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Donald Trump y los velos de la ignorancia

domingo 16 de julio de 2017, 15:23h

Fue hace tres años, en una ciudad perdida de Europa del Este. Aquel tipo hablaba un español tan fluido, era tan entusiasta de nuestro país y había salido tantas veces del suyo que tuvo que terminar reconociéndolo. Había trabajado para la Inteligencia en los tiempos del Comunismo, que era tanto como decir que había trabajado para el KGB. Y no sé si para justificarse, nos habló de las barbaridades comunistas, del país obligado a hablar ruso, de los visados para salir de la ciudad que hasta el alcalde tenía que pedir. De las familias delatándose unas a otras y de la miseria y la falta de libertad. Fue hace tres años, en una ciudad perdida de Europa del Este. Aquel tipo hablaba un español tan fluido, era tan entusiasta de nuestro país y había salido tantas veces del suyo que tuvo que terminar reconociéndolo. Había trabajado para la Inteligencia en los tiempos del Comunismo, que era tanto como decir que había trabajado para el KGB. Y no sé si para justificarse, nos habló de las barbaridades comunistas, del país obligado a hablar ruso, de los visados para salir de la ciudad que hasta el alcalde tenía que pedir. De las familias delatándose unas a otras y de la miseria y la falta de libertad.

Me estaba preguntando qué clase de “Bello Paul” pudiera haber sido aquel sujeto, por aquello que contaba Sven Hassell, el novelista maldito, de los nazis “rojos” venciendo a los nazis “negros” en el frente del este, cuando apareció un camarero cigarro en mano y nos ofreció más cerveza. Nos espetó que España había sido un modelo de libertad. “Aquí pueden fumar, tabaco, hachís o lo que quieran, vivimos como Uds durante la Transición, y nuestro lema es el de España: “prohibido prohibir”.
Prohibido prohibir… replicó el ex espía. Y cuando se fue el camarero, añadió con sonrisa cómplice y acento eslavo “Pero eso, ya sé que a Uds también se les ha acabado”.

Con la victoria de Trump aún caliente, vuelve a repetirse nuestra ceguera sobre lo que creemos que sucede en América. Algo parecido a lo que pasó con las victorias de Bush, padre e hijo. Quizá nos sorprenderíamos también sobre lo que piensan los inmigrantes cubanos del fin del embargo, o los colombianos afincados en América sobre el acuerdo de paz. Porque a menudo es lo contrario de lo que nos venden los headlines de costumbre. No hablemos ya sobre las injerencias de Obama en el legislativo en materias tan sensibles para cada americano como los impuestos, la Sanidad Pública o las armas. O el incómodo hecho -que se ha tendido a negar últimamente- de que buena parte de los demócratas del Sur han sido tradicionalmente tan conservadores y racistas como el más ultramontano de los Republicanos. Las payasadas de Trump no ocultan sus vicios ni su riqueza. Pero los Clinton han puesto siempre un velo sobre sus vicios privados en el despacho oval y también sobre sus fuentes de dinero. Al fin y al cabo y por evidentes razones, siempre se ha obviado que las principales Cadenas y Agencias de Prensa que nos informan sobre América están en manos de los demócratas. Los comentarios agoreros sobre una supuesta paridad con las fuerzas republicanas han sido el anuncio velado de lo que iba a pasar.

Con pasmo se comenta también en España, que Trump es a la derecha americana lo que Podemos a la Izquierda, aunque no he visto recordar que la mayor victoria electoral de nuestro país la consiguió Rajoy debido a la nefasta política de Zapatero más que a cualquier otra cosa. Y que en la posterior pérdida de votos del PP y el bloqueo actual que hemos sufrido, tuvieron mucho que ver aquellos 10 talentos de mayoría absoluta encerrados en el cajón de la subida de impuestos.

La democracia es así. Pero el mundo ha cambiado. Cuando John Rawls, padre del neoliberalismo, acuñaba la expresión “velo de la ignorancia”, aludía al desconocimiento original de los ciudadanos sobre sus propias circunstancias, que favorecía la posibilidad de un acuerdo social sobre una Justicia posible para todos. No sé qué diría John Rawls sobre el hombre masa, o el yo soy yo y mi circunstancia orteguianos, pero quizá hoy el velo de la ignorancia sea otra cosa y quede rasgado por la realidad que las circunstancias imponen al ciudadano. Cuando la política se llena de “postureos”, apariencias o beautiful people y además se exige al ciudadano que arrime el hombro sin contrapartidas, el individuo cobra conciencia de su circunstancia y se agarra a la única posibilidad que tiene de cambiar las cosas por las buenas, que está en las urnas. Si el Estado de Derecho se convierte en el modo en que los poderosos hacen lo que les da la gana con la ley en la mano, entonces da igual quien gobierne porque otro no lo podrá hacer aún peor. La democracia es el residuo de nuestra libertad, y no su baluarte.

Eso es precisamente lo que ha sabido captar Donald Trump. Desde el fin de la URSS, el eje de la discusión entre libertad e Igualdad quedó inclinado a favor de la primera. Y acaso uno de los efectos más perniciosos de los ataques del 11S haya sido la obsesión por la seguridad, que además de eliminar a la igualdad de la ecuación, ha llegado casi a identificarse con la libertad. No acabo de tener claro que la seguridad sea un ideal, salvo por su utilidad para dominar a las masas. Pero quizá sea la seguridad el lugar en que coinciden todas las fuerzas políticas europeas, y que en España particularmente hace coincidir a todos los partidos, también los populistas: Hay que salvar al Estado de Bienestar como sea, pues la economía también es una cuestión de Seguridad. El cómo hacerlo ya es otra cuestión.

Europa, o al menos la élite política, está haciendo cábalas con el peor de los escenarios. Hemos humillado a Rusia como nunca, hemos llegado a lugares impensables hace 20 años y buena parte del cinturón centroeuropeo de Stalin forma hoy parte de la OTAN. Pero todo parece a punto para caer como un castillo de naipes. En los años de Obama hemos profundizado en ello, y el país más paneslavista del mundo ha ido aguantando la absorción estratégica de los eslavos del Oeste o los del Sur, pues lo de Kosovo fue otra grave humillación en 2008. No contentos con ello, hemos metido mano en el terreno sagrado de los eslavos del este ucraniano. Y el imperio de los zares nos ha vuelto a enseñar los dientes, y por primera vez Rusia se acerca a China, su enemigo natural y antes amigo de los americanos, en el momento en que Trump dice que basta de pinchar al Oso Ruso. Con su anuncio sobre este giro en política exterior –tal vez el que tiene más posibilidades de cumplirse- Trump nos pone ante nuestra propia realidad. La de una potencia económica decadente, sin voluntad política ni fuerza militar suficiente. Malaparte dijo en otro contexto que la libertad cuesta cara, tan cara que hay que pagarla con toda la podedumbre y la abyección del alma humana. El problema es que la seguridad, la económica y también la meramente física, puede costarnos más cara aún.

En una ocasión, un amigo americano me preguntó qué pensaban de los americanos, sus “padres” europeos. Le contesté que en cierto modo, América es para Europa como el hijo modelo que unos padres descarriados, borrachos y endeudados, nunca quisieron tener. No les queremos ni admiramos, pero ellos sin embargo sí a nosotros. No hacemos más que insultarlos, criticarlos y envidiar sus triunfos y su libertad, pero tampoco nos cansamos de copiar su modo de vida o de pedirles ayuda cuando las cosas se ponen feas por aquí. En cierto modo, viene a ser aquello que sobre nuestra ingratitud le dijo de Foxá a un embajador yanqui, de que los españoles adoramos el Jamón, pero nunca se nos ocurrió dar las gracias al cerdo por ello. Y un hijo puede querer mucho a sus padres, por malos que sean, pero también puede hartarse. A pesar de esto, después hablamos sobre Zapatero, y me sorprendió que dijera que si ganó las elecciones por sentarse al paso de su bandera, tuvo que ser bueno para España, puesto que era bueno que los líderes democráticos acertaran sobre lo que el pueblo quiere, para un americano la democracia es sagrada y el resultado fue ganar.

Al contrario de las previsiones apocalípticas que de todo tipo se están haciendo, quiero ser optimista porque Trump nos pone por fuerza ante nuestra realidad y contribuye a que tengamos que cambiar. Por muchas razones, el peligro de Europa tiene mucho que ver con su tendencia exacerbada al nacionalismo y la revolución. Si me preguntan en qué ha consistido el éxito de nuestra democracia liberal sobre el comunismo, diría que se debe a que ha solucionado el dilema entre la libertad e igualdad con tres simples reglas. La libertad, el respeto a la propiedad privada y la igualdad de oportunidades. Más que cualquier velo de la ignorancia, han garantizado una creación de riqueza justa que es la base de la democracia estable y del Estado del Bienestar. Pero las administraciones crecen con las demandas sociales y los jubilados viven el doble que antes. El Estado de Bienestar se muere de éxito. Y lo alarmante no es Trump, sino la absoluta carencia de ideas para evitarlo. Porque para conservar al Estado de Bienestar estamos cargándonos los tres ingredientes mediante una absurda seguridad individual que encierra a tripulaciones en aviones con pilotos suicidas, la seguridad económica de unos impuestos que sólo permiten invertir a las multinacionales y la seguridad del diseño psicológico social y el elitismo que encarece la educación ante el fracaso escolar. La política opuesta a la ciencia económica. El miedo al cambio, legítimo pero ineficaz.

Dudo que Trump , ahora que ha ganado, no modere su histrionismo. Porque parece suceder exactamente al contrario que en Europa, donde los líderes suelen presentar discursos moderados durante las campañas para después irritar al ciudadano con políticas radicales cuando consiguen el poder. Si el primer discurso de Trump ha sido una inesperada oda a la moderación es porque no tiene otro remedio, y es que con estado de bienestar y sin él, América es aún la democracia más vigorosa del mundo al disfrutar de un sistema de contrapesos políticos que no existe en toda la Europa continental, con sus constituciones obsesionadas con la idea de la prevalencia del ejecutivo. La separación de poderes, la democracia interna de los partidos o la responsabilidad del político por sus acciones tienen fuerza en los Estados Unidos, y si Trump quiere durar como presidente tiene que someterse a un control dentro y fuera de su partido que es casi desconocido al otro lado del Atlántico. Y eso que se ha pagado el sólo la campaña. Pero Europa no tiene esos controles. Por eso la Unión Europea tiene mucho más que temer de sus populismos que América de los suyos, y por eso el Brexit se ha producido en el único país europeo que puede compararse a América en materia de separación y contrapeso de poderes.

Esperemos que el sistema Americano siga funcionando y controle a Trump. Y aprendamos la lección de un sistema capaz de poner ante la realidad a sus mandatarios, y que no permite a sus mandatarios manejar la realidad a su antojo. El sistema en que los políticos no tienen otra salida que solucionar los problemas de los ciudadanos y no los suyos propios. He dicho en otro lugar que Europa estaba a punto de quedarse ciega por tercera vez. Ahora que aterrados, tememos perder a nuestro lazarillo, podemos quedarnos también solos y asediados por el norte y el sur. Es hora de abrir los ojos y buscar la solución a nuestros problemas. Si queremos mantener un Estado de Bienestar que muere de éxito no debemos luchar por asegurarlo, sino por recuperar sus planteamientos iniciales.

Daniel Muñoz Doyague. Abogado y Politólogo.

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