red.diariocritico.com

Crítica teatral.- 'Las manos blancas no ofenden': un Calderón atípico

La Compañía Nacional de Teatro Clásico abre la temporada en el teatro Pavón con una comedia de Calderón de la Barca: “Las manos blancas no ofenden”. Dirige Eduardo Vasco. Su principal virtud es, precisamente, recuperar una obra que no se representaba desde hace un siglo y que muestra una faceta divertida de un autor al que siempre asociamos con grandes dramas.
El travestismo en el teatro del Siglo de Oro fue un recurso frecuentemente utilizado por los dramaturgos y su uso se prolonga en el tiempo sobre los escenarios. Unas veces para crear confusión pero, casi siempre, para provocar situaciones humorísticas. Quizá, en el teatro clásico, “Don Gil de la Calzas Verdes” sea el más popular y más representado. Pero no olvidemos que hasta la zarzuela utiliza travestidos en títulos como “Doña Francisquita” –aprovechando el Carnaval- y, sobre todo, “La Viejecita”, directamente inspirada en la disparatada Tía de Carlos de Brandon Thomas.

Mujer-hombre-mujer
En “Las manos blancas...” la protagonista Lisarda se transforma en Don César y César en Celia. Ambos persiguen a sus respectivos amados en la corte de Ursina. Calderón creó un tupido enredo que, en esta versión, cuesta desenredar. Lo que podría ser un disparate vodevilesco acaba siendo una comedia cortesana en la que solamente los últimos minutos provocan alguna carcajada. El desenlace, cuando el protagonista renuncia a batirse en duelo con su agresor para lavar el honor, justifica el título que las manos blancas, de la mujer, no ofenden. Escrita hacia 1640, Vasco ha optado por trasladarla al Barroco por entender que el argumento y los escenarios se prestan a ello. Es su opción, apoyada en el vestuario de Caprile con figurines que, individualmente, pueden tener belleza, pero en conjunto resultan un pastiche. La escenografía es prácticamente inexistente, salvo unos escasos y feos elementos.

Tres sólidos intérpretes
Pepa Pedroche, Joaquín Notario y Toni Misó son tres estupendos actores “de verso”. Su trabajo – y el de Juan Meseguer- es el más sólido y empastado. En el resto del numeroso reparto hay de todo, aunque el nivel general de la interpretación resulta aceptable. Como en casi todos los espectáculos de Vasco, aparece el acompañamiento musical que subraya acertadamente algunos pasajes pero está de más en otros. La iluminación, estupenda. En conjunto los cien minutos de representación se dejan ver sin esfuerzo y hasta la fecha el Pavón se está llenando.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios