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La economía, víctima de la política

Parece que, por fin, esta semana la Bolsa española ha respondido, y por encima de lo que cabía esperar, en la dirección de los pronósticos recientes, esto es, con muy fuertes recuperaciones que no sólo son fruto del razonable juego de oportunidades de compras y ventas rápidas en tiempos de crisis, sino también signo de que se va abriendo camino un horizonte, a no corto plazo desde luego, de confianza en la capacidad de la economía real, esto es, de las empresas españolas, de recuperarse y ganar el futuro.

    Y sin embargo, es preciso reconocer que seguimos sin política económica digna de tal nombre, de manera que sólo la ausencia de un paquete serio y creíble de propuestas de alternativa económica por parte del gran partido de la oposición es equivalente a la evidencia de que el Gobierno ha tirado definitivamente la toalla, no sabe qué hacer con la crisis y ha decidido sentarse a ver si escampa. La situación política y económica de España es manifiestamente descriptible y compartida por casi todos los observadores y analistas: éste es ahora mismo un país con una clase política muy mejorable, por decirlo con suavidad, y con una clase empresarial de gran nivel, sobradamente capaz de ganar el futuro, y que tendría más fácil hacerlo si la política no lo lastrase tanto.

    España tiene empresas de la calidad y prestigio internacional de ACS, OHL, Iberdrola, Endesa, Repsol y un largo etcétera, y abundan por estos pagos profesionales y dirigentes empresariales que han logrado merecidas fama y prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras. Este es un país que no se merece ver lastradas sus posibilidades en los grandes mercados únicamente por razones políticas, esto es, de la triste política y los tristes políticos que padecemos. Mientras la economía productiva funciona, mientras las empresas ganan peso e iniciativa dentro y fuera de nuestras fronteras, el despropósito de la política económica, o de la ausencia de una política económica digna de tal nombre, se agudiza y se multiplican las señales de alarma y las advertencias de los expertos.

    Ahí está, por ejemplo, el asombroso caso de nuestra deuda pública, respecto a la que el prestigioso economista catalán Xavier Sala, catedrático en la Universidad norteamericana de Columbia, ha lanzado una dramática advertencia: España corre el riesgo de llegar a no poder pagar la deuda pública, vamos, algo así como una “argentinización” en toda regla, que es el peor modelo que puede tenerse. No es ya que el disparate político agudice inocultablemente los desequilibrios financieros. Es que es la propia política de gasto público la que incrementa aterradoramente la deuda y conduce por tanto a ese dramático riesgo de no poder afrontarla.

    ¿Qué hacer entonces? se pregunta Sala. ¿Reducir el consumo, lo que haría caer el PIB? ¿Incrementar la productividad en porcentaje apreciable? Esto último, que parece lo deseable, obligaría a subir los impuestos para financiar políticas serias e intensas de educación, investigación y desarrollo, lo que sin duda estaría muy bien, pero, siempre hay un pero, conllevaría reducciones del gasto público en temas especialmente delicados, como las pensiones y el funcionariado. ¿Quién pone ese cascabel al gato en la proximidad de elecciones? Es de sentido común que sólo podría hacerse desde ese “pacto transversal” al que tantas veces se han referido, sin el menor éxito ni eco, los analistas más solventes en los últimos tiempos y que no encuentra el menor eco en la alta dirección de nuestra vida política.

    Por el contrario, todo indica que en los planes políticos de Rodríguez Zapatero de ninguna manera entra un gran pacto de Estado a la altura de las necesidades de la hora presente. Y hay que añadir que, al punto al que han llegado las cosas, es posible que la oposición empiece a ver con peores ojos ese pacto de Estado, en la medida en que podría debilitar sus expectativas de un gran vuelco en las próximas elecciones generales.

    Mientras, el Banco de España, firme en la incómoda política de seriedad y veracidad que ha asumido el gobernador Miguel Ángel Fernández Ordóñez, para disgusto del sector “duro” del Gobierno y desde luego de Ferraz, rara es la semana que no añade alguna inquietud. Advierte ahora de que la morosidad de empresas y particulares se ha situado últimamente en el entorno del 4,6%, referido a créditos de Bancos y Cajas. Para encontrar el precedente de una situación así habría que retroceder en el tiempo la friolera de trece años. La morosidad de los créditos concedidos por los bancos, cajas y cooperativas que operan en España a empresas y particulares alcanzó el 4,563 por ciento en mayo, un nivel al que no llegaba desde mayo de 1996, hace la friolera de trece años. En tan indeseable ranking, todo hay que decirlo, las Cajas están muy por delante de los Bancos, en concreto, en tasa de morosidad, el 5,2 por ciento en las Cajas frente a algo menos del 4% en los Bancos.

Por lo demás, habrá que esperar a finales del mes para que el ministro de Industria, Miguel Sebastián –uno de los pocos activos serios, bromitas de bombillas al margen, del actual Gobierno en materia económica, y quizá por ello cada vez más reducido a posiciones laterales, como parece ser el sino de los tenidos por amigos personales o testigos de los inicios de la “escalada” del presidente Rodríguez Zapatero– comparezca en el Congreso a explicar la escandalosa subida de las tarifas eléctricas y lo que finalmente haya decidido el Gobierno sobre la central nuclear de Garoña, cuyo cierre precipitado, innecesario e incomprensible –en términos de producción, seguridad y eficiencia energética– podría ser una de las decisiones políticas más equivocadas y costosas de los últimos tiempos.

    Ya se, ya se que se revolverán muchos prejuicios, que no análisis científicos, de grupos ecologistas, pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Y la verdad es que la energía nuclear es la más barata, segura, eficiente y conciliable con el medio ambiente, y que las llamadas energías alternativas nunca tendrán capacidad de producción para sustituirla. Nunca podrán abastecer la demanda de energía. Este asunto de las fuentes y métodos de producción de energía requiere un gran debate global, de conocimiento científico y no de prejuicios, que sin duda concluiría con el definitivo y necesario impulso a la energía nuclear. De momento, ahí está el hecho incuestionable de que los países más avanzados en todos los terrenos son los que ya han apostado por la producción de energía nuclear.
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