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Mariano y el dragón

lunes 30 de octubre de 2017, 16:41h

De entre todos los chistes, memes, twiters, hastags, whatsapps y demás nubes de información más o menos ingeniosa que invaden las redes en que la modernidad nos atrapa, me quedo con el cuento de Mariano y el dragón. En cuatro viñetas se resume bastante de lo que está sucediendo en estos días terribles, quizá no menos terribles de los que nos quedan por vivir en estos meses. Los dibujos retratan sucesivamente a Felipe González, Aznar y a Zapatero alimentando a un dragón que va creciendo. Cuando la criatura se hace monstruosa, se observa a Rajoy, con la inane lanza de su gobierno en minoría en la mano, frente al Dragón de la estelada, mientras todos le apremian a acabar con él.

“Cuando un loco o un imbécil está convencido de algo, no se da por convencido él solo, sino cree que los demás también lo están”. Ortega aplicó esta lapidaria frase a los pronunciamientos militares apasionados del XIX. Siempre he pensado que la frase vale para casi todo juicio categórico y que nos la podemos apuntar todos. Y en este conflicto, desde luego es aplicable a los independentistas y a los que no lo son. Está claro que todos los rebeldes del parlamento catalán podían haber sido detenidos el 6 de septiembre o el uno de octubre sin necesidad de tanto artículo 155 y tanta política y sin la DUI. Pero haberlo hecho así hubiera sido alimentar aún más al dragón. Aún mucho antes se podía haber detenido a quienes han cometido delitos contra el derecho de gentes durante años, enseñando a los niños a odiar, alentando el supremacismo, el victimismo, la demagogia o la exclusión social en Cataluña contra los derechos humanos más elementales.


Nada de esto ha ocurrido en la España no nacionalista, tolerante y plural desde 1978. Y precisamente por eso era necesario dejar clara esta realidad, porque ya nadie duda que el conflicto no está entre España y Cataluña, sino en una Cataluña enfrentada a una división que no se conocía en España desde 1936. Bien claro lo ha visto el presidente. ¿Acaso tendríamos los apoyos internacionales que tenemos si el mundo no hubiera visto claramente lo que supone esta aventura? Cuando el General Franco murió, los exiliados volvieron a una España harta de dictadura y que deseaba libertad, democracia y reconciliación. No había nada que temer. En Cataluña, en cambio, el primer bramido del Dragón está causando un flujo de desplazados en forma de personas jurídicas que simboliza muy bien lo que Cataluña siente. Porque las personas jurídicas, ficticias todas ellas, se van, pero las personas físicas no se pueden ir. Se quedarán mientras puedan y ahora hay que protegerles. El nacionalismo troca la opresión estatal en opresión nacional. Pocas veces se ha visto tan cristalina la sentencia de Malaparte y al mundo occidental no ha habido cosa que más le haga sospechar e investigar lo que pasa, para concluir y entender la gran ilegalidad del referéndum. La ley no escrita de la libertad no miente y el juicio duro de la información, las redes sociales y el apoyo internacional a España, son el único sustrato que puede sentar la aplicación formal y judicial de una ley violentada. Todo ello ha facilitado el profundizar en los detalles más sombríos de la fractura social, como el odio o el supremacismo independentista que recuerda tanto a la pesadilla nazi. Ahora, y no antes, es cuando ya podemos aplicar la ley.

Es muy posible así que los independentistas, y más los revolucionarios, hubieran deseado y esperado más fervientemente que nadie el rigor temprano de la norma. Puede ser inquietante verificar que en el Estado de Derecho la aplicación de la ley se haga esperar estratégicamente. Pero en cuestiones de Estado, nadie en su sano juicio puede negar que las reacciones inmediatas son peligrosas. Rajoy ha confiado en el sistema y está demostrando acertar. Su aparente indecisión ha creado el caos y la confusión en los sediciosos más que en ningún otro sitio. Esperaban justo lo contrario, y el Parlamento independentista nos ha ofrecido cuadros más dignos del carpetovetonismo, de la España de la chapuza y la improvisación hasta el ridículo, que ninguna otra cosa. Puigdemont o Junqueras han demostrado parecerse más a Pepe Gotera y Otilio, españoles de pandereta y pelargón, que a los grandes estadistas catalanes que pretenden ser.


Con independencia de la gravedad de la situación, las demostraciones a favor de nuestro régimen constitucional han sido emocionantes y taumatúrgicas. La gran manifestación española y catalana, las banderas y mostrar nuestra españolidad con orgullo y sin complejos, están contribuyendo a cerrar heridas que muchos llevan tiempo pretendiendo reabrir para alimentarse políticamente de ellas. La situación económica y política en que el independentismo está dejando a Cataluña demuestra que España ni roba ni oprime, que esto merece la pena y que España cree en sí misma, quizá por primera vez desde que en 1815 el Congreso de Viena dio por liquidada nuestra supremacía entre las naciones. Y aun así, queda mucho por hacer.

Impacientes, a todos nos cuesta dejar de movernos como un leopardo en la jaula con lo que está pasando. Pero si Zamora no se ganó en una hora, Cataluña se podía haber perdido en minutos y todavía se puede perder. Pasión y arbitrismo se antojan así la otra cara del virus histórico y político del español medio que representan el separatismo y la dictadura. Con un gobierno en minoría y graves problemas de corrupción en su partido, Rajoy, guste o no, ha acertado hasta ahora dominando los tiempos. Y no puede negarse que se la ha jugado. Porque formalizado ya el apremiante 155, ha tomado en cambio una sola decisión arriesgada consistente en convocar elecciones con una fecha cerrada. Confiando en que su criterio acierte, y reconociendo una genialidad parlamentaria que nadie ha igualado aún, veremos por qué lo ha hecho.

Daniel Muñoz Doyague. Abogado y Politólogo.

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