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Una coalición más amplia

Una coalición más amplia

Por Jesús Rodríguez
lunes 10 de junio de 2019, 00:01h

En marzo del 2015, el radicalismo tomó la decisión de contribuir a la edificación de una coalición política que luego fue Cambiemos. Esa había sido la opción votada por la mayoría, luego de considerar las tres alternativas que había en aquel momento: la primera, aferrarse a la idea de individualidad política, expresada en términos electorales en la “Lista 3”; la segunda, profundizar el camino que habíamos iniciado junto a las fuerzas políticas que sentíamos más cercanas, en lo que en aquel momento era UNEN; y la tercera, conformar una coalición que fuera capaz de “parar dos estaciones antes de llegar a Venezuela” como dijo Felipe González en su vista reciente a Buenos Aires.

Visto en perspectiva, podemos apreciar lo acertada que fue la decisión radical.

La Lista 3 salvaguardaba la individualidad, es cierto, pero no era la única opción que permitía preservar la identidad.

Las identidades electorales en el pasado estaban signadas por el papel y el lugar que cada uno tenía en el proceso productivo. Con el paso del tiempo, las sociedades se hacen cada vez más diversas y complejas. Hoy los votantes se identifican por ideología pero también por ciertas opciones de vida, como puede ser la orientación sexual, o por el compromiso con ciertas causas, como la igualdad de genero o el cuidado medioambiental, entre muchas otras consideraciones.

Un partido político por sí solo ya no representa electoralmente la diversidad de la sociedad.

La identidad se construye por un conjunto diverso de afinidades, posiciones y puntos de vista, lo que abre las puertas a múltiples conformaciones de prioridades políticas. Dicho de otra forma, un partido político por sí solo ya no representa electoralmente la diversidad de la sociedad.

Esta multiplicidad de identidades, resultado de cambios sociales, viene también de la mano de la decepción con el funcionamiento democrático, de la crisis de los partidos políticos y de las consecuencias sobre los Estados-nación de la dimensión económica de la globalización.

Cuando el radicalismo decide conformar Cambiemos deja de priorizar su individualidad pero no por eso pierde su identidad.

Los países con régimen presidencial dan cuenta de esta situación con lo que se llama los presidencialismos de coalición. Hay dos ejemplos claros en nuestra región: Uruguay y Chile.

Entonces, cuando el radicalismo toma la decisión de conformar Cambiemos no cuestiona su identidad sino que deja atrás la idea de dar prioridad exclusiva a la dimensión de la individualidad partidaria.

La idea de coalición, además, esta validada por la evolución de la historia reciente: el último presidente elegido exclusivamente por un solo partido en Argentina fue Raúl Alfonsín en 1983. De allí para acá todos llegaron al sillón de Rivadavia como resultado de más de una fuerza política.

Esa decisión del radicalismo, entonces, dejó atrás la individualidad pero además dejó atrás la idea de asociarse exclusivamente con socios políticos de similar ideología. Sucedió que quienes hasta ese entonces nos eran más cercanos en términos de electorado -nuestros socios en UNEN, coalición que había competido en la elección legislativa del año ’13- no compartieron nuestro diagnóstico político.
¿Cuál era ese diagnóstico? Estaba basado en la elección presidencial del año 2011, en la que Cristina Fernández de Kirchner logró la reelección con el 54% de los votos. Lo llamativo no era el porcentaje -Alfonsín y Menem habían obtenido más o menos lo mismo- sino la diferencia con el siguiente candidato más votado (37 puntos), nuestro entonces socio de UNEN, Hermes Binner. La diferencia con el tercero en contienda, por cierto, un radical, fue de 43 puntos.

Con esos resultados electorales se abrió una etapa de desequilibrio político institucional dramáticamente peligroso, que se expresó en aquella tribuna de Rosario en la que la entonces Presidente dijo “Vamos por todo”.

A los socios del radicalismo en UNEN no les resultaba dramática la posibilidad de la continuidad del proyecto populista. En esa diferencia de diagnóstico está el gen de Cambiemos.

La misión del radicalismo fue la de ofrecer a la Argentina un instrumento que fuera capaz de evitar la máxima degradación institucional derivada de esa visión hegemónica del movimentismo populista con nombre peronismo-kirchnerista de la segunda década del siglo 21.

A nuestros socios de aquel momento no les resultaba dramática la posibilidad de la continuidad del kirchnerismo, ese experimento que fue el proyecto político más extenso desde el año ’30 a la fecha y que, a pesar de sus 12 años en el poder -con condiciones internacionales extraordinariamente favorables-, dejó inalterada la pobreza estructural de la Argentina y se fue habiéndose consumido todos los stocks y con un Estado quebrado.

Mirado en perspectiva, se podría decir que la decisión del radicalismo no sólo abrió la puerta para construir una alternativa sino que además evitó el destino que tuvieron algunos de sus socios. El socialismo, por ejemplo. Por primera vez desde el ’83, no hay legisladores nacionales socialistas hoy en el Congreso (la visión cultural progresista encontró su cauce en Cambiemos). Otros ex socios del radicalismo, confirmando esas diferencias de diagnóstico que en 2015 dieron origen a Cambiemos, se han alineado electoralmente con el kirchnerimo para las elecciones 2019.

Cambiemos fue una coalición electoral que se demostró apta para dar un resultado positivo en dos elecciones consecutivas, fue también una razonable coalición parlamentaria, pero definitivamente no ha sido una coalición de gobierno.

En los presidencialismos de coalición, como en Chile o Uruguay, la coexistencia entre fuerzas políticas se define según prioridades politicas para determinados períodos electorales.

Pie de pagina para los que, en conversaciones amistosas, preguntan qué tenemos que ver nosotros con esta gente del PRO: la diversidad no impide la coexistencia. Ejemplos: el Frente Amplio en Uruguay. En Chile, la Concertación Democrática y luego la Nueva Mayoría, coalición bajo la cual Michelle Bachelet llegó a la presidencia, albergaban desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista. Nadie pedía a los unos que se hicieran agnósticos o a los otros que se hicieran creyentes. Porque la coexistencia no es de cosmovisiones sino de prioridades políticas para determinados períodos electorales.

En Parque Norte el radicalismo optó por más y mejor Cambiemos, decisión más que acertada, más que correcta estratégicamente, más que definitiva en terminos del destino vital de la Nación argentina. La pregunta que sobrevolaba en el debate era si estaban agotadas las razones que llevaron a la constitución de esta coalición. Mi interpretación es que no, que la probabilidad de la regresión populista -a caballo de las frustraciones y de las asignaturas pendientes de la agenda que se planteó el gobierno de Mauricio Macri- está a la vuelta de la esquina.

En ese contexto, la decisión de la Convención Nacional del radicalismo de ratificar la coalición vino con requerimientos: formalizar un acuerdo programático a ser ofrecido a la sociedad para los próximos cuatro años y acordar un conjunto de normas, reglas y procedimientos que generen condiciones para solucionar disputas y controversias.

Interrelación entre política y economía
Un destacado economista argentino, tal vez el único que pudo haber sido Premio Nobel, el ex rector de la UBA ya fallecido, Julio Olivera, decía que la incertidumbre política tiene más efectos nocivos y perniciosos que los propios errores de política.

El capitalismo es un sistema alérgico a la incertidumbre. Cuanto más voluminosas son las decisiones de los actores económicos que definen inversiones, mayor horizonte temporal requieren. Por otra parte, siendo que la decisión de hoy va a estar afectada por cuestiones del futuro, cuanto más lejos el futuro, mayor la incertidumbre. La consecuencia es una mayor tasa de retorno requerida.

El capitalismo requiere de un entorno político que le minimice esa incertidumbre. ¿Cómo se puede propiciar un entorno político predecible?
En democracia, la única manera de generar reglas de juego estables de cara a los actores económicos, es mediante acuerdos políticos de largo plazo.

Una opción -por fuera de la democracia, claro- es la dictadura; fue el caso de Pinochet, para las reformas en Chile, eso que Paul Samuelson definió como fascismo de mercado y que generó la percepción de que habia reglas de juego que se mantenian en el tiempo.

La certidumbre también la puede dar el régimen de partido único, como en China, donde se consagró en el último congreso la condición vitalicia del premier del Partido Comunista.

En sistemas democráticos, donde no hay ni dictadura ni régimen de partido único, la certidumbre política -condición para el éxito del capitalismo-, deriva de reglas de juego estables que sean percibidas como tales por los actores económicos. Para eso se requieren acuerdos políticos de largo plazo entres los actores políticos.

La resolución de la Convención -además de ratificar Cambiemos y propiciar mecanismos para mejorar su funcionamiento- también llama a la ampliación de las bases de sustentación política. Hubo mucha discusión sobre este punto, aunque parecería elemental que toda fuerza política busque expandirse.

Los acuerdos políticos de primera vuelta son los más estrechos. La experiencia muestra que las coaliciones de segunda vuelta son más amplias y que las coaliciones de gobierno son las más amplias de todas.

El recorrido electoral que tenemos por delante tiene las primarias, luego la elección general o primera vuelta, eventual segunda vuelta y eventual gobierno.

La lógica de la certidumbre política para afirmar la viabilidad económica debe ser vista como la vocación de establecer acuerdos. En este camino es importante tener en cuenta lo que nos enseña la historia reciente de presidencialismos de coalición: las coaliciones de segunda vuelta son más amplias que las de primera y las coaliciones de gobierno son aún más amplias.

Por eso es tan importante la ratificación de Cambiemos, para que sea un núcleo desde el cual convocar a un camino, la definición de un programa compartido que oriente y señale el hacia dónde y las reglas del juego para que ese funcionamiento coalicional sea eficaz para los desafíos que tenemos por delante.
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