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El genio salió de la botella

El pueblo pierde la fe en Jamenei, millones de iraníes han salido a las calles a protestar

"La desobediencia civil deviene en un sagrado deber cuando el Estado se vuelve ilegal, o lo que es lo mismo, corrupto. Y un ciudadano que se entiende con un tal Estado comparte su corrupción o ilegalidad"

La cita anterior es de Mahatma Ghandi, pero es aplicable a Irán (y también a otros países).

Demos un vistazo a más de 4.600 años de historia persa: Irán se remonta al año 612 antes de Cristo. Aquel Imperio alcanza su mayor esplendor con Darío I en el año 500 AC y cae derrotado, siglo y medio después, ante Alejandro Magno en el año 336 antes de Cristo.

Un milenio después, en el 636 de la era cristiana, Irán es conquistado por los musulmanes. En el 660 se enfrentan Hussein -nieto de Mahoma- y Yezeed del clan de los Omeya por la sucesión del califato mahometano. Camino a Damasco el nieto de Mahoma cae asesinado lo cual provoca un cisma en el Islam que perdura hasta nuestros días. Los seguidores de Yezeed pasan a denominarse suníes y los de Hussein shiíes. El 95% de la población iraní abraza hoy en día el credo shií.

Mil doscientos años después, en 1925, Riza Pahlavi -militar nacionalista- toma el poder en Irán y se hace nombrar Sha. En 1941 es forzado a abdicar en favor de su hijo Mohammed Reza Pahlavi. En enero de 1979, estalla en Irán la desobediencia civil. El pueblo se lanza a la calles. Nada pudieron ni el poderoso ejército, ni la temible policía secreta (Savak). El Sha se va al exilio y muere. Así comienza la Revolución Islámica liderada por el Ayatollah Khomeini.

La historia, en plena ebullición, se apresta ahora a pasar la página. En el Siglo XXI las mujeres no pueden seguir siendo tratadas como inferiores. Así lo plantea Shirin Ebadi -defensora de los derechos civiles- en un libro notable: "El despertar de Irán". Su autora fue distinguida con el Premio Nobel de la Paz, pero en su patria ha sufrido las más terribles persecuciones.

Un régimen no puede calificarse de democrático por el simple hecho de que permita elecciones. El concepto mismo de democracia es mucho más exigente y requiere del respeto a los derechos humanos y las libertades -entre otras la libertad de expresión- que no existen en Irán. Al expulsar corresponsales, bloquear el Internet y el Facebook, intervenir el Twiter, los celulares y las comunicaciones, se pone en evidencia el carácter dictatorial del régimen. Sólo los gobiernos dictatoriales actúan así.

Ciertamente el pueblo iraní es profundamente creyente. El conflicto al cual se enfrentan es complejo. El líder supremo de Irán, el Ayatollah Alí Jamenei, es a la vez cabeza de la iglesia, Jefe de Estado, Jefe de las fuerzas armadas, controla con mano férrea la radio y la televisión, preside el Consejo Supremo de Seguridad Nacional, designa al Jefe del Poder Judicial y a los 51 miembros del poderoso Consejo de Convivencia. El Ayatollah Jamenei fue escogido para el cargo de forma vitalicia por la Asamblea de Expertos integrada por 86 clérigos, la cual es la única que tiene el poder de deponerlo.

Por otro lado, el pueblo elige un Presidente. Hace cuatro años eligió al conservador Mahmoud Ahmadinejad. Sin embargo este último presidió un gobierno empobrecedor, ineficiente y populista, acusado de corrupto, que ha dividido a los iraníes en facciones enfrentadas. Adicionalmente reclama la destrucción de Israel, sembrando la inestabilidad en el Medio Oriente.

En las elecciones del 12 de junio se proclamó la reelección de Ahmadinejad. Un importante sector del pueblo considera que hubo fraude y que el Estado se volvió ilegal. Sin embargo el Ayatollah Jamenei respalda la reelección, rompe el equilibrio, lanza amenazas y ordena a la policía reprimir las manifestaciones. Los basiyis (círculos de milicias paramilitares) atacan. Ya van muchos muertos y entre ellos Neda, una joven que murió ante las cámaras y se convirtió en mártir y símbolo.

El problema es ahora mucho más grave. Los clérigos se están dividiendo. La represión se hace más violenta pero renacen las manifestaciones de aquel "sagrado deber" que pregonaba Ghandi: la desobediencia civil. El pueblo pierde la fe en Jamenei. Millones de iraníes han salido a las calles a protestar, tal como ocurrió cuando derrocaron al Sha en 1979. Miles y miles se suben a los techos de sus casas al caer la noche para corear un grito desgarrador: "Dios es grande. Muerte al dictador". Reclaman una apertura democrática.

Irán se enfrenta a una encrucijada de la historia. El genio se salió de la botella.

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