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El camino hacia 'El origen de las especies'

La teoría de la evolución de las especies

Dentro de la colección de ‘Clásicos de la Ciencia y Tecnología’, dirigida por José Manuel Sánchez Ron, ve la luz un ‘clásico’ de la Biología, los trabajos publicados por Charles Darwin y Alfred Wallace en el Journal of Proceedings of the Linnean Society, correspondientes al año 1858, en los que exponen, por separado, sus ideas, convergentes, sobre los mecanismos de transformación de las especies.

Los artículos de Darwin y Wallace, a los que acompañan la nota preliminar de Charles Lyell y Joseph Dalton Hooker, y el extracto de la carta que Charles Darwin remitiera a Asa Gray en septiembre de 1857, suponen las últimas veinticinco páginas del volumen (pp. 367-391). Como complemento se ofrecen un par de versiones previas redactadas por Charles Darwin: su ‘borrador’, fechado en 1842 (pp. 159-204), y su ‘ensayo’ de 1844 (pp. 269-364). El peso de los textos de Charles Darwin se hace evidente.

Esta compilación de textos darvinianos, más las escasas páginas firmadas por Wallace, va precedida de un interesante y extenso estudio introductorio, firmado por Fernando Pardos (págs. 9-153) en el que las personalidades históricas de ambos naturalistas sí tienen un tratamiento paralelo, justificativo del título de este volumen, al que no puede negarse el conformar una unidad conceptual e histórica.


La elección de estos textos para representar, en esta colección, el pensamiento evolucionista, queda justificada en la breve introducción que José Manuel Sánchez Ron antepone al comienzo del volumen: El origen de las especies redactado por Darwin es una obra accesible a los lectores hispanohablantes, mientras que de los textos previos de Charles Darwin, publicados por su hijo Francis bajo el título The Foundations of the Origen of Species (Cambridge, 1909), no teníamos aún una versión en castellano.


El ‘borrador’ [sketch] (1842) y el ‘ensayo’ [essay] (1844) de Charles Darwin, gestados para permanecer inéditos, presentan una estructura incompleta, son conjuntos de notas más o menos ordenadas, reiterativos en sus argumentaciones, complementarios en algunos de sus planteamientos, con referencias que remiten a posteriores comprobaciones bibliográficas o experimentales; en ocasiones sólo fijan un elemento que precisa de posterior comentario, en otras señalan expresamente los deseos del autor de que su teoría se considere, al menos, con el rango de una hipótesis posible.

Ambos son elementos de gran utilidad para establecer cómo se fue construyendo, en el pensamiento de Darwin, las hipótesis que habrían de llevarle a plantear la teoría de la evolución o, si se prefiere, cómo logró dotar de significado a un conjunto de términos de uso metafórico entre sus coetáneos (afinidad, relaciones, unidad de tipo, familias, caracteres adquiridos, caracteres adaptativos, metamorfosis, órganos abortivos, hábitos hereditarios, etc.) que, tras sus planteamientos, cobran todo su significado para convertirse en hechos inteligibles. En el estudio introductorio José Pardos aporta la información complementaria sobre el modo en que este proceso pudo producirse en la mente de Alfred Russel Wallace.


 Ambos, Darwin y Wallace, llegaron a conclusiones similares, pero emprendieron caminos diferentes. El primero, además de lo vivido y observado a bordo del Beagle, se apoyó en las conclusiones obtenidas de sus experiencias y de sus lecturas sobre las variaciones artificiales introducidas por el hombre en la Naturaleza; de sus conocimientos en fisiología y anatomía y, de manera particular, en el dominio del registro fósil, uno de sus grandes pilares. El segundo, de formación autodidacta, establece sus deducciones sobre el terreno, de la contemplación directa de una naturaleza poco antropizada.

Darwin, metódico en el trabajo de comprobación de sus hipótesis, siempre reticente a hacerlas públicas, establece en su domicilio de Down House un entramado de corresponsales que le remiten cuanta información científica precisa para completar los posibles resquicios que su teoría pudiera dejar sin cubrir; sus textos, aún sus borradores, forman parte de un largo proceso de estudio y reflexión. Wallace, asentado en el archipiélago malayo entre 1854 y 1862, intuye la existencia del proceso de especiación mientras captura aves del paraíso y mariposas exóticas para coleccionistas ingleses, la formulación de su teoría se produce como consecuencia de sus experiencias para localizar sus presas, apenas tarda unos días en ponerla negro sobre blanco, durante el breve descanso al que le obliga la recuperación de unas fiebres palúdicas.

Ciertamente ambos parten de premisas similares: los estudios de Malthus sobre demografía humana, la lectura de los influyentes Principles… del geólogo Charles Lyell, las conclusiones biogeográficas de Alexander von Humboldt y, en definitiva, la existencia de un estado de opinión favorable a los principios de ‘lucha por la existencia’; y sobre ambos pesa, y de qué manera, su propia historia personal.


En la sociedad victoriana de la Inglaterra de la segunda mitad del XIX, un ‘caballero naturalista’, como Darwin, tuvo una aceptación social bastante más alta que la de un ‘viajero recolector’, y Wallace fue consciente de la inferioridad de su condición, de modo que, en los propios medios utilizados para hacer llegar su teoría a las sociedades científicas, parece encontrarse, a la par que una constatación de sus limitaciones, sus deseos de acceder a la elite intelectual de su época, en la que Darwin ocupaba un lugar, por derecho propio, desde tiempo atrás. Las biografías de los autores, su entorno cultural e intelectual, condicionan su obra y la repercusión pública de sus ideas; el caso Darwin / Wallace es paradigmático en este sentido.

¿Cuánta responsabilidad tienen Charles Lyell y Joseph Dalton Hooker, fieles amigos de Charles Darwin, en que la preeminencia de éste quedara asegurada ante los círculos científicos? Mucha, sin duda; ellos orquestaron la puesta en escena ante la Linnean Society, seleccionaron los artículos y el orden en que éstos debían presentarse, eligieron el momento adecuado, la histórica tarde del 1 de julio de 1858, y presentaron las aportaciones de ambos naturalistas incidiendo en los esbozos previos que Darwin había distribuido entre algunos de sus corresponsales. Ellos fueron, en definitiva, los iniciadores de la ‘industria Darwin’ que tantos beneficios económicos ha producido, y sigue cosechando.

Los Proceedings… de 1858 pasaron sin apenas mención entre los naturalistas coetáneos; pero fueron el acicate que llevó a Charles Darwin a ultimar la redacción de On the Origin of Species by means of Natural Selection…, publicado en noviembre de 1859 y que constituyó un gran éxito editorial: los 1500 ejemplares impresos se liquidaron en el mismo día que salieron a la venta. Wallace pareció conformarse con que su nombre se incluyera, como el de un igual, entre los hombres a los que tanto admiraba, Darwin, Lyell y Hooker, entre las páginas impresas por la Linnean Society.  

Hoy, a los doscientos años de la presentación pública de las teorías de Darwin y Wallace, sólo caben felicitaciones tanto por la elección de los textos vertidos al castellano como por la acertada introducción de José Pardos, quien ha sabido presentarnos, con claridad no exenta de erudición, el modo en que Darwin y Wallace realizaron sus investigaciones, las fuentes de las que extrajeron sus ideas y los condicionantes familiares, sociales y laborales que rodearon a los creadores de la teoría de la evolución de las especies.


 Antonio González Bueno
Universidad Complutense de Madrid


Título: La teoría de la evolución de las especies.

Autores: Charles Darwin y Alfred Russel Wallace.

Ficha editorial: Edición de Fernando Pardos. Traducción castellana de Joan Lluís Riera. Colección Clásicos de la Ciencia y la Tecnología]. Barcelona: Editorial Crítica, 2006. 398 páginas.

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