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Contador, el José Tomás del ciclismo

El sumo sacerdote de la religión compulsiva que es el ciclismo, pongamos que hablo/escribo del jovencísimo Alberto Contador, acaba de adornar su ya extraordinaria hoja de servicios al deporte español con su segundo maillot amarillo de la carrera más importante y prestigiosa: el Tour. Con sólo 26 años, el madrileño no sólo es hoy por hoy la máxima e inalcanzable figura ciclista planetaria, sino que, a imagen y semejanza de los grandes/grandes de la historia –pongamos que hablo/escribo de Anquetil, Mercks, Hinault, Induráin y el ahora derrotado y humillado Armstrong- empieza a convertirse en un mito. O sea, algo así como el José Tomás del ciclismo, el nuevo y redentor mesías.

Porque al igual que su paisano madrileño de Galapagar el madrileño de Pinto no sólo es el mejor, sino que es distinto. Concentra la admiración de sus colegas/rivales que le piropean y consideran que sus hazañas no están al alcance de ellos y una arrolladora fuerza mediática que desborda la prensa estrictamente relacionada con su especialidad para salir en portadas y abrir informativos generalistas de radio y televisión. Como es lógico, dada su cortísima edad en un deporte en el que lo normal es que lleguen los grandes éxitos rondando la treintena, a Contador, que ya acumula dos rondas galas, un Giro y una Vuelta –algo así en lo táurico como Las Ventas, la Maestranza y la Monumental de Barcelona- junto a otra vasta colección de triunfos de menor calado, le quedan muchas muescas por marcar en su revólver virtual. Ese que hace con la mano tras sus victorias.

No olvidemos, por ejemplo y para centrarnos en su compatriota antecesor en triunfos, admiración y poder mediático, el citado Induráin, que éste se apuntó su primer Tour a los 27 años y aunque ganó cuatro más y dos Giros, no fue capaz de meterse en el entonces cuarteto mágico –Mercks, Anquetil, Gimondi e Hinault –de los que vencieron en estas dos rondas y también en la Vuelta -que Induráin nunca ganó-.Un cuarteto que desde el año ya es quinteto con Contador y del que el prepotente yanqui y compañero -perdón, rival- de equipo Lance Armstrong -7 Tours, sí, pero cero patatero en Vueltas y Giros- jamás formará parte. Nos imaginamos lo que habrá sufrido en la tarde de este domingo en el tercer peldaño de los Campos Elíseos –que, ojo, tiene mucho mérito a sus 37 años largos- al verse observado, humillado y mirado por encima del hombro por su compañero –perdón, rival- de equipo desde el altar que es la cumbre de este podio.

Y es que, para concluir, las cualidades ciclísticas del americano son muy disparejas respecto a las de Alberto. Aquél es, además de prepotente, orgulloso, engreído, antipático y odiado por compañeros, prensa y aficionados. El español es humilde, sencillo, buena persona y –cual se escribió antes- admirado y querido. Ya comentó otro genio, éste de la música, un tal Beethoven, que les sonará, que “sólo hay algo más importante que  la inteligencia: la bondad”. Pues eso. De modo que sí, que existen los Schleck, Menchov, Cancelara, Sastre… Que sí, que, en otra liturgia compulsiva y laica como la Fiesta, existen los Ponce, El Juli, El Cid, Castella… Pero José Tomás y Contador son otra cosa. Y olé.
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