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33 años de 'los claveles'

'Envidia' sana de Portugal, que celebra su revolución

A veces uno se pone nostálgico y no le apetece hablar ni de Conthe, ni de Rajoy, ni de Zapatero, ni de José Blanco, ni de ninguno de estos contemporáneos que tanta tinta hacen correr aquí y ahora, y entonces cae en la cuenta de que aquel 25 de abril de 1974, tal día como hoy hace ya 33 años, vivimos -porque la vivimos como si propia fuera- una revolución muy bella en el país vecino. Bella, porque los claveles taparon los cañones y porque trajo la democracia a un Portugal que bien la merecía. En España presentíamos esa democracia, pero la verdad es que no la alcanzamos hasta que Franco murió en la cama.

   Era yo entonces corresponsal en Lisboa, junto a grandes compañeros como Eduardo San Martín, Eduardo Sotillos, Diego Carcedo, Alberto Míguez, Eduardo Barrenechea o el inolvidable José de Salas y Guirior, corresponsal de ABC, que ya no está entre nosotros. Fueron aquellos tiempos en los que personas como Alfonso Guerra o Manuel Chaves se 'destapaban' en la capital portuguesa -allá los conocí yo-- como dirigentes del aún clandestino socialismo, animado también por figuras no menos notables, como Helga Soto, que tanto contribuyó a 'fabricar' a Felipe González en los medios y que ahora acaba de morir, en medio de un relativo silencio y, temo, olvido.

   La propia revolución de los claveles está olvidada, y ya nadie la reivindica, treinta y tres años después, en los diarios ni en las tertulias lisboetas. Viven muchos de sus protagonistas, entre ellos el mismísimo Otelo Saraiva de Carvalho, pero nadie se acuerda de ellos: han vuelto al anonimato, y quienes han fallecido en este tiempo ocupan tumbas muy poco visitadas. Parece que una sensación de vergüenza colectiva se ha abatido sobre aquellas jornadas que nos cambiaron a cuantos las conocimos.

   Y no ha habido, sin embargo, gesta ni noticia mayor en la Península en todos estos años. Ni la transición española, ni las sucesivas elecciones, ni la victoria de Felipe González en las urnas. Nada. Ni ha habido canción que represente más el deseo de libertad que aquella 'Grandola, vila morena' que acompañó nuestros pasos y que ahora casi nadie canta.

   Hay una lección, claro, que aprender: la gloria es breve y el olvido, muy largo. Empieza pronto y dura para siempre. No lo olvidemos, perdón por la inevitable redundancia. Ténganlo en cuenta quienes hoy ocupan los titulares de prensa en los que no estarán mañana.

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