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La primera 'gran depresión' del Siglo XXI

Le sobra razón a Felipe González para el desahogo de que no vivimos tiempos para optimistas profesionales. No es decente dedicarse a tañer la lira mientras se avivan las hogueras del incendio de Roma, ni ofrecer a los ciudadanos una “tirita” para contener la hemorragia de una arteria vital. Lo que en estos momentos sucede en los mercados nacionales e internacionales es ya inocultablemente lo peor desde la Gran Depresión. Es, de hecho, la peor crisis económica internacional en muchas décadas y probablemente será estudiada en el futuro como la primera Gran Depresión del siglo XXI.

Advierte el FMI que entramos en una recesión global de duración probable mayor que lo esperado meses atrás y el presidente del Gobierno español se enfada y demuestra que, si estuviera en sus manos, mataría al mensajero. Pero la ominosa realidad, es decir, la crisis, la recesión, el riesgo cierto de empobrecimiento, está ahí, amenazando a todos, familias, empresas y mecanismos sociales, y no va a desaparecer porque algún necio se empecine en negar su existencia.

La realidad es el mercado. La verdad también es el mercado. A la hora en que estas líneas se escriben, el mercado español oscila arrítmicamente entre retrocesos de 7,5 y 8,4 puntos porcentuales, es decir, que ya ni siquiera cabe hablar de jornada negra, cuando todas lo son y el horizonte se cubre de sombras. Wall Street cerró ayer con caída de 7,33% y Tokio lo ha hecho con el pavoroso descenso de 9,6%. Los Bolsas son un tobogán del que, en cualquier momento, los carromatos pueden saltar de los raíles hacia la caída libre en el vacío.

¿Conviene a todos evitar el pánico? Sin duda, aunque también es preciso admitir que el miedo es libre. En el caso español, el fenómeno se agrava por la cada vez más extendida percepción de que el Gobierno no sabe, no quiere o no puede hacer nada tranquilizador. La rueda de prensa de David Vegara, presumiblemente anticipadora de lo que diga el vicepresidente Pedro Solbes después del Consejo de Ministros, ha dejado al personal entre perplejo y abrumado. Con “tiritas” para las arterias rotas va a ser difícil evitar que el enfermo se desangre.

Pero, nada, ya se sabe que los optimistas son inagotables: esto ha pasado muchas veces, no es para tanto, ya se arreglará… De ahí vino la acertada definición de que un pesimista no es más que un optimista bien informado. No, no son tiempos para “buenismos”, ni para engañar a los ciudadanos diciendo que ya escampará, porque muchos, y muchas empresas, pueden ser mientras tanto devorados por la riada. Los “pactos de La Moncloa” no son un buen recuerdo de mejores tiempos, ni una alternativa más entre otras posibilidades, sino una exigencia de racionalidad.

A estas horas, los dirigentes de todos los partidos, con sus equipos económicos, y los representantes y equipos de las fuerzas económicas, empresariales y sociales debieran haber sido ya convocados a La Moncloa, porque sólo entre todos y con las decisiones profundas que sólo el consenso de todos permite, cabe afrontar una crisis económica, no sólo financiera, que también, de la gravedad, extensión y profundidad como la que ya inocultablemente se extiende por todo el planeta.

No hacerlo así, permanecer refugiado en la pequeña política de los intereses fragmentarios, sería sin duda una irresponsabilidad por la que exigir cuentas. Pero en la política, como en la economía y en todo, a veces los países no encuentran las personas adecuadas en el lugar necesario en el momento oportuno. Es lo que tienen las encrucijadas de la Historia.
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