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De las complejas relaciones con la tecnología

Medios, modernidad y tecnología. La geografía de lo nuevo

No es extraño que el nuevo libro de David Morley para el público hispano-americano (publicado por Gedisa en 2008 pero que había aparecido para el público anglófono en 2007) lleve por subtítulo 'La geografía de lo nuevo' porque, una vez más, Morley ha sabido dibujar, describir y representar gráficamente en este libro los mapas que construyen la relación que, en la actualidad, el mundo occidental ha construido con los medios, la modernidad y la tecnología (o lo que es lo mismo, los conceptos que presenta en el título).
Quizá es curioso, dirán los lectores, que destaquemos ahora que el libro de Morley habla desde una perspectiva occidental, cuando precisamente uno de los ejes conductores del libro es su crítica al eurocentrismo con el que se ha construido la historia, y al imperialismo teórico con el que occidente ha mirado al mundo; pero precisamente por ello creemos que es necesario realizar ese reconocimiento: Morley critica el imperialismo cultural occidental desde la propia presencia internacional y autoridad que este mismo le concede.

El nuevo libro de este profesor del Goldsmiths College de Londres, destacado representante de los Estudios Culturales y de la Comunicación, y a quien debemos algunos de los títulos más sugerentes de este campo metodológico como The Nationwide Audience (1980) o Home Territories: Media, Mobility and Identity (2000), se reparte en tres partes y una coda final, que retoma a modo de conclusión muchas de las reflexiones y estudios que va presentando a lo largo de más de 300 páginas.

En la primera parte, Morley incide en el análisis de las formas de modernidad y, especialmente de aquellas no occidentales, en un intento por romper con imaginarios colectivos establecidos acerca de dónde reside la modernidad, qué direcciones ha tomado y cuáles son sus dinámicas a día de hoy. Y la cuestiona desde su propia definición clásica weberiana, aquella que identifica la modernidad con la secularización, la tradición,… y occidente, invariablemente occidente, ese espacio que aparece siempre definido en el horizonte y definiéndolo todo. Él no sólo la pone frente a realidades periféricas sino, por supuesto, también en su espacio central (aunque, tal y como él mismo plantea, es difícil en ocasiones responder con total exactitud a la pregunta de cuál es este espacio, esta geografía).

Siempre se ha hablado del centro y las periferias de la modernidad y, ese centro constituía el modelo en el que el resto se miraba. Morley, siguiendo a Braudel, recupera algunos de esos puntos centrales, de esos ejes, ciudades y regiones (la Venecia del s. XV, el Ámsterdam del XVII o el Londres del XVIII) para convencernos de que, pese a que pocos han sabido interpretarlo, éste siempre ha sido móvil, del mismo modo que hoy lo sigue siendo. Otra dinámica que apunta es la de su pluralidad, y lo ejemplifica volviendo su mirada hacia Asia, donde el modelo “más persuasivo” de lo que significa para un asiático ser moderno, ya no se encuentra en los Estados Unidos –paradigma de la modernidad durante siglos- sino en Japón, Taiwán o Singapur, como gusta de confirmar a partir de estudios.

Su revisión del concepto de modernidad viene acompañado de una reivindicación: la de la necesidad de teorizar mejor las formas no occidentales de modernidad y el regreso de las teorías regionales, que tanto han trabajado los Estudios Culturales, con mayor o menor suerte.

En la segunda y tercera partes, la geografía está presente de nuevo para romper con ciertas creencias que han configurado el imaginario social respecto a las tecnologías. Por ejemplo, nos presenta un mapa de Internet donde el “centro” sigue estando en Estados Unidos y en el resto de centros económicos mundiales, lugares donde residen los servidores de acceso a webs de todo el mundo. Por eso, nos dice que: “Las TIC de nuestra era no sólo no ayudan a trascender las fronteras en un sentido simple, sino que continuamente las recrean” (176).

¿Las tecnologías van a trascender la geografía? Dependerá ciertamente de la mirada que dirijamos hacia ellas, y la propuesta del profesor del Goldsmith College es crítica y ambiciosa con el papel que éstas han y están desempeñando en el día a día. Él no deja de mostrarse ciertamente crítico con lo que podríamos denominar, siguiendo a Almirón y Jarque (2008) el “mito digital”, es decir, un planteamiento complaciente y acrítico del papel social de las nuevas tecnologías y, por ejemplo, recuerda en diversas ocasiones que no debemos obviar el hecho de que es la actuación de empresas y gobiernos la que ha moldeado la Internet que conocemos.

Los argumentos de Raymond Williams sobre los procesos sociales que institucionalizan esos inventos tecnológicos resuenan en muchas ocasiones en el texto. Esto no está reñido con el hecho de que Morley defienda también el papel positivo de éstas: “las tecnologías tienen diversas consecuencias tanto positivas como negativas, sobre todo –nos dice- porque crean ‘oportunidades’ de comunicación que antes eran impensables, para bien y para mal”. (182)
La presencia de las tecnologías, tanto en el espacio público como en el privado, le permite plantear un análisis extenso de los usos y costumbres del usuario de estos, por el que pasan desde la lavadora hasta la televisión, el DVD, el VCR y, evidentemente Internet. Muchas de las investigaciones que presenta relatan cómo han ido transformándose nuestros hábitos en contacto con las tecnologías.

Por ejemplo, cómo los modos de organización de grupo y laborales, utilizados en nuestro trabajo con Internet, se han trasladado al hogar, y a nuestra manera de distribuir el tiempo (véase su análisis de la investigación de English-Lueck); o cómo la comunicación móvil ha transformado por completo las formas de comunicación, ha roto con normas de etiqueta social y ha invadido nuestros espacios y tiempos.

La tercera parte es una convencida reivindicación de la necesidad de la investigación antropológica para el análisis del mundo tecnológico y del lugar  de éstas como tótems, especialmente la televisión, el ordenador y el teléfono móvil, que son sus objetos de análisis en esta última parte. Morley critica que muchos estudios convencionales de las tecnologías que se presentan hoy en día no permiten entender en toda su complejidad nuestra convivencia con ellas, porque actúan realizando: “una ecuación simplista entre la modernidad y la eficiencia racional, la ciencia y la tecnología, y a descuidar todas las dimensiones simbólicas de las tecnologías contemporáneas” (248).

Su análisis de nuestro comportamiento ante las tecnologías, le lleva a revisar propuestas rompedoras y arriesgadas hechas por artistas que pretenden con sus trabajos romper con los esquemas utilitarios establecidos y cuestionar las muchas “ideas culturalmente aprobadas” acerca de éstas. Qué decir, por ejemplo de la lámpara que sólo ilumina en el silencio de una sala, o del paso de peatones móvil o el paraguas que es un palo de golf y paraguas casi por accidente. Morley presenta estos casos como una manera, nos dice, de “analizar las complejidades de nuestra relación con las tecnologías” (197).

Al finalizar el volumen, uno no puede dejar de sorprenderse por la facilidad con las que el profesor del Goldsmith College ha sabido aunar la teoría con el relato de casos concretos; cómo de forma acertada ha ido rescatando investigaciones antiguas y otras más nuevas para darnos una amplia perspectiva histórica de la investigación etnográfica sobre tecnologías, y cómo nos ha llevado, consciente o inconscientemente, a cuestionarnos el lugar que ocupan éstas en nuestras vidas, y la manera como han modificado nuestros hábitos y nuestra comprensión del espacio y el tiempo; y cuando digo éstas me refiero a todas: las que una generación denomina “tecnologías” y a las que ya no entiende como tales.


Paz Villar Hernández
La Torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales
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