Gripe A: seguimiento continuo de 'Diariocrítico'

AH1N1 en Perú: la pandemia de la incompetencia

Claro que la enfermedad es una pandemia que en otros lugares ha causado hasta psicosis. Como en Perú, donde hasta hace unas semanas, la psicosis colectiva alrededor de la gripe AH1N1 se vivía de rebote. Fue uno de los últimos países de la región en registrar muertes a causa del virus y se seguía con atención la ola de contagios que sufrían Chile, primero, y Argentina, después y a mayor escala. Sin embargo, las bajas llegaron pronto.

Actualmente, las muertes a causa de la Influenza AH1N1 superan las 20 en todo el país y siguen siendo sólo dos los lugares autorizados para descartar o confirmar la presencia del mal en algún paciente sospechoso: el Hospital Daniel Carrión del Callao y la Base Norteamericana en Lima. Lo que más ha preocupado a las autoridades sanitarias es la propagación de la enfermedad en provincias. La presencia de los programas de salud en muchos lugares del Perú se limita a carteles pegados en las paredes con indicaciones generales. La administración de medicamentos es precaria y cerca de un tercio de la población no tiene acceso a ningún tipo de atención médica.

    Más allá de la capital, donde se ha presentado casi el 90% de los casos, el principal miedo es que el virus llegue pronto ahí donde el Estado no ha llegado jamás. Un ejemplo lamentable es lo que sucede en el departamento de Puno, a orillas del lago Titicaca, a más de 4000 metros de altura. Allí 120 niños han muerto porque el gobierno local ha sido incapaz de repartir adecuadamente mantas, frazadas y medicinas para contrarrestar los 20 grados centígrados bajo cero que hielan esa zona en invierno. En cifras, sólo ha ejecutado el 3,3% de su presupuesto para Salud.

    El Gobierno adelantó las vacaciones de todos los colegios y universidades estatales a nivel nacional, pues el mayor número de contagios se ha dado hasta ahora en centros educativos. La mayoría de empresas con alto número de trabajadores ha puesto gel desinfectante en cada una de sus áreas y, por la calle, la gente aleja y casi discrimina a cualquiera que suelte un estornudo. Sin embargo, las únicas personas con mascarillas en todo el país son los trabajadores del aeropuerto internacional Jorge Chávez, quienes están obligados por ley. Por las calles de Lima, la gente sólo lleva las tradicionales chalinas invernales.

    Hace aproximadamente quince días, las dos hijas de un asesor editorial de la revista donde trabajo fueron diagnosticadas con Influenza AH1N1. La noticia corrió como un reguero de pólvora por la redacción. Todos le hablaron a distancia, casi nadie le dio la mano. A la mañana siguiente recibió un correo electrónico en el que el administrador le rogaba trabajar desde su hogar hasta que sus niñas estuvieran recuperadas.

    Este miércoles caí enfermo con un fuerte malestar corporal y un ardor de garganta insoportable. Temí lo peor. El jueves no me levanté de la cama y llamé a mi doctor. Se rió en mi cara. “Es increíble. Después de tres estornudos seguidos, todo el mundo piensa que va a morir del chanchito (así se ha bautizado coloquialmente a la AH1N1 en Perú)”. Me recetó las pastillas de siempre, y me dijo que me cuidara de mi amigdalitis.

    Es imposible predecir qué va a pasar contra esta pandemia. Algunos prefieren imaginar que no es para tanto, que sólo muere la gente que tiene otro tipo de complicaciones que agravan la enfermedad. Otros se lo toman demasiado en serio y viven prácticamente en pánico. Hoy escuchaba a una pasante de la oficina que decía que un tío suyo ya había elaborado un presupuesto mensual para comprar tapabocas a su familia. Sonreí y, de inmediato, me quedé pensando si él era el estúpido o lo era yo. Las primeras vacunas salen en diciembre y seguro venderán más que los discos póstumos de Michael Jackson. Lo cierto es que allá afuera hay un virus que está matando gente, y que no existe todavía ningún método para impedir que se meta a nuestro organismo.

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