cine independiente por excelencia. Y es que, como reza el lema del festival de música 'High Voltage', se trata de música hecha por fans... para fans. En este caso, cine.


Calificación:  8/10

Pablo M. Beleña



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